martes, diciembre 14, 2010

En el día de san Juan de la Cruz

Pues nada, que en el día dedicado el sublime poeta Juan de la Cruz, he aquí una adaptación, mala por demás, de su "que bien se yo la fonte":

"Que bien sé yo ese amor que por mi tienes,
Aunque lo nieguen.

Es un amor eterno, apasionado
Por ese amor a mi te has entregado,
Aunque lo nieguen.

Y siento que me tienes de tu mano
Que todo un Dios de mi se ha enamorado,
Aunque lo nieguen.

Me fío a ciegas en tu amor divino
En Biblia y Tradición ya no confío,
Aunque lo nieguen.

Creo que me amas sin condiciones
Que no te fijas tú en orientaciones,
Aunque lo nieguen.

Tu ternura para mí es tan real
No muda porque sea homosexual,
Aunque lo nieguen.

Confío sólo en ti y en tu bondad
Que de tu amor nada me separará,
Aunque lo nieguen."

Y que Juan perdone el atrevimiento

lunes, diciembre 06, 2010

El león que no es león (dedicado al otro León que por ahí andará)

“El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos… el león comerá paja lo mismo que el buey.”

La primera lectura de este domingo es esperanzadora, nos hace poner los ojos en el mundo nuevo con el que Dios sueña y que aún no es realidad para todos, el mundo donde el lobo y el cordero habitarán juntos, donde el león comerá paja junto al buey. Si, es esperanzador saber que ese es el mundo que Dios sueña, aunque los seres humanos nos empeñemos en el “otro” mundo, donde las mujeres son asesinadas en Juárez, los homosexuales son exterminados para “limpiar” la sociedad y las bombas humanas estallan para mostrar la grandeza de un ídolo monstruoso al que algunos llaman “Dios”.

Una vez leí, no recuerdo dónde ni quién lo dijo (y has de perdonar, pero entre la edad y las secuelas de las drogas recreativas, pues la memoria ya no es la misma, jeje) que ese mundo no es tarea de Dios, que ya ha hecho lo suyo que es decirnos cómo vivir y cómo amarnos para que ese mundo sea realidad. El personaje en cuestión (Monseñor Romero, Gandhi… no me acuerdo) decía en su reflexión: “para que eso se haga realidad el león tiene que dejar de comer bueyes” Y sí, el cambio está en las manos del león.

El león, símbolo del opresor, del violento, del que no quiere la hermandad y “se alimenta” de la vida de los más indefensos (que de ellos es símbolo el buey) tiene que modificar su conducta, tiene que aceptar que devorar a otros no es el camino para un mundo mejor, por mucho que el león crea que así es, por mucho que se justifique con las más alambicadas justificaciones que, bien vistas, dejan clara su falsedad.

El león puede bien ser el rico que ejerce “dominio explotador” como decía el credo Nicaragüense (ojalá que no me falle la memoria con el país, pero Ernesto Cardenal me podrá corregir) basado en la “ética del mercado”, los valores tradicionales o la herencia de explotación recibida de su padre.

También puede ser el gobernante que en nombre de una moral de derechas condena y encarcela a las mujeres que han decidido abortar, sin darse cuenta que condenarlas y encarcelarlas es, de hecho, menos moral que el aborto.

Y puede ser el varón que se pasa la vida depredando cuerpos para su colección de conquistas sexuales: el jefe, el policía, el padre de familia, el sacerdote… sí, pero también el gay, que en ese tema hay bastante tela para cortar. Y no es que el sexo sea malo o degradante, el asunto es la depredación del otro o la otra, las trampas, las mentiras, el abuso.

El famoso león también puede ser, mejor dicho, el famoso león es también el cardenal, el obispo o el pastor (ponga usté el nombre que mejor le acomode) que en nombre de la doctrina oficial de la iglesia o de un texto bíblico depredan, persiguen y devoran a tantos homosexuales, expulsándolos de los seminarios, negándoles la entrada a los conventos, evidenciándolos ante sus comunidades de fe, negándoles el acceso a Dios sin darse cuenta que aquello de “Dios ama al pecador pero odia al pecado” o “yo lo acepto, pero la Biblia los condena” es como decirle a una mujer que la acepto como humano, pero la rechazo como mujer, ¡Jo!

Y de estos leones hay un montón, y no creas que sólo en la iglesia católica, sino muchos también en la iglesia protestante y en la evangélica [de hecho en la iglesia católica hay un poco menos si tenemos en cuenta que los anglicanos no sufren con la interpretación tradicional de la homosexualidad] Además de que son muchos, son bien peligrosos, pues pasean por los templos cubiertos con las pieles de las ovejas a las que han asesinado, dándoselas de muy morales, puros y santos, cuando habría que ver.

Sí, para que el mundo que Dios sueña sea realidad y no sólo un texto viejo, el león tiene que dejar de ser león y convertirse en hermano.

No se piense que nomás el león tiene una tarea, pues el buen buey (que chistoso suena eso) necesita dejar de tenerle miedo al león y decidirse a correr el riesgo de acercarse, cosa que tampoco es sencilla.

Una cuestión para terminar… ¿y qué con el león que llevo dentro? Ufff.

[y si por casualidad del destino el otro León lee esto, sepa que la Rata sigue al pie del árbol mágico que lleva a la Alhambra, el castillo del Rey de los Leones]


Álvaro

jueves, diciembre 02, 2010

Checa la lista

Encontré esto en la red, de autor anónimo y lo comparto:


1.- Soy homosexual desde siempre y nada puedo hacer para cambiarlo. Quien diga que puede es un mentiroso, un iluso, ignorante o quizá sus miedos lo hacen pensar que sí.

2.- Mi homosexualidad es mi orientación sexual y constituye un rasgo fundamental de mi personalidad, es la manera que tengo de entregar mi afecto y de ejercer mi sexualidad y tengo tanto derecho a mi sexualidad como tú a la tuya.

3.- Si a veces es deseado ser heterosexual o he actuado como si lo fuera es porque creí que era la única manera de sobrevivir en medio del prejuicio y del odio generales.

4.- El asco, desprecio, horror y desconfianza hacia los homosexuales se llama homofobia. Una fobia es una rechazo irracional y, por lo mismo, una perturbación mental.

5.- Soy una persona como tú y como cualquier otra, con mis defectos y mis virtudes.

6.- Habemos homosexuales de todos tipos, edades, razas, nacionalidades y clases. Aunque no lo creas, aproximadamente la quinta parte de la humanidad somos homosexuales.

7.- Si alguna vez has dicho que me quieres, demuéstramelo; ya era homosexual cuando me lo dijiste.

8.- No tienes derecho a exigirme ser como tú para que me consideres valioso o digno de afecto, eso se llama discriminación y es un delito.

9.- Si quieres que te respete, tú también tendrás que respetarme.

10.- Si realmente quieres seguir las enseñanzas de Dios, no confundas su mensaje con los miedos de aquellos que pretenden hablar en su nombre.

11.- Todo camino espiritual que valga la pena se basa en el amor, la compasión y la aceptación de las personas, no lo olvides.

12.- Si quieres entender mi homosexualidad ve con un sexólogo, no con un líder religioso que no es especialista en el tema.

13.- No soy una enfermedad ni un defecto: soy una persona.

14.- Antes de usar términos como “aberrante, desviado, anormal o depravado” consulta el diccionario.

15.- Si la preferencia sexual fuera contagiosa, todos seríamos heterosexuales porque ustedes son mayoría. Ni tú ni nadie se volverá homosexual por convivir conmigo como yo no me volví heterosexual por convivir contigo.

16.- Más del 80% de los que abusan de menores son heterosexuales. Estadísticamente los niños corren más peligro contigo que conmigo.

17.- No te pido que me toleres, exijo que me aceptes. La tolerancia es repudio disfrazado de buena voluntad.

18.- Mi vida es buena y valiosa y tengo que vivirla como quiero, a pesar de ti, justo como haces tú con tu propia vida.


***

¿Qué tal?

domingo, noviembre 21, 2010

Ecos de la homilia de hoy


El día de hoy se celebra la festividad de Cristo Rey, con la cual se termina el año litúrgico. Y la reflexión de la comunidad fue la imagen de Jesús como Rey, que hemos aprendido de que es muy diferente a la imagen que tenemos de rey. Y que la mayoría de los íconos de la imagen de Cristo Rey, es que está en un trono, vestido de purpura muy cómodamente. Y es cómo visualizaban los judíos al mesías que esperaban, un Cristo (ungido) caudillo con poder para derrotar al imperio romano, un sacerdote con poder para purificar el templo de Jerusalén, muy al estilo de David, como lo vemos en la primera lectura, que pacta con los sacerdotes y es ungido rey. Esperaban a un Mesías triunfante, poderoso.

Pero el evangelio nos muestra un Mesías, el cual no tiene un trono, sino que descansa en una cruz, como ladrón, por ser tan radical en su forma de vida, con la cual pretende eliminar el poder autoritario (el romano, o el sacerdotal) Y se podría decir que Jesús es el anti-modelo de rey de los sistemas opresores. El no quiere dominar sobre los demás, sino promover , convocar, suscitar el poder de cada ser humano. De modo que cada uno de nosotros asumamos responsablemente nuestra libertad.

Pero muchas veces se tiene miedo a esa libertad, por lo cual adaptamos algunas actitudes, que pueden ser patológicas, como dijera Fromm, que es el dominar a otros o la otra buscar de quién depender entregándole esa libertad por comodidad e interés. Y de ahí surge el pecado, el pecado del mal uso del poder sobre la libertad. Y que de ahí se originan los otros pecados, la avaricia, la soberbia, la lujuria que hablando de esta, el sexo es utilizado como instrumento de poder para poseer y oprimir, y nos damos cuenta que el sexo no es malo, lo malo es con que fin se ejerce

Este es el tipo de poder que Jesús no quiere que se ejerza, y él nos da ejemplo con su vida, ya que con él no existe el protocolo, sino que es cercano con todos los oprimidos de su tiempo, las viudas, los pobres, los enfermos, las prostitutas, los pecadores. Les transmite el amor de Dios, que él ha experimentado, un Dios que no ejerce violencia, sino amor, que dignifica al hombre. Pero no fue una tarea fácil, tanto que por ejercer ese poder fraternal, esa libertad, lo llevó a la cruz.

Hoy para festejar este día, debemos hacer una revisión de nuestras actitudes, para ver que tanto se manifiesta esta imagen de Jesús en nuestra vida. En nuestras relaciones cercanas, como puede ser la pareja, con nuestros compañeros de trabajo, en la familia, en nuestra iglesia, con nuestra comunidad. Y que poder ejercemos.

Esta es la reflexión de la comunidad hoy

Dios nos bendice

Valentín Conejo

martes, noviembre 09, 2010

"Sólo aquel que grite..."

“… A favor de los judíos podrá luego entonar los cantos gregorianos”. La frase es de Dietrich Bonhoeffer, teólogo alémán de la época Nazi y viene como anillo al dedo para hoy, que he leído un artículo sobre la reciente ola de suicidios de jóvenes que han sido hostigados por ser gays.

Rechazados por su familia (me entero que hay una asociación que busca abrir hogares sustitutos para adolescentes gay que han sido expulsados de su casa por su orientación sexual), acosados por la sociedad y encima, estigmatizados por le iglesia de Jesús, que les hace creer que esa situación es un “pago” por su pecado. Y no digo que toda homofobia tenga raíces religiosas, pero hay mucha que sí y se esa quiero hablar.

Si hay jóvenes que terminan suicidándose porque han sido rechazados a causa de su orientación sexual y si este rechazo hunde sus raíces en la Biblia, la Tradición, el Magisterio o la interpretación de la doctrina cristiana entonces, no hay duda para mí, la sangre de esos jóvenes cae sobre la iglesia.

Sí, en este día yo hago responsable de esa sangre a la iglesia de Jesús que los hombres hemos dividido en confesiones, históricamente comprensibles, pero divisiones al fin y al cabo.

Porque la iglesia de Jesús, llamada para ser testimonio de un amor incondicional, llamada a ser signo de unidad, llamada a volver al derecho un mundo “al revesado” por el egoísmo, llamada a ser un oasis de paz y hermandad en un mundo dividido, la iglesia de Jesús, creada para unir a los hombres y mujeres como hermanos, superando la ley, la construcción social, los dogmas, las clases sociales y los clanes, fundada para abrazar a todos, dando testimonio del abrazo universal del Padre… ha fracasado en la vida de estos jóvenes.

La iglesia se olvida que sólo cuando una su voz a la voz de las víctimas del sistema, sólo cuando acoge con amor y aceptación a quienes la sociedad rechaza, se hace capaz de presentar ofrendas agradables a Dios.

Se ha olvidado que, mientras haya un solo homosexual en algún lugar del mundo que sea perseguido, juzgado, rechazado, estigmatizado, condenado o mal visto, es Jesús mismo, el Señor, quien sufre rechazo y es condenado con la Escritura en la mano, como en los viejos tiempos.

Que la iglesia, Señor, sea capaz de comprender que si vinieras hoy a nosotros, es muy posible que lo hicieras en “carne” homosexual, lo que sería “escándalo para los judíos y locura para los gentiles”.

Y yo, Señor mío, como parte de esta iglesia a la que amo y no me canso de confrontar, te pido perdón.

J. Álvaro Olvera I.

lunes, noviembre 08, 2010

Zaqueo o la iglesia que se queda afuera

Lo prometido es deuda, te comparto algo de la homilía de aquella bendición de pareja de la que te hablaba antes.

Nos dice el evangelio que Zaqueo deseaba mucho conocer a Jesús, pero no había logrado hacerlo por su baja estatura, su pequeñez, quizá y eso es lo que yo creo, también estaba influido por el pensamiento de no ser digno, recordemos que Zaqueo era un cobrador de impuestos, amigo de prostitutas, considerado pecador e impuro por su forma de vivir. Es posible que Zaqueo no haya buscando a Jesús antes porque se sentía impuro y sabía que, si Jesús era un profeta, no estaría muy contento con la impureza.

Hay muchas personas gays que desean con mucha intensidad conocer a Jesús, tener una relación viva con Dios, pero, como Zaqueo, hay algo que lo ha impedido. Si bien puede ser porque se sienten pequeños, puede ser porque se sienten rechazados de antemano, impuros, pecadores, indignos de ser amados, escuchados y acogidos por el profeta de Dios (pues hasta Jesús no parece que los profetas se sintieran muy a gusto con “los pecadores”)

Zaqueo hace lo que puede para conocer a Jesús (se sube al árbol) corre el riesgo de acercarse al hombre santo. Muchas personas gays han intentado hacerlo, se han acercado al pastor, al sacerdote, al confesor, buscando hacer lo propio, atreviéndose a dar el primer paso para “ver a Jesús”. El resultado en muchos casos ha sido desastroso para la persona homosexual. No necesito contar más detalles, pues creo que todos conocemos las historias.

Jesús dice a Zaqueo que se va a hospedar en su casa. Definitivamente este profeta es distinto a otros (o a lo que se dice de los otros) Seguro que Isaías hubiera comenzado a diatriba en contra de los recaudadores; quizá Elías hubiera decapitado a Zaqueo como hizo con aquellos sacerdotes en el monte; es posible que el mismo Bautista comenzara a llamarlo “víbora” delante de la gente. Pero este profeta dice que quiere hospedarse y compartir la mesa con el pecador. Zaqueo organiza una fiesta a la que invita a sus amigos que eran, obviamente, recaudadores de impuesto, prostitutas y gente “de mala vida”.

La multitud sigue a Jesús por el camino. Aquí me detengo. “Seguir a Jesús por el camino” es una forma de decir “iglesia”, en los primeros tiempos los cristianos se llamaban a sí mismos “la gente del camino” y ser discípulo de Jesús se expresaba como “seguirlo por el camino”. Me gusta interpretar que la multitud que sigue a Jesús es un signo de la iglesia, de aquellos que han decidido creer en él y en su mensaje. Al llegar a casa de Zaqueo, Jesús entra, pero sus seguidores no, pues no querían cargar con la impureza que daba el contacto con un pecador.

Hoy en día, a la iglesia le pasa lo mismo: sigue a Jesús, sin duda, pero a la hora de dar los pasos concretos para hacer vida su mensaje, cuando se trata de acercarse a quienes Jesús se acerca, siempre surge el miedo, la famosa “prudencia”, el “no dar escándalo”. Y la iglesia se queda afuera, temerosa de ser “contaminada”. Y tiene razón en su miedo, siempre ha sido así, juntarse con los “malditos” es cargar con el estigma de la maldición. Acercarse a la gente gay es cargar el estigma.

Jesús, que nunca se detenía ante estos miedos, entra a la casa, se sienta a la mesa y comparte el pan con Zaqueo y sus amigos. La gente afuera – la iglesia – murmura por esta familiaridad del profeta con el pecador.

Para Zaqueo, esta cercanía sin juicio ni condena, sin sermones ni rollos de moral, logra lo que no se había logrado antes, que Zaqueo caiga en la cuenta de lo que ha sido, de cómo ha vivido, y dé el paso: “Si a alguno he robado, le restituiré”.

La cercanía sin juicio de Jesús es la única opción, esto es lo que la iglesia no termina de entender. No es condenando, ni juzgando, ni llamando “intrínsecamente desordenados y objetivamente inmorales” como logrará tocar el corazón de la gente gay con el amor de Dios. No es despotricando contra las parejas de dos hombres o dos mujeres como se provoca la conciencia de la propia vida… es el amor, un amor como el de Jesús.

Zaqueo capta el amor, la diferencia entre este hombre santo y los otros, entre este profeta y los anteriores. Zaqueo se da cuenta que el hombre que debía repudiarlo, se sienta a la mesa con él; que quien debiera criticar su forma de vida no teme “mancharse” y todo porque se sabe enviado por Dios, un Dios que ama a todos infinitamente, a decirle a los “pecadores” que ese amor está reservado para ellos, que sólo necesitan extender la mano y tomarlo, que es la cercanía a Dios lo que abre las posibilidades.

Y Zaqueo da el paso. Jesús, al final de la historia dice: “Yo he venido a buscar lo que se había perdido”, aunque los seguidores se quedan afuera.

Ojalá que la historia de Zaqueo te ayude a encontrar luz: no es Dios quien te rechaza, Jesús quiere sentarse a la mesa contigo… es la iglesia la que se está perdiendo la fiesta por conservar la pureza, o la imagen que quiere dar de ser pura, aunque todos sabemos que no lo es.

J. Álvaro Olvera I.

No es valentía, es un derecho

El fin de semana pasada me fui invitado a celebrar la bendición de una pareja de dos hombres. No es algo común que dos chavos quieran hacer un lugar explícito a Dios con una celebración religiosa, además que uno de ellos es un viejo amigo mío. Preparamos la liturgia con meses de anticipación y nos dimos cita en el salón de un restaurante. Entre los presentes había varios chavos gay, lo que me puso un poco nervioso… me ha tocado predicar ante 500 personas y nada de nervios, pero hablar de Dios a la gente gay sí que me produce un poco de temblor, pues debido a la situación que viven las personas gay católicas ante la autoridad de la iglesia, a veces tocar esos temas suele no ser tan agradable.

En fin. Celebramos y en la predicación hablé de Zaqueo, el cobrador de impuesto que recibe a Jesús (prometo escribir la homilía pronto y publicarla) haciendo fiesta en su casa.

El final, se me acercó un joven. Me dio que era seropositivo desde hacía años y que nunca imaginó escuchar lo que oyó en la predicación y ser testigo de lo que vio ese día. “Es usted muy valiente en hacer esto”. Y no… no creo que sea yo muy valiente ni que lo haya sido.

Bendecir una pareja de hombres no es un acto de valentía, es respetar un derecho, porque yo creo sinceramente que un hombre gay es un hijo de Dios, que tiene derecho a relacionarse con él y que, cuando encuentra el amor, tiene derecho a celebrarlo delante de Dios, celebrar la bendición que significa amar y ser amado.

Creo que mientras no hagamos nuestro este derecho, el derecho de creer en Dios, de relacionarnos con él y hacerlo parte de nuestra vida, porque es un derecho inalienable, y sigamos dando a los líderes religiosos la autoridad de decidir sobre este derecho, las cosas no van a cambiar. Cierto: ejercer nuestro derecho a Dios tiene un costo, pero lo tuvo también el derecho de las mujeres a votar, el derecho de las personas de color de no se esclavizadas, el derecho – tan sonado y re sonado estos días – de ser un país independiente.

No estamos pidiendo un favor, no estamos asistiendo a una muestra de valor de un sacerdote o de un religioso… estamos haciendo nuestro el derecho de ser creyentes y de celebrar el amor que somos capaces de mostrar y de recibir.

Creo que, como decía Séneca, el pueblo tiene el gobierno que se merece; por ello estoy seguro que en la iglesia tenemos los pastores que merecemos, es decir, que si no los queremos así hay que cambiarlos; como le dije a un sacerdote una vez: mientras trates a tu obispo como papá, él te va a tratar como hijo pequeño e inmaduro.

Ejercer nuestro derecho a relacionarnos con Dios a pesar de lo que diga o no diga la doctrina oficial, es una buena manera de dejar se tratar a nuestros obispos como sabios padres, y asumir que ya no somos “hijitos”. Bonhoeffer, el teólogo alemán de la época nazi, lo dijo: El mundo ya es adulto. La relación con la iglesia debe cambiar.

Ojalá otras personas se atrevan a ejercer su derecho a la fe desde su orientación sexual, buena falta nos hace.

J. Álvaro Olvera I.

viernes, octubre 01, 2010

Si Dios fuera necesario...

Leí en el periódico que Stephen Hawking, el merecidamente renombrado físico teórico (y no sé cuántas carreras más tiene el hombre) ha publicado un nuevo libro llamado en inglés “El gran diseño”, en el que habla del origen del Universo. Dicen los que lo han leído, porque aún está en inglés, que en esta obra, el científico se desdice de la afirmación que hizo en su libro anterior “Breve historia del tiempo”; en él, Stephen dejaba abierta la posibilidad de la existencia de Dios pues, según él, este Universo, así como estaba organizado, no negaba la posibilidad de la existencia de un Creador.

En el nuevo libro, dicen, Hawking se desdice: El origen del Universo está en el Big Bang y para que éste sucediera no es necesaria la intervención de ningún Creador, sino sólo de la Fuerza de Gravedad; así mismo, suprime la idea anterior de que el diseño de nuestro sistema solar, tan cuidado en los detalles y que ha hecho posible la vida en la Tierra, sea único.

Al día siguiente había algunas cartas de reacción contraria a las ideas del físico; se le acusa de utilizar a Dios para vender libros, de ceguera ante la evidencia y de inconsistencia. En fin, estas cartas muestran que los creyentes no hemos aprendido nada y seguimos siendo harto ignorantes del sentido de nuestra fe.

Que el Universo, así como está organizado, no hace evidente la existencia de Dios, es obvio. Que la Fuerza de Gravedad es la causa del Big Bang, origen de todo, es obvio. Que no hay evidencias, pruebas, posibilidades razonables para deducir o, al menos dejar abierta la posibilidad de la existencia de Dios en la forma en la que el Universo está hecho, es obvio.

Dios, queridos amigos, NO es necesario. Esta afirmación, cuando menos para la teología católica contemporánea, es algo sabido, asumido y bien afirmado.

No, no hay pruebas de Dios; Dios no es necesario; podemos explicar el Universo sin recurrir a “la hipótesis Dios”. Contrario a lo que pensaba Santo Tomás, y una pléyade de filósofos cristianos luego de él, no hay nada en este Universo que nos lleve a concluir la posibilidad o la existencia de Dios. ¿Por qué?

Por una simple y sencilla razón: Dios, al ser Dios, no es evidente.
No puede haber “pruebas” de su existencia,
No puede haber “evidencias” de su acción,
Nada que nos diga: “Dios” en el mundo físico, nada que nos lo muestre, mucho menos que nos lo demuestre.

Si lo hubiera, Dios no sería Dios, sino un fenómeno más en el mundo de los fenómenos comprobables, visibles y “evidenciables” de nuestro Universo.

Siendo Dios, está más allá de lo comprobable, y su acción en el universo, en caso de que la hubiera, no podría ser más que a través de los fenómenos físicos que sí podemos evidenciar, pues en el mundo físico, Dios actúa (si es que lo hace, repito) en los fenómenos físicos, con sus propias leyes, limitaciones y posibilidades.

Como dice Fr. Thomas Keating: Dios se relaciona con toda la vida, pero desde el nivel propio de cada forma de vida. Entonces, con la célula, Dios “actúa” celularmente, a través de los mecanismos propios de la célula. Observada atentamente, sólo veremos “acción” celular y nada más.

Con el universo, Dios “actúa” con los mecanismos propios del universo, por lo que observado atentamente, no podremos ver más que física, ley de gravedad y Big Bang…

Así, la fe no es asunto de comprobaciones, de evidencias, de pruebas, sino de opción, de apuesta, de correr el riesgo. Podemos vivir sin recurrir a “la hipótesis Dios”, pero algunos, por “una extraña manera” (Juan de la Cruz) decidimos vivir a partir de Dios.

Esta es la parte “irracional” de la apuesta de fe.


J. Álvaro Olvera I.

lunes, septiembre 13, 2010

Reflexiones de un quesque teólogo

Desde hace doce años me han pedido dar clases de teología en diversas partes. Comencé en una parroquia, pero los escenarios han sido de lo más diversos, los últimos fueron dos institutos de teología y el Diplomado en reflexión teológica en la Comunidad Católica Vino Nuevo.

La teología ha sido mi pasión todo este tiempo, sin duda alguna. Leerla, comprenderla y hacerla accesible a la gente es a lo que le he dedicado más tiempo en los últimos años. Y ha sido altamente satisfactorio, no sólo por el alimento intelectual que eso significa, sino por ser testigo de el momento en el que la gente comienza a hacerse preguntas, a reflexionar su fe y a deconstruir aquellos “ladrillos” que ya no les resultan funcionales en la relación con Dios que desean tener.

De un tiempo a esta parte, me ha sido dado mi práctica de “meditación silenciosa”, una mezcla entre la dyhana del sufismo de India y la comunión con la Fuerza de los Jedi. No me refiero a la oración, porque comúnmente la oración es comprendida como diálogo con Dios, y no es eso lo que yo hago. En fin, que a través de esta práctica uno comprende que Dios, si existe, es el Silencio más profundo del Universo, que es su cuerpo.

El Inefable, decían los Padres y Madres de la antigüedad, el que no puede ser puesto en palabras ni conceptos. Y si no hay palabras ni conceptos habrá, eso sí, un Silencio Divino Absoluto, con el que se entra en comunión, obviamente, a través del silencio de la boca, de la mente y del corazón. Como dijo Juan de la Cruz: la más grande necesidad del ser humano es quedarse en silencio ante este gran Dios.

Y si Dios es el Silencio Infinito y se comulga con Él (o con Ella, o con Ello, que aquí el género no existe) a través del silencio… ¿cómo explicar la enseñanza de la teología si no es como un acto de tremenda arrogancia?

Sí, soy y he sido un hombre arrogante, pretendiendo explicar, analizar y “viviseccionar” al Misterio Infinito. Escuchando las grabaciones de “mis clases” descubro no solo la temeridad de quien habla sin saber, sino la arrogancia de quien afirma tajantemente que lo que él dice del Silencio Absoluto es la verdad. No son pocas las veces en las que alguien en la sesión da una opinión (“Dios esto, Dios lo otro, Dios lo de más allá”) para encontrarse con mi “NO, Dios no es así; NO, Dios es asa”, como si yo poseyera el conocimiento que a esa persona le faltare.

¡Dios! ¿Cómo no sentir la arrogancia del teólogo? ¿Cómo regresar el tiempo para aprender a caminar con el grupo en la búsqueda de lo Divino en lugar de dar respuestas rápidas nacidas de los libros de Jon Sobrino, Leonardo Boff o Torres Queiruga?

Hoy me descubro profundamente incoherente con mi idea de un Dios Silencio… Yo he luchado por convertir ese Silencio en palabras, en teología, en clases semanales de dos horas.

Los místicos sólo hablan cuando la obediencia los obliga… yo he hablado porque me ha proporcionado gusto, placer intelectual y, lo reconozco, el orgullo de ser distinto, de ser quien sí sabe, de ser el teólogo “de cabecera” de una Comunidad que busca relacionarse con Dios.

Si lo que digo de Dios no es mi experiencia, entonces es pura demagogia. Si tuviera la experiencia de Dios, ¿podría hablar de ella?

Por eso, he decidido caminar en coherencia. Si Dios es Silencio y se comulga con él en el silencio, es tiempo, pues, de callar.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, junio 18, 2010

¿Por qué hacemos silencio? (parte II)

Sí, hacemos silencio porque queremos mostrar nuestro amor a Dios con el humilde don de nuestra quietud y el canto del corazón (que canta sin palabras). Nuestro encuentro con el Misterio Divino es COMO DOS QUE SE QUIEREN MUCHO. Si bien quedarnos quietos y callados es nuestra manera de decirle “te quiero” existe la otra cara de la moneda: en nuestra práctica Dios nos dice que nos quiere. ¿Cómo?

Se dice que Dios tiene dos “formas de ser”, dos “maneras de acercarse”, dos “rostros”. En la tradición occidental, se han llamado inmanencia y trascendencia. Del lado de la trascendencia, Dios es el Absoluto que está más allá de nuestra idea de lo Absoluto, como dice el maestro budista Thich Nhat Hanh. El Dios más allá de todo lo que está más acá, el inaprensible, el que es Nada de lo que conocemos. Bien.

Del lado de la inmanencia, Dios vive en el fondo de cada corazón humano (y en el fondo del corazón de cada cosa y cada ser que es) Dios ha estado ahí desde el primero momento de tu existencia, pero su presencia es callada, sencilla, simple, al tiempo que poderosa, tanto que según la Biblia es esa presencia (Rúah = aliento) divina la que nos permite existir y ser.

Y la razón por la que Dios ha decidido encarnarse en la carne de tu corazón es su amor por ti. No existe otra razón. Dios no busca su gloria, no busca un club de fans que lo adoren (de hecho, esto lo tiene sin cuidado), no quiere una iglesia o congregación numerosa, no le importan los programas de televisión ni los tele evangelismos; no le importa ser reconocido. Si se encarna en tu carne es para mostrarte su amor con hechos.

Porque el que ama desea la cercanía y la comunión, Dios se ha acercado tanto como le fue posible: tu propio corazón. Si hubiera alguna manera más clara de mostrar su amor por ti, la habría hecho, pero lo que ha encontrado como “argumento definitivo” de su amor por ti es vivir contigo.

Dios te ama tanto y de tal manera, que ha decidido dejar el cielo (o donde quiera que lo hayas puesto) su santo trono (si es que Dios le interesara tener alguno) para compartir contigo el día a día de tu tiempo en este mundo. Ahí está siempre, constantemente, sin que pueda ser de otra manera.

En efecto. NO puede ser de otra manera. La unión que Dios ha deseado tener contigo es indisoluble, infinita, eterna. El pecado (suponiendo que sepamos qué es eso), tu pecado (suponiendo que lo cometas) no puede ni mínimamente afectar la presencia de Dios en ti. Tu moralidad o inmoralidad, tu orientación sexual, tu partido político, tu forma de ganarte la vida… ¿qué es todo eso ante la decisión divina de estar contigo, junto a ti y de ser UNO contigo?

Bien lo comprendieron los cristianos primitivos cuando afirmaban que nada podrá separarnos del amor de Dios, pues todo es menos que polvo cuando se trata de modificar el deseo de Dios de ser tuyo, tan tuyo como tu yo más íntimo.

Y te digo un secreto. Ni siquiera Dios puede romper esa unidad de amor; en el supuesto caso (imposible por demás) que Dios quisiera separarse de ti, no podría. Al ser el amor su naturaleza más auténtica y al ser POR amor que se ha unido a ti, nada, ni él, puede desdecirse de su amor.

En el silencio, palpamos la presencia amorosa de Dios en nosotros. No siempre la sentimos, pero la sabemos porque nos fiamos de su amor poderoso y su poder amoroso. Si la unión con Dios dependiera de mí, pobre de mí, porque seguramente ya no existiría; pero como depende de su amor, puedo entregarme a la certeza de que ahí está, en lo profundo de mí, permitiéndome ser quien soy y ser como soy; amando quien soy y como soy; compartiendo mi ser y mi hacer.

A través de nuestro silencio nos entregamos a esa presencia, le decimos que “sí” y nos abrimos a su acción diciendo, de nuevo sin palabras: Tú que me amas, ensancha mi corazón para que aprenda a amar.

J. Álvaro Olvera I.

jueves, junio 17, 2010

¿Por qué hacemos silencio?

Como sabes, una de nuestras prácticas, además de celebrar la eucaristía, estudia teología y convivir, es sentarnos en silencio para entrar en comunión con Dios (o con lo más profundo y auténtico de uno mismo, que es decir lo mismo). Esta práctica es tan importante para nosotros que le dedicamos un día a la semana para hacerla juntos y tres días al año para irnos de retiro a fin de tener largos espacios de silencio y soledad.

La práctica del silencio tiene varias razones de ser, de algunas ya hemos hablado en otro momento. Hoy quiero hablarte de una de ellas: Hacemos silencio porque el amor está más allá de las palabras y queremos mostrar a Dios el amor que le tenemos.

Sí, amamos a Dios (por lo menos le tenemos cariño) y cuando hay amor, es impensable no estar juntos, no comunicarse, no compartir el misterio que es cada uno. Esa es nuestra práctica de silencio: comunicarnos, comulgar con Dios, estar juntos como dos que se quieren mucho.

Y lo hacemos en silencio porque… ¿qué palabras podríamos usar? ¿Qué diríamos que Dios no sepa de antemano? ¿Qué palabras podrían expresar la realidad de nuestro interior, nuestra intimidad más honda? ¿Qué frases podrían expresar lo que Él nos dice sin palabras?

Se trata se ESTAR, y no estar de cualquier manera, como estamos con los demás pasajeros en el metro o como estamos con los demás comensales en un restaurante de hamburguesas “rápidas”. No, se trata de un estar COMO DOS QUE SE QUIEREN MUCHO.

Si tu práctica es matutina, se trata de estar como dos que se quieren mucho y que despiertan en la misma cama, luego de una noche de sueño compartido; como dos que se encuentran en la cocina – con el café preparado – de prisa por salir al trabajo; como dos que se mandan un mensaje con el teléfono móvil a media mañana sólo para decirse que están pensando el uno en el otro.

Si tu práctica es nocturna (como en mi caso) se trata de estar como dos que se quieren mucho y que se encuentran en casa luego de un día de trabajo en distintas oficinas; como dos que dejan fuera el trabajo, los amigos, el tráfico, para darse juntos un baño tibio; como dos que comparten la cena y se acuestan en la misma cama, dándose un beso de buenas noches y, quizá, recargándose uno en el pecho del otro.

Y todo esto, que no es posible hacer físicamente y para lo que las palabras no alcanzan, a través de nuestro silencio, de ese espacio de algunos minutos (o quizá horas) en las que los dos que se quieren mucho se encuentran, se miran a los ojos, sienten crecer dentro de sí la ternura y se dicen, sin palabras: Te quiero.


J. Álvaro Olvera I.

domingo, mayo 23, 2010

La unicidad en el Espíritu

La lectura de Pablo a los Corintios pone de relieve la novedad que acontece en la persona y el mensaje de Jesús: todos somos uno. Para dejar bien claro la dimensión de esta unicidad, Pablo recurre a la oposición de contrarios: por un lado judíos y gentiles, por otro, esclavos y libres. ¿Por qué estos términos?

Para nosotros es de lo más inocuo contraponer judíos y gentiles, esclavos y libres, pues en nuestra sociedad se han perdido ya estos contrastes, sin embargo, en la sociedad de Pablo estas clases de personas eran lo más desemejante que podía haber. La contraposición de Pablo, situada en su contexto social, es escandalosa, blasfema, una “cachetada sin guante blanco” para sus oyentes que, por cierto, pertenecían a las cuatro clases citadas por él.

¿Blasfema? Sí. A los oídos de los judíos, la unicidad e igualdad que Pablo proclama entre ellos y los gentiles es blasfema (un insulto a Dios) porque, recordemos, los judíos son, desde su perspectiva, el único pueblo elegido por el único Dios verdadero, que conoce la única voluntad de Dios manifestada en la única Ley dada por Dios a la humanidad; Dios ha hecho un único pacto y se relaciona con el pueblo judío de manera única, inigualable (y que quede claro que no digo que esto no sea así)

Los gentiles, por su parte, eran considerados salvajes que tenían costumbres bárbaras, infamantes, degradantes (como recurrir al homosexualismo); prácticas estúpidas y retrógradas (como adorar animales o sacrificar seres humanos) Sus dioses eran tan vanos y llenos de deseos rastreros como los mismos gentiles… en fin, esto eran para los judíos, por ello eran despreciados y se evitaba el contacto con ellos (¿recuerdas que el evangelio nos dice que los sacerdotes no quisieron entrar en la casa de Pilatos para no contaminarse?)

Que a los ojos de Dios no hubiera distinción entre unos y otros. Que la Ley de unos fuera superada y que estuviera al mismo nivela que la de los otros. Que la adoración de unos fuera como la de los otros. Que unos estuvieran llamados a amar a los otros… eran palabras mayores para los judíos.

¿Escandalosa? La segunda contraposición se entiende como tal a los oídos de los gentiles. Recordemos que para ellos, los esclavos no son nada, no son seres humanos. Por ello los gentiles (especialmente los romanos y griegos que es a quienes Pablo tiene en mente) podían vender, usar, maltratar, asesinar, violar, explotar y dejar en la calle a los esclavos sin problemas. El Derecho Romano, tan sabio en muchas cosas, simplemente no aplicaba a los esclavos, quienes no tenían más derecho que servir hasta la muerte.

Los no-ciudadanos, los degradados, son comparados con los ciudadanos, con aquellos que tenían un rango, una respetabilidad y un honor que los hacía SER en aquel mundo. Según Pablo, a los ojos de Dios no hay diferencias, no hay rangos, no hay apellidos, no hay sangre azul que valga. Los gentiles deben tratar a sus esclavos como hermanos, con lo que se pone de cabeza la estructura de la sociedad de aquel tiempo.

Sinceramente, palabras mayores.

¿Qué contraposiciones haría Pablo hoy? No es necesario esforzarse mucho para trasladar aquellas palabras a nuestra realidad, que es lo que debemos hacer para seguir a Jesús en nuestro tiempo.

“Para Dios ya no hay varones ni mujeres (y que oigan los machistas)
Ya no hay homosexuales y heterosexuales (y que lo oiga el Cardenal)
Ya no hay curas pederastas y curas "inocentes" (y que lo oigan las víctimas y el Papa)
Ya no hay afeminados y "machines" (y que lo oigan los homosexuales)
Ya no hay indígenas y "civilizados" (y que lo oigan los gobiernos)
Ya no hay católicos y evangélicos (y que lo oigan en Chiapas o Irlanda)
Ya no hay seropositivos y "los que sí se cuidan" (y que lo oigan todos)
Ya no hay palestinos y judíos (y que lo oigan en Israel)
Ya no hay indocumentados y norteamericanos (y que lo oigan en Arizona)
Ya no hay talibanes, etarras, negros, putas o drogadictos opuestos a la gente que se siente distinta, porque Dios ha derribado las murallas con las que nos separábamos para dejar claro que a sus ojos todos somos iguales, un solo pueblo, una sola humanidad necesitada de su Gracia por igual”

Como ayer, la Palabra nos deja con muchas cosas por cambiar.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, mayo 07, 2010

Las muestras del amor

En el evangelio del domingo pasado escuchamos a Jesús diciendo que sólo hay una forma en la que la gente sabrá que somos discípulos de tal Maestro, y esto es por las manifestaciones de nuestro amor.

Y claro, no se refiere al amor romántico, de ese que se pasa el día diciendo “aleluya”, “gloria a Dios”. Tampoco es el amor frío e intelectual de quienes desprecian las prácticas devocionales en nombre de algo más “racional” pero que en buscar prácticas “teológicamente puras” acaban por no hacer nada.

El amor del que habla Jesús es, en mi experiencia, el de las obras concretas: Saludar a la señora que vende los boletos en el metro, ceder el paso a otro auto aun en medio del tráfico y la prisa, tratar al cliente no como un objeto potencial de ganancia, sino como alguien que me permite ganarme la vida. El amor que no teme tomar una cerveza con aquel que no hace sino quejarse y quejarse por las mismas cosas desde hace tres años; ir al café con el amigo que se siente depre; rezar el rosario con la abuela que no tiene ya con quien rezar; poner el garrafón del agua en el dispensador para ahorrarle a la chava de la limpieza el tener que hacerlo; poner a remojar el sartén que el otro dejó olvidado; ir la hospital de los niños con cáncer para alegrarles un poco disfrazado de payaso o de súper héroe…

El amor del que nos habla Jesús no es complicado, es tan simple como respirar. Se trata de vivir con la conciencia de que todas las personas son sagradas, que los actos más ordinarios tienen todo el poder de un Dios sencillo y que cada vez que alguien se acerca, de un modo incomprensible, es Dios mismo quien se acerca y nos ofrece la posibilidad de hacer algo para demostrar nuestro amor a la humanidad, a nosotros mismos, a todos los seres sensibles y a Él con todos y en todos.

Este mañana, por ejemplo, observé a un hombre joven hablar a un pequeñín (supongo que sería su hijo) No era lo que le decía, sino el tono de su voz, la forma de mirarlo, la ternura que adiviné en él lo que me hizo darme cuenta de que el amor es simple, sencillo, tan “banal” como decirle a un niño cómo desenvolver su sándwich.

Sólo a través de este amor en práctica (porque ya estamos hasta el queque de teorías y dogmas sobre el amor y la manera “moral” de amar) la gente podrá captar que vivimos la vida con una profundidad distinta, que vemos a los demás con ojos que captan “más allá de lo evidente” como decía la caricatura aquella de los Thundercats.

Sí, eso me gusta: ver más allá de lo evidente y descubrir las huellas de lo sagrado, de lo amoroso, de lo compasivo, de Dios, y actuar en congruencia.

Sospecho que si vivimos así tarde o temprano alguien preguntará por nuestro “principio y fundamento” para vivir así y quizá, sólo quizá, podrá preguntarse por el Maestro que nos ha enseñado a vivir de ese modo.

Que aprendamos a amar así.



J. Álvaro Olvera I.

martes, abril 27, 2010

Un mundo adulto

Tuve un diálogo de los más interesante esta mañana. Hablando de otros asuntos, en medio del café, un joven universitario me decía que en la facultad se hizo una exposición sobre la Compañía de Jesús; el alumno encargado hizo una presentación sobre la espiritualidad jesuita “muy buena”, me dijo mi interlocutor, “pero al final preguntaba: ¿tú que has hecho, que haces y que harás por Jesús?, y esto desató mucha incomodidad en los compañeros”

Sí, ya lo dijo Bonhoeffer hace unas décadas: Dios, Jesús, la fe, la oración… son palabras tan cargadas de significados, aceptémoslo, oscuros o cuando menos grises, que no pueden menos que despertar resquemor en la gente que las escucha. Justo o injusto, no sé, pero es real.

Entonces la propuesta de Bonhoeffer de un cristianismo anónimo, callado, casi secreto, cobra vigencia. ¿Fue Rahner quien dijo que el cristiano de este siglo o sería místico o no sería? Pues el mismo agregó que ese cristiano místico sería igualmente alguien a quien la palabra “Dios” no le saliera tan fácil. Etty Hillesum pensaba que hablar de Dios en el campo de concentración y en los tiempos que corrían era casi una blasfemia (no contra Dios, sino contra el ser humano)

Se trata, si he comprendido bien a estos dos compañeros de camino, de vivir intensa y radicalmente COMO Jesús, pero sin decirlo, sin siquiera mencionar una sola palabra que pertenezca al universo religioso. Si vivimos COMO Jesús existe la posibilidad, pequeña pero real, de que algún día, alguien, nos haga la pregunta de por qué vivimos como vivimos. Ese sería el momento de hace explícita la fe en el Dios en quien existimos, nos movemos y somos.

Ad intra, en los espacios y con las personas creyentes, la confesión de fe puede ser explícita, aunque, desde mi experiencia, siempre cuidadosa pues cada persona y cada grupo religioso entiende cosas distintas cuando uno usa palabras religiosas. Me pasó una vez, yo hablaba con un grupo de religiosas sobre seguir a Jesús, ellas comprendían obediencia a la iglesia, yo me refería a la búsqueda de los últimos de la sociedad; o cuando hablaba de oración y los estudiantes de filosofía entendieron fidelidad a la Liturgia de las Horas, cosa que a mí, por supuesto, ni se me había ocurrido.

Tener un cierto pudor para hablar de Dios, sabiendo que muchas veces la misma palabra puede ser interpretada de un modo opuesto a lo que uno quiere decir. Que la intimidad que uno vive con Dios sea eso, intimidad, conocida por pocos, vislumbrada por muchos NO en palabras, frases, libros, cruces al pecho o rosarios en la mano, mitras, estolas o hábitos, sino en la identificación con Jesús.

En un mundo adulto no cabe ya hablar de Jesús, sino SER, VOLVERNOS Jesús (que es otro modo de decir volvernos auténticamente nosotros mismos). Para que viéndome “jesuificado” la gente pueda ver la luz que alumbra la casa, porque se puso sobre el candelero y no bajo la cama.


J. Álvaro Olvera I.

lunes, abril 05, 2010

Como santo Tomás

Nos dice el Evangelio que dos discípulos van al sepulcro a comprobar la desaparición del cuerpo de Jesús. Uno llega primero al sepulcro, pero no entra; el otro llega y entra. Ambos ven los lienzos con los que estaba cubierto el cuerpo. Uno ve y no pasa nada; el otro ve y cree, pero el texto agrega un dato curiosísimo: ninguno de los dos había comprendido las Escrituras donde se decía que Jesús iba a resucitar.

Y digo que es un dato curiosísimo que revela dos posturas ante una misma situación. Ninguno de los dos “había comprendido” y ven los lienzos, y siguen sin comprender, pero uno cree y el otro no.

Creer sin comprender y sin ver es absurdo. Creer si comprender porque se ha visto, es la actitud del discípulo. No puedo comprenderlo todo, pero algo tiene que ser accesible para mi desde la experiencia. Aquí es donde fallan todos los intentos por anunciar a Dios a la gente, pues hablamos de él, lo explicamos, lo racionalizamos, hacemos hermosas teologías y teodiceas, pero nada de eso nace de una experiencia que los demás puedan VER para CREEER.

Si nos preguntamos quién es el líder religioso más creíble en este momento, la respuesta de muchos es: El Dalai Lama. ¿Por qué? Porque algo vemos en él que nos lleva a creer que es un hombre congruente, fiel a su espiritualidad, consciente de sí mismo y de su responsabilidad como líder espiritual.

¿Qué VEMOS cuando miramos a nuestros sacerdotes y obispos? ¿Qué VEMOS cuando leemos noticias o escuchamos discursos del Papa? No lo sé, pero es claro que lo que vemos no nos está llevando a CREER.

¿Y qué ve la gente en mí? ¿Soy posibilidad de que otros CREAN? Buena pregunta para comenzar el tiempo de Pascua, el tiempo de lo nuevo, de los lienzos doblados y el sepulcro vacío.

Que el Resucitado (a quien no VEMOS pero en quien CREEMOS) nos haga ser VISTOS para que él sea CREIDO.
J. Álvaro Olvera I

Viernes de fracaso

Jesús se equivocó varias veces.

En Galilea pensó que el Reino sería una especie de revolución inmediata en la que Dios metería las manos para cambiar las cosas… y acabó en lo que los teólogos llaman “la crisis Galilea”, en la que Jesús comprobó que el asunto del Reino no sería como se lo había imaginado ni como lo había predicado a los campesinos y los pobres.

Cuando pensó que su pueblo aceptaría su mensaje porque venía de parte de Dios, tuvo que asumir que no era así: la gente del pueblo lo buscaba para ver signos milagrosos y los líderes políticos y religiosos lo buscaban para matarlo. Al principio no quiso saber nada de los extranjeros porque se sentía “enviado a las tribus perdidas de Israel”, cuando estas tribus lo rechazaron o no lo comprendieron, se alejó a la frontera para escapar y encontró la fe de los paganos que “comen de lo que cae de la mesa de los hijos”, es decir, de lo que los hijos no quieren.

La última semana de su vida, subió a Jerusalén pensando que su Dios lo libraría si se metía a la boca del lobo. Lo buscaban para matarlo, él lo sabía y aún así se metió al Templo y armó un sanquintín con los mercaderes, que eran el negocio redondo del Sumo Sacerdote, su acérrimo enemigo. Pensó que Dios lo libraría, y tuvo que enfrentar la verdad, Dios guardaba silencio y dejó que Jesús cargara con las consecuencias de sus actos.

El viernes la misión de Jesús acabó en el fracaso. Las expectativas de Jesús fueron aniquiladas, su esperanza acabó en la cruz y todo el trabajo de sus años de ministerio se fue a la basura, pues incluso sus seguidores más cercanos “no comprendían” y lo abandonaron.

Por favor, no suavicemos la escena con aquello de “ah, pero él sabía lo que iba a pasar” que esas son teologías del pasado. Jesús era plenamente humano y como tal tuvo que enfrentarse a lo que podía ver, a la realidad que se le imponía, sin bolas de cristal, sin magias, sin fetiches protectores ni creencias “opio del pueblo”. Por eso clama el abandono de su Padre.

El viernes santo es el día del fracaso, del poder que se impone, de la violencia que mata, de los cambios que no llegan.

Recordémoslo cuando nos toque a nosotros. Dios no evitó el fracaso de Jesús ¿por qué habría de hacerlo con nosotros? Ni las mejores novenas harán que Dios haga algo así.

Miremos a Jesús, que en medio del fracaso más existencial, confió.

Confiemos... eso es lo que se llama fe.


J. Álvaro Olvera I.

Sólo el pan partido puede ser compartido

Jueves santo, el día de la fiesta del pan. Todos los cristianos, cada uno de acuerdo a su tradición, hacemos memorial de la noche en que Jesús se despidió de sus amigos y amigas, cenando con ellos y dejando su forma de vida y su mensaje para ellos bajo el símbolo del pan.

El pan de Jesús simboliza su forma de vivir, sus opciones, su “filosofía de vida”. Todo lo que Jesús dijo e hizo en su ministerio: su amor a los pobres, su cercanía a las mujeres, su respeto por los niños, su compasión por los rechazados de su sociedad, la pasión que ponía en “las cosas de su Padre”… todo ello es simbolizado por Jesús en un pan. Como el pan, Jesús es sencillo, común, cotidiano.

Como el pan, Jesús ha sido molido por los acontecimientos, la vida y sus dificultades, el dolor suyo y de la gente lo han triturado para unificarlo después. Al inicio pensó que el Reino llegaría de acuerdo a sus deseos, a sus expectativas y comprobó su fracaso. Luego pensó que subir a Jerusalén y ponerse en el ojo del huracán sería fácil porque su Padre lo salvaría, y comprobó que no era así. Pidió no beber el cáliz, pero no había de otra que aceptar que sus planes no eran los adecuados. Al final de su vida, justo un jueves como hoy, Jesús entendió que la vida sólo tiene sentido cuando uno se da para que los otros puedan seguir.

Quienes pretendemos vivir como Jesús (a pesar del atrevimiento de pretenderlo) somos pan, como Jesús es pan, y hemos de constatar que estamos partidos.

Nuestra vida no es fácil, no es color de rosa a pesar de que la sociedad quiera pintarnos todo de ese color a través del poder y del tener. Las personas crecemos en medio del dolor, de las pérdidas, de las opciones y renuncias. Nuestros seres queridos enferman, envejecen y mueren, o simplemente nos cambian por otros a quienes consideran mejores. Cambiamos de trabajo o de casa, dejando a quienes han sido importantes para nosotros.

Además de esta “partición” externa, estamos partidos por dentro. Somos incongruentes, no hallamos la plenitud que buscamos, no estamos satisfechos. Queremos entregarnos por amor, y acabamos dañando; queremos abrirnos a la comunión y al mismo tiempo nos sorprendemos siendo causa de separación; queremos amar a nuestros amigos y acabamos criticándolos, haciéndolos polvo. Hacemos lo que no nos gusta, no nos gusta lo que hacemos; queremos paz y vivimos ansiosos; decimos que las cosas materiales no son lo más importante, pero no dormimos pensando en lo que no podemos acabar de pagar.

Nuestro cuerpo no nos acaba de pertenecer, lo mismo que nuestras emociones. Ni siquiera somos capaces de controlar nuestra imaginación “la loca de la casa”, y vivimos proyectados al futuro o al pasado. Nuestra sexualidad, siendo un don de vida, algo mundanamente sagrado y sagradamente mundano, nos desconcierta pues la gozamos, pero no nos deja satisfechos como si intuyéramos que hay algo más.

Sí, estamos partidos, cuando menos yo si lo estoy y lo compruebo día a día.

Pero ¿sabes?, sólo el pan partido puede ser compartido, como bien comprendió Jesús.

Asumir mi “partición”, mis fracturas, mis cañadas oscuras, aquello que me divide de mí mismo, asumirlo y abrazarlo en actitud compasiva es la única forma de poder ser compartidos. ¿No lo has notado? Una persona que rechaza su “partición” no alimenta a nadie, pues vive encerrado en sí mismo. Una persona que acepta humildemente la verdad de sus fracturas se vuelve sencilla, amable.

Que, como Jesús, podamos asumir nuestras rupturas (sí, él también tuvo que hacerlo) para poder ser repartidos. El mundo tiene hambre.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, marzo 19, 2010

Las dos justicias

Leemos en la segunda lectura del domingo 21:

“Así podré estar unido a Cristo Jesús no con mi propia justicia (que procede de la Ley) sino con aquella que nace de la fe, la que viene de Dios.”

Cuando pensamos en la justicia, solemos dar por sentado que sabemos de qué hablamos y de que todo mundo comprende lo mismo con esa palabra. Si la gente escucha hablar de lo que es justo, de un juicio, de juzgar o de un juez, comprende lo mismo: el acto de dar a cada uno el fruto de sus acciones; premio si son buenas, castigo si son malas.

Al aplicar esas palabras a Dios, ya sabemos el resultado. La gente piensa en un Dios que los va a castigar o a premiar por su conducta, mediante un juicio donde Dios no se dejará llevar por nada que no sea la estricta justicia. Al final, Dios da el cielo o el infierno.

Sin embargo, la segunda lectura, nos habla de dos tipos de justicia que se oponen entre sí, la justicia de Pablo, la nuestra, la humana que nace de la ley, y la justicia que viene de Dios. Como podemos ver, no se trata de la misma clase de justicia.

El juicio que viene de la ley es posibilidad de absolución o de condenación, tienes 50% de oportunidades de ser premiado y 50% de ser castigado, dependiendo siempre de la decisión del Juez en base a lo que has hecho. Es la justicia distributiva, que da a cada uno lo que éste merece. Si te miras a ti mismo desde esta justicia, seguro te hallarás carente, vulnerable, más cerca del castigo que de la absolución.

Muchas personas, especialmente gays, se miran a sí mismos y se juzgan a sí mismos desde este tipo de ley: que si soy un mal hijo, que si defraude a mis padres, que si soy un desviado, que si mi conducta es reprobable, que si yo sé que lo que hago está mal… ¿resultado? Una persona no plena, viviendo en culpa y en angustia, sabiendo que no es, y nunca será, una persona digna de ser amada. Me ha tocado escuchar a chavos gay que se viven desde esta dimensión y, por ende, se van conformando con relaciones poco sanas, violencia familiar, etc., pues al fin y al cabo – como me dijo alguno de ellos una vez – “he sido un cochino y esa es mi cruz”

Mirarnos con nuestra propia justicia nos hace desproporcionar la verdad. O nos creemos más de lo que somos o de plano, menos (y algunos psicólogos dicen que ambas cosas son más bien muestras de un complejo de inferioridad) además, el juicio de nosotros mismos va a nacer de nuestras heridas, de nuestros traumas, por eso no es un juicio auténtico.

Pero hay otro tipo de justicia, de juicio, de juez… Dios. Y no creas que Dios juzga con los mismos criterios que nosotros, pues como dice la Escritura “sus caminos no son mis caminos”. ¿En qué consiste la justicia de Dios? Tsedaqqah, que es la palabra hebrea que define la justicia de Dios, se pude traducir como “justificar”, es decir, hacer justo al que lo no es. En este sentido, Dios no juzga dando a cada uno lo que le toca por sus acciones, sino dando a cada uno lo que necesita, y todos necesitamos su amor, su perdón, su bendición, su compañía… su salvación.

La justicia de Dios es hacernos justos. El juicio de Dios es perdón y misericordia. La mirada justa de Dios sobre cada uno de nosotros es compasiva. Por eso, desde su justicia divina, Dios nos dice:
“No eres lo que crees que eres, no vales lo que crees que vales, deja ya de pensar en eso y de juzgarte con tu propia justicia. Acepta que Yo te amo, que eres mi hijo(a) amado(a). Así es como Yo te veo, así es como Yo te juzgo, así es como Yo te justifico, así es como Yo te salvo.”

Si hago caso a mi propia justicia, estoy perdido (¿tú no?)

Que Dios me justifique me da alas para poder recuperar mi dignidad, mi belleza original y para poder amar y ser amado. Sólo así podré “conocer el poder de la Resurrección de Cristo”, como dice la lectura, y su obra será completa en mí para beneficio de toda la creación.

Oremos para comprender el juicio de Dios sobre nosotros.


J. Álvaro Olvera I.

lunes, marzo 08, 2010

El nombre de Dios

La primera lectura del domingo pasado nos narraba el episodio de la zarza ardiente, el encuentro de Moisés con Dios. Más allá de los elementos simbólicos que tejen esta “teofanía” (manifestación divina) que son por demás bellos e interesantes, quiero reflexionar sobre el nombre de este Dios misterioso.

Moisés le pregunta por su nombre; el nombre es símbolo de la identidad, es como si Moisés le dijera no tanto como te llamas, si no ¿qué te hace diferente a los demás dioses, a los dioses del poderoso Egipto? ¿Cuál es tu identidad? Este ser divino desconocido da dos respuestas, en una dice: “Yo soy”.

Sin embargo, al final de la lectura, cuando Dios repite su nombre y da instrucciones a Moisés, leemos algo distinto: “El Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para siempre y así será invocado en todos los tiempos futuros.”

Así, pues, el nombre de Dios no es “Yo soy”, sino “El Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” y esto me encanta, pues nos revela más de Dios que aquel “Yo soy” del principio.

Porque ¿quién es Abraham? Es el símbolo de aquellos que no logramos hacer realidad nuestros sueños, de aquellos que nos sentimos fracasados o frustrados; es símbolo de quienes “no podemos” con la carga, con la vida, con el paquete. Símbolo de quienes vemos que nuestra vida pasa y se ve acabando, y nomás nada.

¿Isaac? Símbolo de aquellos que, en manos de un poder más grande, son dispuestos al sacrificio. Me recuerda a los obreros, a las mujeres que trabajan en la maquila, a los indígenas… todos quienes pueden ser sacrificados en nombre de ideales altos, de dinero o de ciertas creencias.

Y Jacobo, por último, es símbolo de los que son engañados, estafados. Aquellos que trabajan duro por alcanzar sus ideales y se tienen que conformar con lo que la vida les permite tener. Como dijo una joven del bachillerato: “tu puedes tener muchos sueños y planes, pero la vida es dura y no siempre te deja cumplirlos”.

La identidad de este Dios es distinta. No se junta con los buenos, con los que no hacen nada indebido o “inmoral” (recordemos que Abraham presentó a Sara como si fuera su hermana cuando era su esposa y Jacob engañó a su padre haciéndose pasar por su hermano, además de que tuvo más de una esposa) Este Dios se junta con las víctimas, con los mal vistos, con los que andan agobiados por la carga de la vida y no haya que hacer.

Pensando en este momento de mi vida, en lo que estoy viviendo, que Dios sea así me da mucha esperanza, porque yo, como los antiguos patriarcas, también miento, engaño, juego chueco, me quejo, trabajo duro, pero no alcanzo mis sueños y a veces me siento cansado de seguir.

Y este nombre es aquel con el que Dios quiere ser invocado para siempre.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, marzo 05, 2010

Las víctimas olvidadas

Ayer vi, por recomendación de un fraile, una película francesa sobre las personas homosexuales en la Francia ocupada por los Nazis. El filme se llama “Un amor para ocultar” y lo puedes ver en doce partes en una conocida página donde la gente sube videos. Te la recomiendo.

La peli muestra el destino de una pareja de varones que bajo el régimen de ocupación: encarcelamiento, tortura, reeducación, asesinato, experimentos pseudo científicos que llegaron a la lobotomía (extirpación de una zona del cerebro)

Poca gente sabe que, luego de los judíos, los homosexuales fueron el segundo lugar en número de víctimas de los Nazis. La humillación de portar un triángulo rosa sobre la ropa, las deportaciones, los campos de trabajo, los intentos por “volverlos hombres y dignos de ese nombre” y las atrocidades de que fueron víctimas miles de personas por el sólo crimen de su orientación sexual han pasado prácticamente desapercibidas para el mundo.

No hay un Spilberg gay que haya roto el silencio y, claro, no hay una comunidad económicamente capaz de pagar filmes que cuenten al mundo la verdad. NO hay mártires reconocidos, ni santos canonizados entre los homosexuales cristianos (que dicho sea de paso siempre han existido y existirán) que fuera y dentro de los Campos mostraron solidaridad, compasión, fe y el coraje propio del Espíritu.

Poca gente lo sabe, y a poca gente le importa, tratándose de homosexuales. Ni siquiera sabemos el número exacto de víctimas, como podemos leer en el artículo de Wikipendia:

"Debido a que muchos homosexuales fueron torturados y asesinados por su origen judío, es difícil dar cifras concretas de este grupo. Sin embargo se puede estimar su cantidad entre unas 5.000 y 15.000 personas. El grupo de internos con el triángulo rosa tuvo una tasa de mortandad del 60%, una cifra por encima de la media para prisioneros “no judíos”. La razón podría estar en que a menudo estaban aislados, a veces evitados y mantenidos a distancia por los demás reclusos por estar marcados como “diferentes”."

Es increíble y espantoso lo que el mundo hace cundo quiere deshacerse de los diferentes, de los que le provocan miedo.

Hoy, a través de este breve escrito, quiero recordar a quienes sufrieron, murieron y sobrevivieron al exterminio nazi por su orientación sexual y, con ellos, a quienes siguen pasando hoy “las de Caín”, porque Nazis ya no hay, pero la ideología de fondo está presente en la sociedad.


J. Álvaro Olvera I.

martes, enero 26, 2010

Carta abierta al Cardenal Norberto

Independientemente de que el concepto de familia es tan cambiante como la misma sociedad que lo acuña (pero de eso hablen los sociólogos) he estado pensando en el modelo de familia que pareces estar defendiendo a capa y espada, y me he topado con algunas cosas que quisiera comentarte en pro de la reflexión, nunca del ataque, pues no hablo desde la izquierda, ni desde el resentimiento, ni desde “el Estado laico” que paree significar que los políticos sin religión son los únicos ideales para legislar, cuyas opiniones serían el non plus ultra de la libertad. Quienes hemos estudiado un poco la historia sabemos que esto es, además de irreal, fuente de tantos peligros como el integrismo religioso más radical.


No, hermano, te hablo desde la fe común, desde el amor por la iglesia de Jesús (subrayo esto último) y desde el respeto que me mereces. Pero sí, te hablo y, como hermano, te hablo fuerte; ojalá que nuestras diferencias no anulen nuestra capacidad de escucharnos.


Si revisas con calma, te darás cuenta que más del 95% de los casos de abuso sexual infantil se dan dentro del núcleo de la familia que defiendes. Si, el abuso sexual atenta contra la familia, pero quienes lo practican no son los homosexuales, sino los heterosexuales, especialmente los padres y madres. Una buena campaña, siguiendo tu lógica ante los homosexuales, sería que la iglesia prohibiera a los heterosexuales tener hijos, pues estadísticamente abusan de ellos muchísimo más de lo que estadísticamente hacen los homosexuales mencionados en el artículo de “Desde la fe”.


El alcohol atenta contra las familias. Ay Norberto, si sólo hay que ver los niveles de alcoholismo de nuestro pueblo y comprobar que donde hay alcohol, hay violencia intrafamiliar. Una buena campaña, siguiendo tu lógica ante los homosexuales, sería que la iglesia pidiera al Estado el cierre absoluto de empresas como Bacardí, Pedro Domecq, etc., que están destruyendo familias con sus productos. Estadísticamente, los heterosexuales alcohólicos ejerciendo violencia contra su propia familia son mayoría aplastante. Ahora bien, si cerraran esas empresas nos quedaríamos sin vino para consagrar y qué tomarían nuestros hermanos sacerdotes en su reuniones de zona o vicariato, porque, en honor a la verdad, les gusta bastante echarse sus alcoholes (y esto nadie me lo dijo ni lo estoy inventando, yo mismo he estado ahí y soy testigo)


Como ves, hermano, los atentados contra la familia, los reales, vienen de otros frentes, están documentados y reconocidos como tales. Los otros, los que estás imaginando (o ha imaginado quien escribe en “Desde la fe”) nacen más bien del prejuicio, del desconocimiento de la realidad y de miedos arraigados en el inconsciente.


Que un sacerdote abuse de un niño no hace que todos sean violadores. Que un homosexual abuse de un hijo no es signo de que todos van a hacerlo, no fantasees hermano, que esas fantasías llevadas a la prensa como declaración hacen mucho daño en boca de un ministro de Dios.


Así como no es justo que acusen a todos los sacerdotes de ladrones, pederastas o borrachos, tampoco es justo que “Desde la fe” acuse a todos los homosexuales de desviados, potenciales violadores de sus hijos adoptivos y como la única amenaza a la familia que concibes. En justicia, en el nombre de la simple justicia, deberías hacer callar esas generalizaciones.


Abre los ojos, hermano, que a tu alrededor hay muchos homosexuales que están sirviendo a la iglesia con mucho amor, con mucha calidad humana y más de uno ha tenido una experiencia muy profunda y seria de Dios que, sin duda, está sosteniendo el trabajo evangelizador en más de una parroquia.


Quién sabe, hermano, a lo mejor mucho de lo que la Arquidiócesis está logrando en orden a acercar a la gente a Jesús está sostenido por algunos homosexuales que han decidido abrirse totalmente al Misterio Divino, aun siendo rechazados por sus propios hermanos de iglesia.



Con mi oración para que tú y yo tengamos un entendimiento más profundo del evangelio, me despido.



J. Álvaro Olvera I.

jueves, enero 14, 2010

Cuando los hermanos se encuentran

No recuerdo haberlo visto antes, quizá sí, pero no lo recuerdo.

La matanza del 68; la crisis del 2000; los asesinatos del crimen organizado; la pederastia clerical… estos temas fueron o son de tanta importancia para la vida del país, pero no lograron (repito, que yo recuerde) lo que ha logrado el matrimonio gay: reunir a la iglesia evangélica, al ortodoxa y la romana en un mismo acto de culto, en una misma postura. Esto nos da una idea del tamaño del “enemigo” que las iglesias están viendo en la propuesta de ley. Nada nuevo, las iglesias cristianas (salvo la anglicana) siempre han sido así y siempre han pensado así, esto es una muestra más, una desafortunada e insultante forma más, de mostrar a la gente homosexual que sus respectivas jerarquías NO están dispuestas ni siquiera al diálogo, no digamos a modificar su postura.

Triste y doloroso para todos los gays, pero sobre todo para quienes queremos seguir viviendo nuestra fe sin renunciar a nuestra realidad. Como me dijo una vez el anterior Obispo anglicano: quieres ser romano y acercar a los gays a una iglesia que no los acepta… ¿no crees que es por lo menos algo raro? En aquel tiempo pensaba que no, luego me di cuenta de que tenía razón.

La discusión sobre el matrimonio homosexual está poniendo sobre la mesa, para los creyentes gays, el dilema de pertenecer o no a una iglesia que piensa así, cómo pertenecer, a qué iglesia ir si no es a esta y si, al fin, habría que pertenecer o no a alguna denominación cristiana. Sé que para los no creyentes tal dilema es un sofisma, pero para nosotros, créanme, es un dilema doloroso.

Miles de homosexuales, educados en la idea de que su iglesia es la única verdadera y el único medio para “salvarse”, se quedarán ahí, escuchando toda la discusión, leyendo lo que dicen sobre ellos sus pastores. ¡Cuánta culpa, cuánto dolor he visto en ellos! Se saben rechazados, pero no ven más camino que quedarse en su iglesia, tratad de “comportarse” y vivir sabiendo que están “en la tablita”, jugándose su “salvación” en cada encuentro con otro hombre.

Algunos han decidido dejar por completo el cristianismo organizado: no se congregan, no tienen grupos de referencia, su fe es un asunto personal, aman a Jesús, pero han dado un “no” rotundo a las iglesias o grupos de creyentes.

Otros, algunos amigos míos, han pasado a la iglesia anglicana, la única que tiene una postura distinta entre las iglesias cristianas tradicionales. Decidieron dejar una iglesia que no los acepta e ir a una que sí lo hace.

Los menos hemos formado pequeños grupos, comunidades donde continuamos viviendo lo mejor de nuestra tradición, pero sin aceptar ningún punto doctrinal sobre la homosexualidad. Existen comunidades católicas romanas, evangélicas, metodistas, etc., que hacen lo propio, pues no queremos renunciar a nuestra tradición, pero no vamos a aceptar las doctrinas que se oponen al espíritu de inclusión y tolerancia de la humanidad, o que se oponen a los datos que aportan las ciencias humanas.

A estas alturas quizá la única forma de mostrar a las iglesias que no estamos de acuerdo es dejarlas, porque caminos de diálogo no se ven.

Lo que me consuela es algo que aprendí en la teología: la iglesia no es mayor que Jesús, sino que está al servicio de Jesús. Si la iglesia quiere ser más grande que Jesús, se ha equivocado.

Así sea.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, enero 08, 2010

Boda gay. Las peras al Olmo

He estado leyendo los ires y venires del asunto del matrimonio entre personas del mismo sexo. Por supuesto he leído las opiniones del Cardenal Rivera (pos soy católico) y la alianza que las iglesias evangélicas han hecho con él. Declarar inconstitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo es la meta, a la que se han sumado la Barra de Abogados Católicos y seguro se sumará la tropa, como decía mi abue.

Además del asunto de la boda, que ya de por sí seria espinoso, se añade la posibilidad de adopción, lo que vuelve el tema una auténtica bomba en la mayoría de las religiones institucionales, porque no te creas que los “retrógradas” que “quieren acabar con el laicismo” (apoyados por cierto partido de derecha) es la iglesia católica romana. Para nada. Ni el judaísmo, ni el evangelismo, ni el catolicismo, ni el Islam aceptarían, cuando menos no en sus versiones oficiales, que siempre hay algunos más abiertos que otros, pues.

Que alguien se quiera casar con alguien de su mismo sexo, me parece bien; que quieran adoptar… habría que pensarlo para poder dar una opinión que no me salga de la entraña (aunque me inclino por el “no”) Pedirle a las religiones, en este caso a la iglesia romana, que no hable, que no se oponga, es pedir de más. Me explico.

La diversidad consiste en que todos y todas tengamos cabida, los mismo derecho, incluso – como dijo magistral y poéticamente aquel indígena en Yucatán, cuando habló a Juan Pablo II – “tenemos derecho a ser diferentes, porque somos iguales”. Las personas homosexuales tienen derecho a pedir el matrimonio, a expresar su opinión respecto al tema y a luchar por ello; el mismo derecho le reconozco yo a la iglesia de oponerse, expresar su opinión y luchar por ello.

Eso es pluralidad, saber que no todos piensan (ni tienen porque pensar) de la misma manera que yo; las iglesias (salvo la anglicana que dicho sea de paso se lleva mis respetos más profundos por su postura respecto al tema de la orientación sexual) tienen un sistema de creencias, una ética y una moral que nace de siglos de vida. Que no nos guste o que se oponga a la nuestra es una cosa, pero que exijamos que esa visión del mundo desaparezca, es otra.

Cuando un joven escribe en su pancarta “Cardenal ¿qué te importa si me caso con un igual?” está equivocando el punto. Como institución, la iglesia tiene un rol social que cumplir, y renunciaría a ese rol si se callara.

Que el Cardenal exprese su opinión, y que los evangélicos se unan. Que los abogados y todos los demás fieles católicos se opongan y busquen cambiar las leyes que desde SU visión consideran injustas… ¿No es lo mismo que están haciendo los colectivos gay con esto del bodorrio? Desde MI visión, es lo mismo.

Que los católicos romanos sigan a su líder es sano, que mientras no sea un delito, todos tenemos derecho a hacerlo. Que busquen influir en las leyes es bueno, todos tenemos derecho a lo mismo. Que su postura y la mía sean divergentes es sanísimo para el tejido social, todos tenemos derecho a tener opiniones diversas.

Que un legislador vote a favor o en contra de acuerdo a sus valores morales es lo que yo espero de él (independientemente de dónde sacó esos valores, si del catecismo o de Voltaire), porque pedir al funcionario que separe sus valores de su ejercicio público es absurdo y es fatídico. La corrupción existe y florece precisamente porque los servidores públicos ejercen su función haciendo a un lado sus valores.

Si yo, por ejemplo, creo que el aborto es un crimen NO debo votar a favor por ningún motivo, como no votó a favor de la esclavitud de los indígenas el famoso Bartolomé de las Casas, siguiendo sus valores y aun en contra de la opinión pública y eclesiástica de la mayoría.

Ahora bien, que el Estado incline la balanza no al bien común de un pueblo que necesita crecer, madurar, avanzar en el camino de la democracia y la justicia, sino a compadrazgos, eso es lo que no debemos permitir que suceda ni con esta, ni con ninguna otra ley.

No es la iglesia la que debe callar, es el Estado quien debe poner el bien de todos y para todos por encima de las opiniones particulares. Si esto no sucede y se legisla por otros motivos, sea por miedo a la excomunión o por ganas de” echarse a la bolsa” los votos de la comunidad gay en el 2012, entonces sí hemos fracasado todos.

Que hablen los que quieran, que se legisle como se debe.



J. Álvaro Olvera I.

jueves, enero 07, 2010

No estamos solos

Recibí un correo de Alejandra, una catequista católica que, habiendo leído algunos documentos de nuestra Comunidad, quiso ponerse en contacto con nosotros para decirnos que ella y su grupo de catequistas comparten nuestra visión de Jesús y nuestro anhelo de una iglesia más incluyente.

Una de las cosas que me decía en su mensaje es que ella es una enamorada de Jesús y que no encontraba en su vida ni en su enseñanza ningún rasgo de exclusión. Incluir a los marginados de la sociedad de su tiempo fue “el más grande milagro de Jesús”, afirma. Ante la realidad de la exclusión, Alejandra piensa que el problema de la iglesia es que hemos hecho a un lado el mensaje de Jesús y nos estamos dejando guiar por otros criterios.

Me ha dado mucha alegría comprobar una vez más que quienes soñamos una iglesia distinta, no estamos solos y no somos tan pocos como se puede pensar. Hay muchos sacerdotes, religiosas y laicos que sueñan y trabajan por lo mismo, una iglesia que manifieste un rostro más humano, más congruente con Jesús, una iglesia que – como dice una de nuestras oraciones – “sea más creíble para los hombres y mujeres de hoy, sedientos de Dios, pero que no lo han encontrado en la iglesia católica que han conocido”.

La tensión entre el amor a nuestra iglesia y la libertad en el seguimiento de Jesús es, para muchos católicos, una herida. Por un lado amamos a nuestra iglesia y la queremos mejor de lo que es, más cercana cada día al espíritu de Jesús; por otro, sabemos que hay que dar pasos concretos para lograr esa iglesia que soñamos, y esos pasos a veces nos llevan a oponernos a ciertas prácticas, a ciertas inercias que consideramos propias de otra mentalidad, de otra forma de ser iglesia, de otro siglo, pues.

Y entre esta fidelidad en la libertad, saber que hay otros católicos que también hacen cosas, crean espacios y dan pasos concretos de mayor seguimiento de Jesús, es un consuelo. No somos los únicos que estamos en búsqueda, no somos los únicos que hemos tenido tensiones con la jerarquía, no somos los únicos que siguen siendo católicos, esperando contra toda esperanza.

Pero bueno, el Misterio Divino se mueve en nosotros como se mueve en la iglesia… algún día, algún día las cosas serán de otro modo. Y como decía mi abue: “A Dios rogando y con el mazo dando”

Gracias Alejandra, y gracias a tus compañeros catequistas.

Álvaro Olvera

lunes, enero 04, 2010

Epifanía 2010


Epifanía es la fiesta de la contemplación de lo humano y el descubrimiento de lo divino.

A José y a María se les prometió aquel que sería llamado Hijo de Dios, heredero del trono de David. ¿Y qué vieron? Angustia, dolor, viaje, pesebre y al final escucharon el llanto del recién nacido, parecía una ratita como todos los bebés; frágil, seguramente no muy llenito, pues los índices de desnutrición eran altos en ese tiempo y en ese lugar. Ante esta realidad humana (el bebé) dieron el salto de la fe y creyeron en que algo del Misterio Divino se estaba moviendo ahí.

A los pastores se les prometió aquel que sería su Salvador. ¿Y qué vieron? Un recién nacido acostado en un pesebre, a lo mejor con el pañal sucio. No contemplaron al Salvador sino al bebé, pero dieron el salto de la fe y actuaron creyendo que algo del Misterio Divino se manifestaba ahí.

Los Magos esperaban encontrar al Rey de los judíos. ¿Y qué vieron? un pequeño en brazos de su madre. No vieron al Rey glorioso que merecía sus dones, sino un simple bebé, pero dieron el salto de la fe y creyeron que es esa realidad humana algo del Misterio Divino se hacía presente.

Ellos, José, María, pastores y Magos, vieron cosas muy humanas, pero su fe los hizo comprender el misterio divino que se ocultaba ahí. Ellos no conocían el final de la historia, así que no pudieron “ver” si lo que creían por fe era real o no, sencillamente creyeron, unos que ese niño sería Rey, unos que sería un Salvador, otros que sería llamado Hijo de Dios.

Para ellos, lo humano contenía lo divino.

Nosotros, muchas veces, nos quedamos en lo humano, sin alcanzar a ver lo que del Misterio Divino se hace presente a nuestro alrededor. Vemos crisis, tráfico, corrupción, pederastia, homofobia, “falta de valores”, “destrucción de la familia”, pero, ¿alcanzamos a ver lo Divino que se mueve ahí.

Porque Dios se revela en lo humano, así que algo de Dios está presente, de algún modo, con algún sentido, es eso humano que alcanzamos a ver. Pero necesitamos abrir los ojos.


Tú eres humano, por ello, el Misterio Divino se revela en ti, se manifiesta a través de ti como eres, con todo lo que eres, así como eres. Si opacas, escondes o niegas tu humanidad, estás haciendo lo mismo con el Misterio Divino. Si aceptas, amas y asumes tu humanidad, en esa misma medida estarás abriendo la puerta al Misterio de Dios para que pueda irradiar desde ti.

No tienes que llegar a ser perfecto, no tienes que llegar a ser santo, no tienes que llegar a ser un místico.

De hecho, por ser humano, ya eres esas tres cosas y más.

Que este año podamos, como José y María, como los pastores y los Magos, acoger lo humano (en el mundo y en nosotros mismos) con la fe puesta en que ahí se manifiesta lo Divino.



J. Álvaro Olvera I.