jueves, mayo 26, 2011

Lamentaciones de uno que no es profeta (primera parte)

Introducción

En los tiempos del Presidente
De la guerra contra el narcotráfico
Que ha dejado cientos de muertos tirados por el país.
Vino el Espíritu del Señor sobre mí.

Dejo bien claro que yo no soy profeta, ni hijo de profetas,
Soy sólo un homosexual y seropositivo.
Pero el Señor me llamó de en medio de mi gente
Y me dijo: ¡Ve y profetiza!

Primera lamentación

¡Ay de ustedes, homosexuales en las casas de formación!
Esconden su verdad tras los hábitos
Y sus ligues, bajo las sotanas
Disimulando lo que son.

Y cuando encuentran a otro gay en las parroquias
O entre sus hermanos de casa
No reparan hasta acabarlos
Para alejar de ustedes toda sospecha.

¡Ay de ustedes, homosexuales religiosos!
Que disfrazan su vocación para conseguir sexo
Y cuando enamorar a alguien, lo dejan
Alegando una fidelidad a sus votos
Que están lejos de sentir.

¡Ay de ustedes, homosexuales sacerdotes y teólogos!
Que no se cansan de predicar contra sus hermanos
Esgrimiendo interpretaciones bíblicas añejas
Que ustedes no cumplen ni quieren cumplir
Ganando la aprobación de sus obispos
Que no saben dónde ni con quién pasan sus días de vacaciones.

¡Ay de ustedes, homosexuales obispos y cardenales!
Porque tienen en sus manos el poder de combatir la homofobia
Que nace de textos bíblicos mal leídos
Pero que no quieren perder sus privilegios:
Cenas elegantes, buenas comidas, jamón serrano y vino
Dejando a un lado la verdad del Evangelio
Se postran y adoran la estructura jerárquica injusta.

martes, mayo 10, 2011

reformular nuestra fe

“El Espíritu los irá conduciendo a la verdad plena” dice el evangelio. Esta afirmación de Jesús, al parecer tan inocente, es una bomba que dinamita cualquiera de nuestros intentos por cristalizar y encerrar al fe en un sistema de dogmas, completos y cerrados en sí mismos de una vez y para siempre. Si el Espíritu nos irá llevando al a verdad significa, por lo menos, que aún no tenemos la verdad plena y que dicha verdad no es algo que podamos alcanzar por nuestros propios esfuerzos intelectuales.

Que aún no tengamos la verdad plena es lo que me ocupa ahora. Charlando con una amiga cristiana evangélica, me decía que había escuchado la conversación de un joven cuya madre estaba muy enferma y la pastora quien, luego de escuchar el relato de la enfermedad de la madre, le dijo al joven: “eso es lo de menos (la enfermedad grave) lo importante es que tú aceptes a Cristo, porque con ello se salvarán tú y tu casa. Si de verdad quieres a tu mamá, acepta a Cristo para que él escuche tu intercesión por ella y se mejore”.

Eso es chantaje, me dijo mi amiga, chantaje del más vil. No se interesó por la salud de la enferma, sino por ganar un adepto; prometió una salud que no sabe si puede dar y deslizó sutilmente la idea de que si la mamá no mejoraba podía ser culpa del muchacho por no aceptar a Cristo.

Y tiene toda la razón. Sin importar qué tan comunes o qué tan arraigadas estén estas ideas y este tipo de discurso, es una manipulación del dolor y de la fe. Y no es la única cristiana que hace cosas por el estilo: tantos y tantas sólo se relacionan con Jesús en cuanto Cristo, es decir, Jesús y su mensaje no les importan, les importa la salvación eterna que el Cristo puede o no conseguirles.

Si de pronto pudiéramos demostrar a los cristianos (de todas las tradiciones, porque esto no es privativo de los evangélicos) que no hay cielo ni hay infierno y, por tanto, no hay salvación ni condenación ¿seguirían diciendo “amén”? ¿Llamándose “hermanos”? ¿Absteniéndose de fumar, de tomar, de decir groserías, de “fornicar”? ¿Seguirían yendo al templo los domingos y comprando CD´s de música cristiana? ¿Pondrían estampas, medallas o rosarios en sus autos si supieran que no hay protección mágica?

Con lo que he trabajado con varios grupos cristianos me atrevo a responder que no, que si supieran que no pueden obtener nada de Jesús que les garantice vivir para siempre, lo abandonarían. La fe cristiana, vivida de esta manera, es una de las más grandes prostituciones que hay: relacionarse con Jesús a cambio de un boleto para vivir eternamente.

Me parece que hay que modificar radicalmente la comprensión y la vivencia de la fe si es que queremos que Jesús tenga algún significado para el ser humano de hoy, que vive en una sociedad antropocéntrica donde lo religioso es visto, con justa razón, como un impedimento a la libertad.

Y no es que nos inventemos un nuevo cristianismo, sino que regresemos a las fuentes originales y traigamos su agua al siglo XXI.

No es traición a la fe, como muchos dicen, sino fidelidad a la misma. Porque ¿no es eso mismo lo que hizo el autor de la carta a los Hebreos cuya cristología no es la misma que al de Marcos? ¿No es lo que hicieron los padres conciliares al construir el credo que hoy rige a todas las tradiciones cristianas?


En efecto, la interpretación de la persona de Jesús y su adaptación al presente no sólo es lo que siempre ha hecho la iglesia, sino que es la mejor manera de mantenerse fieles a esa búsqueda de verdad plena que todavía está lejos de nosotros, pero que es don y tarea del espíritu que Jesús ha dejado a sus amigos y amigas.

¿Qué contenidos se deben adaptar y reinterpretar? ¡Cielos! Esa es la gran tarea que espero poder ir clarificando… Se lo debo a Jesús.

miércoles, abril 27, 2011

Resurrección: fiesta de los rechazados

Yeshuá (qué bello suena su nombre original) murió excomulgado por el sistema religioso judío; fue acusado de blasfemia y asesinado en el nombre de Dios, de la religión verdadera y de lo que dice la Escritura. Esta afirmación es una de las grandes adquisiciones que ha hecho la teología contemporánea.

Yeshuá no fue acusado de rebelión (esa será la pantalla que usarán los sacerdotes) sino de blasfemia (la más grave ofensa a Dios) Yeshuá no fue condenado por razones económicas, sino por razones religiosas y en el nombre del Bendito, es decir, los sacerdotes usan el nombre de Dios (“en nombre de Dios vivo te pregunto…”) y la Escritura para condenarlo a muerte.



Yeshuá no fue rechazado por la gente de mal vivir, sino precisamente por los hombres más religiosos de su tiempo y por el órgano de gobierno religioso de un pueblo altamente religioso. Yeshuá no fue considerado enemigo de los cobradores de impuesto, sino del clero de su tiempo, los sacerdotes.

La cruz, entonces, tiene un significado de denuncia de los mecanismos religiosos, dogmas, estructuras clericales, interpretaciones de la Escritura y la recurrencia a Dios como sancionador de las costumbres, condenas y bendiciones.

La cruz nos dice bien claro que debemos tener cuidado de lo religioso, de las religiones y de los hombres religiosos: es muy probable que detrás de su aparente conducta religiosa se esconda el odio, las ansias de poder, las ganas de asegurar el propio sistema establecido.

Yeshuá, el Hijo, muere asesinado por aquellos que decían servir a su Padre y será condenado, incluso, en el recinto más sagrado de su pueblo.

La resurrección toma así un cariz radicalmente nuevo: Dios mismo – sí, en persona, en vivo y a todo color – es quien denuncia a los hombres religiosos y su sistema de condena, los desenmascara y deja bien claro que Él, Dios, no tiene nada que ver con lo que ellos dice que es su voluntad.

En la resurrección Dios dice que Él no comparte los criterios con los cuales los sacerdotes (ningún sacerdote de ninguna época) acusa, juzga, condena, maldice, excomulga, expulsa y crucifica a nadie.

Dios dice que Él no bendice las interpretaciones bíblicas, los cuerpos de creencia, los dogmas establecidos ni la costumbre religiosa imperante que es usada para maldecir a otros.

La resurrección, por ello, es la fiesta de los que hemos sido expulsados, pues en ella Dios reivindica a quien se puso de nuestro lado, quien nos llamó amigos, quien no tuvo miedo de juntarse con nosotros, comer de nuestro pan y beber de nuestro vino, de quien no tuvo empacho en ser llamado “borracho amigo de pecadores”, quien no se detuvo ante ninguna interpretación bíblica o teológica que nos condenaba a vivir alejados de Dios por nuestra forma de vivir.

La resurrección es la fiesta en la que las putas, los borrachos, la gente con VIH, los pederastas, los homosexuales, las travestis, los que se divorcian y se vuelven a casar, los curas no célibes, las monjas lesbianas y toda la pléyade de gente “mal vista” podemos celebrar que no somos nosotros quienes nos acercamos a Dios, sino Dios mismo quien ha decidido acercarse a nosotros, ensuciar su santísima reputación, ser sospechoso de herejía con tal de decirnos: “Yo los amo”.

Así que si tú que me lees, tienes la fortuna de ser uno de los jodidos de la sociedad, uno de los rechazados de la Iglesia, felicidades, la resurrección es tu fiesta.


Yo ciertamente celebraré este día que dura 50 días con la conciencia de que Dios está de mi lado.

jueves, abril 07, 2011

Pasar de la muerte de la vida

Estamos en cuaresma. Normalmente no celebro esta parte del año religioso porque todo lo que voy viendo en torno se me hace más bien medieval: que si el ayuno, que si la penitencia… pero confieso que no había puesto atención a un detalle, cuaresma podría ser el tiempo de ir pasando de la muerte a la vida. Sí, ya sé que eso suena de lo más trillado tratándose de este tiempo, pero deje que espigue lo que pienso desde esta trinchera. Ayer hablaba con un sacerdote que está en proceso de aceptar y asumir su orientación sexual. Esa es una buena manera de pasar de la muerte a la vida porque, oye, eso de vivir dividido en dos (o más) partes, eso que tu manera de amar esté separada de tu manera de orar, definitivamente que es una forma de estar muerto (recuerda que en el sentido bíblico de estar muerto es más que la mera cuestión biológica) Esta mañana escuchaba charlar a un chico seropositivo acerca de una relación amorosa terminada. Al final dijo: “pues hay que seguir adelante a pesar de todo”. Otra excelente manera de pasar de la muerte a la vida: aceptar que la vida está tejida de rupturas, encuentros, abrazos y despedidas. Bien lo dijo Teresa de Jesús: “La vida terrena es continuo duelo”. Darme cuenta que tengo tres canas en mis cejas… y reír con ello, asumiendo que la edad es la edad y los cuarentas ya se comienzan a notar, y disfrutar de ello es pasar de la muerte a la vida. Una relación amorosa que se perfila en el horizonte, y no tener miedo a abrir la puerta del corazón aunque, con simplicidad se reconozca que el amor verdadero se teje también entre amores frágiles es otra forma de pasar de la muerte a la vida. Ponerle un poco de pimienta al sexo – si, también el sexo puede ser aburrido aunque para nuestra cultura sea el máximo – para que la entrega sea gozosa, placentera, una verdadera delicia. Hacer del sexo un plato de chiles en nogada en lugar de una sopa instantánea (acabo de poner imágenes en mi mente) es otra buena forma de pasar de la muerte a la vida. Tomar un curso de algo que siempre has querido o que simplemente se te antoja y hacerlo no para lucir el currículo, sino simplemente porque se te da la gana tomarlo. Otra forma de pasar de la muerte a la vida. Porque resucitar, amigos, no se trata de ser más perfectos, moralmente intachables. No se trata de no criticar a la vecina del 7 o al gay del depa de enfrente.


Resucitar es para mí vivir en plenitud, apreciar el sabor del agua, percibir el calor del sol en la piel, sentir el paso de la toalla por el rostro mojado, hacer un paso de baile cuando vas a media calle con el Ipod (si, los monjes de hoy usamos Ipod, pues la música jamás, jamás podrá distraernos de Dios) sonreírle al perrito que pasa dando saltos de alegría porque va al parque, detenerte a mirar el color de las flores de jacaranda… Porque el Resucitado está en todo eso, esperando a revelarse porque, si no somos capaces de disfrutar la VIDA ¿cómo pensamos disfrutar el VIVIENTE? Álvaro

miércoles, abril 06, 2011

Encarnarse (final)

La inmensa e incomprensible humildad de Dios consiste en esto: no hay más Dios que yo. Y no veo otra razón que la humildísima humildad de Dios, que ha querido en carnarse en mí. Según una tradición, Dios se abaja, se anonada hasta el ser humano; según otra – que me gusta más – Dios eleva al ser humano hasta hacerlo su igual, como bien comprendió el que dijo que Dios se había hecho ser humano a fin de que el ser humano se hiciera Dios. Humildad que entrega todo, todo, todo, hasta su misma divinidad, para hacerse uno con nosotros y en nosotros, caminando sencillamente, sin aspavientos ni presunciones, sin ganas de ser glorificado y con la posibilidad de ser humillado, escupido, crucificado, por AMOR. Créeme, el cielo está vacío. Por eso, hermanos, les revelo un secreto: el cielo está vacío. Yo ya fui, ya lo ví: está más solo que plaza de pueblo luego de la fiesta, más abandonado que templo luego de la boda o cine luego del final de la película. No pierdas, pues, tu tiempo pensando en el cielo, en cómo llegar, en cómo ganarlo o cómo no perderlo. Ni pienses en ello, hermano, a menos que quieras llegar a una casa vieja, con los focos fundidos, vacía, con olor a humedad y sábanas tapando muebles y espejos. Si Dios se en carna ¿a qué esperar un “paraíso”? Cuando tienes a todo Dios en tu Corazón aquí y ahora, cuándo sólo bastará que te miraras a ti mismo con fe (y con una pizca de caridad, que tanta falta hace vernos a nosotros mismos así y no como héroes fracasados) ¿qué sentido tiene “irse a gozar de Dios”? ¿Irse a dónde? ¿Irse a qué? Porque Dios ha abandonado el cielo para venirse a esta tierra, para “ayuntarse” con esta carne y esta sangre. Por eso el cielo es, ahora, este cuerpo, este sexo y estás células y sus partículas subatómicas. ¿Quieres contemplar a Dios en el nuevo cielo que se ha construido? Mira el rostro de tu hermano. No hay otro modo. Si no eres capaz de verlo ahí donde él quiere estar y está, te aseguro que mucho menos lograrás verlo donde él no quiere estar y no está. Si me ves y no ves a Dios mismo, es que no ves bien. Porque Dios se en carna en mí y me hace su cielo, si me ves y sólo me ves a mí es que no ves bien, necesitas el colirio de la fe, los lentes de la compasión o la lupa de la justicia. Bien lo ha dicho Jesús: el que me ve a mí y sabe ver bien, ve al Padre. Y como decía los Padres, lo dijo de él y lo dijo de todo su Cuerpo, de ti y de mí. Anda, limpia tus ojos, lávalos, quítales el hollín, la tierra, las cataratas que te impiden ver bien, y ponte los lentes de la fe, la compasión y la justicia; y verás a Dios caminando por la tarde en la Alameda, en carne de mujer tomado del brazo de su esposo o en carne de hombre, besando apasionadamente a su amante varón. Y me verás a mí, y verás resplandecer en mi pecho el Corazón de Jesús, latiendo al mismo ritmo que mi corazón de carne.

martes, marzo 29, 2011

Encarnarse (III)

Si no presto mis manos a Dios, no hay manera de que él pueda hacer nada en este mundo. Esto lo comprendí en una experiencia espiritual: vi a la gente orando, y vi que las oraciones no llegaban al cielo, sino que venían a mí. Me vi limpiando los ríos, sanando los mares; me vi curando enfermos, consolando a los que sufrían hambre, pobreza y guerra; me vi purificando los aires y haciendo germinar flores donde antes había vertederos de desechos… y cuando estaba cansado de hacerlo, me decía: “¿y dónde estará Dios que no me ayuda?” y en respuesta, al verme reflejado en un lago que acababa de limpiar, no veía mi rostro, sino el de Jesús. Y lo hemos dicho cientos de veces, hermanos, y lo cantamos y lo rezamos: Cristo te necesita para amar… Jesús solo tiene mis manos… Dios tu prolongas en sus pequeñas manos (del ser humano) tus Manos poderosas… pero no acabamos de creerlo. Si no fuera así, sería muy fácil, mágico: podríamos ensuciar el planeta, depredarlo… podríamos asesinar a los homosexuales en campos de concentración y matar de hambre a los niños de Chiapas; podríamos asesinar mujeres en Juárez y abusar de niños en las sacristías, que al cabo Dios vendría a componer el tiradero para salvarnos de la extinción. ¿Quién dijo?

La en carnación de Dios significa que sólo yo soy Dios y que Dios sólo puede ser yo. Desde aquí se entiende que en este plano Dios sólo puede ser yo, y sólo yo puedo ser Dios. ¿No dice la Escritura que “Dios los llamó Dioses”? ¿No hemos leído que estamos injertados en Cristo y, por ello, somos su cuerpo? ¿No sabemos que el Espíritu se ha derramado en nuestros corazones? ¿No hemos oído que podremos hacer cosas mayores a las que hizo Jesús? Sí, en este plano Dios sólo puede SER yo y sólo yo puedo ser Dios; por eso soy sagrado, digno de amor y de veneración. Soy el sagrario, el templo vivo, la encarnación del Misterio Divino, partícipe de la naturaleza del Padre, consubstancial a él. Por eso todo atentado contra el ser humano – divino, sagrado, templo, sagrario, consubstancial – es un atentado contra el Misterio Divino, un crimen de lesa divinidad (por decirlo de alguna manera), o, en términos bíblicos, un pecado que clama justicia. Por eso la homofobia es una blasfemia. Y hacer creer a un solo ser humano que no es digno de amor y no es digno de Dios es un sacrilegio del que la Iglesia ha de dar cuentas no a Dios, sino a la humanidad a cuyo servicio dice haber sido enviada y consagrado su existencia.

jueves, marzo 24, 2011

Encarnarse (II)

Toda acción de Dios en este mundo es acción humana.

Seguimos. Entonces, si Dios sólo acontece en lo humano, toda acción de Dios en este plano es acción humana.

Por ello, la solidaridad, por ejemplo, es Dios siendo solidario; el amor es Dios amando; la investigación científica es Dios investigando... ¡Genial! Ahora comprendo la respuesta a la pregunta por lo que Dios hace ante ciertos problemas: Dios se en carna y actúa en carne a través y en mis manos, mis palabras, mi Corazón.

Es preciso decir, y creo que aquí entra el Misterio, que si es verdad que toda acción humana es Dios actuando y que Dios actuando sólo puede ser en acción humana… matar es acción divina. Sí, así es, el mal y el daño que el ser humano hace no es “del diablo” porque no somos dualistas, como si existiera una divinidad del mal y una del bien, sino que es acción de Dios, en carnado en una mente ofuscada, en un corazón dividido, en una carne enceguecida por el egoísmo.

Y esto es así porque si Dios sólo se en carnara en los “buenos” o sólo lo hiciera en los “pobres” (como dice la Tradición refiriéndose al evangelio de Mateo) no sería Dios. Dios ha de poder hacerse presenten incluso ahí donde los seres humanos vemos el mal y hacemos el mal ¿o es que no le alcanzarán el poder y la compasión para ello? ¿Será que hace distinciones entre bueno y malos, justos e injustos para en carnarse?

De aquí que no haya acciones de Dios al modo de la Apocalíptica. Dios no nos va a venir a salvar del desastre ecológico que nosotros no hemos querido evitar. O, en otro sentido, la manera en la que Dios viene a colaborar con la salvación ecológica del planeta son mis manos, simples y pequeñas, que lo hacen presente desde la fragilidad, desde la nada que soy ante las industrias que contaminan, los empresarios que talan el Amazonas y quienes contaminan los mares.

miércoles, marzo 23, 2011

Encarnarse significa "en carne"

Los cristianos creemos en un Dios que se ha encarnado, es parte fundamental de la fe, tanto que sin esta nota no estaríamos hablando de fe cristiana. Sin embargo las consecuencias de esa acción de Dios que nace de lo que los ortodoxos llaman “eros mánikos” (el amor loco) son tan radicales, tan fuertes, tan sacudidoras de nuestras estructuras, de nuestras ideas, de nuestra seguridad, no me parece a mí que hayan sido mínimamente comprendidas.

En este plano Dios sólo puede acontecer en lo humano.

Hacerse en carne tiene una primera consecuencia: la presencia de Dios en el mundo (en este plano, pues) sólo puede darse en lo humano, es decir, en la carne y la sangre que Dios mismo ha querido asumir por amor nuestro.

¿Qué quiero decir con esto? Primero, que toda experiencia que llamamos “de Dios” pasa a través de la realidad y limitación humana. Yo sólo puedo percibirlo como humano, con mis estructuras físicas, emocionales, psicológicas, anatómicas, sexuales. Pero no es solamente que yo lo perciba así, sino que no hay otra manera en la que Dios pueda ser percibido, es decir, no se trata sólo de un asunto de limitación humana (algo así como no poder explicarle a un niño de tres años la teoría de la relatividad) sino porque es asunto de opción divina meterse de lleno a la carne humana, al mundo, a la historia y manifestarse ahí y sólo desde ahí.

Si solo fuera cuestión de “tener tres años” bastaría esperar a madurar y ¡listo! Todo mundo comprendería a Dios como Dios es. Pero no, no es así. No podemos comprender a Dios como Dios es porque Dios es humano – en carnado – y el único acceso a él es la en carnación.
continuará

viernes, marzo 18, 2011

El Corazón y la voz de Dios

Seguramente que alguna vez has escuchado la frase “voluntad de Dios”… ha sido llevada y traída para las más inverosímiles acciones. Fue voluntad de Dios que mataran a Jesús; fue voluntad de Dios que expulsarán a los cristianos de las Sinagogas judías; fue voluntad de Dios que arrasaran con los cátaros, que quemaran brujas o torturaran herejes; fue voluntad de Dios que reinara Isabel la Católica (aunque de paso la Beltraneja fuera asesinada)

Fue voluntad de Dios que Felipe hiciera la guerra a Isabel de Inglaterra; que Bush invadiera Irak; que aquella madre expulsara de su cada a su hijo, adolescente gay; voluntad de Dios que los sacerdotes romanos no se casen y que las mujeres no sean ordenadas. Voluntad de Dios que mi abuelo hiciera abortar a golpes a la abuela (porque él era la cruz que Dios le había mandado y no podía divorciarse); voluntad de Dios que uno haya sido expulsado de la Orden por ser gay o aquel otro por ser seropositivo. Voluntad de Dios que la religiosa se calle la boca y que el pastor no diga que la homosexualidad es algo natural.

Para el creyente medio, la voluntad de Dios es como un guión de teatro o de televisión que ya ha sido escrito de antemano. Ay de él si no atina a realizar el papel que Dios le ha determinado, porque no cumplir la voluntad de Dios es “pecado”.

“La voluntad de Dios” ha sido usada para justificar todo y de todo. Cada tradición ha usado esta frase para decir lo que quieren y para descalificar lo que no quieren.

En la Edad Media (y en las tradiciones religiosas más estructuradas) la voluntad de Dios es fácil de encontrar, basta que obedezcas a quien es tu superior, juque, líder, pastor o cura. Pero hoy… ¿Qué es la voluntad de Dios en caso de que algo así exista? ¿Cómo encontrarla? ¿En qué consistiría?

La voluntad de Dios NO es un guión, no es una imposición que nos llega de fuera para que la obedezcamos sin más. En este sentido NO EXISTE UNA VOLUNTAD DE DIOS para ti.

Dios nos ha creado por amor y para amar; para la plenitud de la vida en abundancia que da relacionarnos como hermanos y hermanas, hijas e hijos suyos. La voluntad de Dios, en este sentido, es que la humanidad sea PLENA, plenamente humana (que no todos somos humanos por el hecho de haber nacido, eh, que bastantes somos in humanos a pesar de pertenecer a esta especie) Que la humanidad sea feliz, pues.

Y entre tantos pareceres tan contrarios, porque seguro que uno te dirá que sí, otro te dirá que no; uno dirá que estás bien, otro que no lo estás, ¿cómo atinar con la voluntad de Dios PARA TI? Es decir ¿Cómo hallar los caminos concretos que la voluntad de Dios tiene para ti?

Decíamos en un mensaje pasado que Dios se ha encarnado en tu Corazón, así que ser fiel a tu propio Corazón es la única manera de encontrar y cumplir cabalmente la voluntad de Dios para ti, es decir, sólo escuchando tu Corazón podrás saber los caminos para realizarte plenamente como humano, para dar sentido a tu vida, para ser feliz.

Dios habla en lo profundo del corazón. No tiene otro modo. Deja de creer en apariciones, voces externas y libros sagrados, que todos ellos solo encuentran su sentido en la voz de Dios en tu Corazón. Si te quedas solo con esas cosas, por muy buenas que sean, corres el riesgo de ser de aquellos que en nombre de la Biblia, por ejemplo, acaban matando personas o apedreando mujeres.

La voluntad de Dios, es decir, el camino de tu realización plena como humano, está “inscrita” en el corazón del corazón. Ojo, inscrita no quiere decir ESCRITA. Lo escrito es inmutable, desde este punto de vista lo inscrito no es que sea inmutable y no es que haya sido puesto ahí arbitrariamente.

Es que tu forma de ser, de tu historia, de tu personalidad, de aquello que te hace único e irrepetible “inscribe” la voluntad de Dios para ti. Por ejemplo, si soy una persona introvertida, que gusta de la soledad y del silencio son esas características de MI PERSONA las que darán luces sobre el camino para mi realización. En ese sentido Dios – que te ha hecho con esas cualidades – inscribe en tu Corazón los caminos para tu mayor desarrollo.

No sé si estoy siendo claro con esto: tu personalidad (dada por Dios en tu historia y en tus genes) es la que dice si esto o aquello será camino de tu realización, por ello ese camino ya ha sido inscrito, sugerido, por Dios en tu Corazón, pero no de forma arbitraria, sino libérrima, ya que se construye a través de tu historia y tus relaciones; tus éxitos y “fracasos”; tu orientación sexual y tu estado civil.

Responder a esta, tu realidad única, es la voz y la voluntad de Dios inscrita en el “Corazón del corazón” Ya no valen de nada los mandamientos, las leyes y costumbres, los dogmas y las encíclicas… has de responder a Dios desde tu realidad, siendo RESPONSABLE de tu vida, de tus decisiones, de tu manera de vivir. Lo otro, amigo, es esclavitud, por muy santa que parezca.

Porque al final de tu vida, será lo que hay en el Corazón de tu corazón, y no la ley eclesiástica, lo que diga si viviste plenamente o no.

En el caso de los místicos… bueno, esa es otra historia.

jueves, marzo 17, 2011

El Corazón y la oración

¿Qué hay en el Corazón de Jesús sino todo Dios y todos sus hermanos?

Por ello, amigos, la oración se convierte en la exploración silenciosa del misterio que nos habita. Es sentir, percibir, palpar, creer que todo Dios – sin merma ni “descuento” – habita en este pecho y en cada latido me recuerda Yo en ti, tú en Mí, para siempre.

No necesito más, todo me ha sido dado en el Corazón porque me ha sido dado el mismo Dios. Juan de la Cruz lo supo y exclamó: todo es mío, el cielo es mío, los ángeles son míos, mía es la madre de Dios y el mismo Dios es mío y para mí porque Cristo es todo mío y para mí. Y añado yo: y lo es en lo profundo de mi Corazón.

Teniendo este misterio a palpar, a profundizar, a encarnar, ¿a qué perder el tiempo con pedir otras cosas? ¿A qué el afán de crear imágenes con la imaginación en la oración? ¿Qué y para qué “poner en blanco la mente”? ¿Cuál es el sentido de repetir lo que otros han dicho para orar?

Basta mirar hacia dentro. Basta creerlo. Basta aceptarlo.

Ni siquiera es necesario un lugar apartado y silencioso. ¡Pobres si sólo pudiéramos orar en el silencio cuando vivimos en tanto ruido! Percibir el Corazón y su misterio puede hacerse en el metro, en medio del tráfico, entre mail y mail lo mismo que en puede hacerse en la soledad de la montaña o el monasterio.

Vayamos al silencio, entremos al Corazón, que si no nos abrimos a nuestra capacidad de percibirlo, no podremos encontrar a Dios (ni a nosotros mismos) por mucha terapia, dogma, Sagrada Escritura o Derecho Canónico en el que busquemos.

Y sí, en cuanto más se percibe el Corazón y su misterio en el propio pecho, más y más claramente se percibe en el pecho de los demás… incluso en el pecho de los perritos, las piedras y los helechos.

¿Qué tal si comenzamos hoy?

miércoles, marzo 16, 2011

Sobre aquellas palabras

Una de nuestras oraciones para la Eucaristía afirma que “el Corazón de Jesús habita en nuestro pecho”. Me han preguntado por esta frase. A ver si soy capaz de explicarte lo que pienso.

En el misterio de la encarnación, todo Jesús ha sido unido a la humanidad entera, y toda la humanidad ha sido unida a Jesús. Desde ahí, lo mío es de él y lo de él es mío, por eso, lo que se dice de Jesús, se dice también de todo cristiano, se dice de mí mismo.

Ahora bien, siendo verdad que por el bautismo he sido injertado en la persona de Cristo, que todo su Espíritu ha sido derramado en mí y que mi misión es encarnar los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús, se entiende que la unión es completa, total… hipostática me atrevo a decir, porque así como Jesús es uno con el Padre siendo verdaderamente divino y verdaderamente humano, yo estoy unido a Jesús y soy en él verdaderamente humano y verdaderamente divino.

Y como en el pensamiento semítico, lo más propio de una persona es su corazón (leb en hebreo), la mejor manera de expresar mi unión con Jesús es decir que su Corazón es ahora mi corazón y que mi corazón es el sacramento (físico y sensible) del Corazón de cuya vida participo y cuya gracia me mantiene en la existencia. Se ha cumplido así la promesa de que recibiría un nuevo Corazón, uno de carne y no de piedra, es decir, uno capaz de amar.

El Corazón de Jesús habita en mi pecho, y me llama a irlo encarnarlo cada día con más transparencia. Me atrevo a decir que el sentido último de la vida cristiana es que vivir según el Corazón – que no era mío, pero ahora ya es mío – dejarme guiar por sus inspiraciones, hacer que sus latidos sean más fuertes cada vez y que todo su amor y su gracia sobreabundante se derramen en mi entorno, especialmente en aquellos y aquellas que se sienten lejos de Dios y que han sido excluidos.

No es propio decir, pues, que se trata del Corazón DE Jesús, como si hubiera dos corazones (el mío y el suyo) sino que ahora no hay más que UN SOLO CORAZÓN, compartido por ambos, Jesús y yo, que venimos a ser esos siameses unidos por el pecho, que no pueden ser separados si causar la muerte de ambos… sí, Jesús tampoco puede vivir sin mí.

Dos personas, un solo Corazón, un Corazón capaz de amar, de dar la vida, de despertar esperanza, de luchar por la dignidad humana, de provocar liberación y sanación, capaz de hablar con poder y autoridad porque es un Corazón habitado totalmente por el Espíritu divino.

El don está dado, la tarea es inmensa: que no sea mi mente, mi creencia, mi dogma, mis miedos, mis ansias de poseer, mi sed de poder, mi capacidad de manipular... sino el Corazón quien dirija mis pensamientos, mis sentimientos, mis palabras y mis acciones, que no es otra cosa que vivir desde el Amor y para el Amor.

Ante la magnitud de la tarea, sólo queda exclamar: Tú, que me has dado tu Corazón, haz que viva de acuerdo a él. Ya que has dado el don, da el cumplimiento. Hay tantos que lo necesitan.

lunes, marzo 14, 2011

Sobre el cielo

En una de las clases de escatología (la teología sobre “las últimas cosas”) me preguntaron si yo creía en el cielo.

No pude dejar de sonreír y regresé la pregunta al grupo: “¿Qué harían ustedes si el cielo no existiera? ¿Qué dejarían de hacer si no existiera el infierno?” Las respuestas fueron en verdad encantadoras.

Algunos dejarían de orar, otros dejarían de ir al templo o preocuparse por los anticonceptivos, los condones y las relaciones previas al matrimonio; hubo quienes dejarían de culparse por ser gay o por vivir como viven. Al final de escuchar las respuestas dije: “pues esa es la medida de su esclavitud”.

Y es que si dejas de hacer algo que haces o comienzas a hacer algo que no haces sólo por la posibilidad de un premio o un castigo eterno, poco has entendido, me temo, de lo que es la libertad.

Hace años la conducta de la gente religiosa giraba en torno al famoso juicio de Dios, y se comprende. Pero hoy, en pleno siglo XXI, la vida a de girar en torno a la libertad y a las propias decisiones más que a ceñirse a conductas dictadas por una ley impuesta.

Dios, querido amigo, no te quiere obediente, te quiere libre. No te quiere “bueno”, te quiere auténtico. No te quiere “santo”, te quiere compasivo. Y no es que estas cosas sean las nuevas leyes, como si hubiera de sustituir la bondad por la autenticidad, la santidad por la compasión y la obediencia por la libertad, haciendo de éstas una nueva carga en las espaldas del creyente.

No es que Dios ordene que seas libre, es que – a como entiendo yo el Corazón de Dios – es mejor (y en ese sentido agrada más a Dios) ser compasivo que ser “santo”, ser libre que ser obediente y ser auténtico que ser “bueno”. Y no porque la bondad sea mala, sino porque la hemos hecho una carga.

“Tomen sobre ustedes mi yugo” dice Jesús, y se trata del yugo del amor libremente aceptado y libremente entregado. Como dijo González Faus: no amamos para salvarnos. Amamos porque hemos sido salvados.

¿Qué te digo, pues, si me preguntas sobre el cielo y el infierno? Amigo: vive libremente, vive amorosamente, vive auténticamente, que si no hay cielo, habrás vivido bien. Y si lo hay, seguro que llegarás a él.

“Para ser libres nos ha liberado el Señor”, “el amor es superior a la ley”, “quiero misericordia y no sacrificios” dice la Biblia, y en esto tiene toda la razón.

lunes, febrero 21, 2011

Y al final

El místico vive en este mundo, abraza la vida humana tal como ella es. Ha aceptado de tal manera la vida humana, la encarnación que le tocó vivir por querer de su Amado, que goza, sufre, llora, ama como cualquiera, pero sin huir, sin esconderse, sin ponerse máscaras para disimular. El místico conoce la muerte y la mira de frente y la llama hermana sin paliativos, sin la máscara de la eternidad.

Su experiencia, aunque momentánea, ha sido experiencia de lo Divino, de la unidad fundamental de su persona con todo lo que existe y con el mismo Dios. El místico se sabe habitado por lo divino, informado (en el sentido que tenía en la escolástica) por Dios.

La conciencia de su Unidad con el Misterio lo sostiene a través de la vida siendo paz y dolor (esto porque el místico sabe que la Unidad, siendo perfecta y definitiva, no puede ser experimentada por él más de que manera limitada) Hama Hus, canta el sufí, Todo es Él, donde quiera que mires verá en rostro de tu Amado:

“Desde el día que me encontré con mi Señor, no ha acabado el juego de nuestro amor.
No cierro mis ojos, no tapo mis oídos, no mortifico mi cuerpo.
Veo con los ojos abiertos y sonrío; por todas partes contemplo su belleza.
Pronuncio Su Nombre, y cualquier cosa que contemplo me recuerda a Él; cualquier acto mío se convierte en adoración.
Dondequiera que yo vaya, me muevo alrededor suyo.
Todo cuanto alcanzo y realizo es en Su servicio: cuando me acuesto, me tiendo a Sus pies.”

***

“¡Oh, servidor! ¿Dónde me buscas?
No estoy en el templo, ni en la mezquita, ni en la Cava, ni en Kailash.
Tampoco estoy en los ritos, ni en las ceremonias, ni en Yoga y las renuncias.
Si eres un verdadero buscador, me verás en el acto:
Te encontrarás conmigo en un único momento.
Dice Kabir: “¡Oh Sadhu! Dios es el aliento de todo lo que respira”.

***

“¡No te desplaces al jardín lleno de flores!
¡Oh, amigo! No vayas allí;
En tu cuerpo está el jardín florido.
Siéntate sobre los mil pétalos de loto
Y contempla ahí la infinita Belleza.”
Kabir
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Desde esa conciencia, el místico vive su pasión sabiéndose Uno y nada le importa más que esa verdad:


“¡Oh, Dios!
Tú eres suficiente para mí.”

Rabía

miércoles, febrero 09, 2011

Juana ayer, las Juanas de hoy

Hace unos días el papa Benedicto celebró la fiesta de Juana de Arco, una de las figuras más complicadas en la historia de la Iglesia pues, como todos saben, fue condenada por la jerarquía como hereje, relapsa, ramera y poseída (casi nada) para, unos siglos después, ser canonizada y nombrada patrona de Francia.

Presento un extracto del discurso del papa:
“El encuentro dramático entre Juana de Arco y sus jueces, que son eclesiásticos, teólogos de la Universidad de París, a los cuales les falta la caridad y la humildad para ver en esta joven, acusada y condenada a la muerte terrible de la hoguera, la acción de Dios. Sus jueces no supieron que acabaron condenando a una mujer santa”.

Un punto a favor de Benedicto XVI al reconocer que los eclesiásticos y teólogos, por muy renombrados que sean y por muy famosa que sea la universidad donde se hayan titulado, pueden estar faltos de toda humildad, pero, además, de toda caridad.

El papa reconoce que la jerarquía, pues a ella se refiere cuando dice “eclesiásticos” ha cometido errores garrafales y crímenes de Estado por su falta de caridad.

Mas fuerte aún, el papa reconoce que a este sector de nuestra querida Iglesia le puede faltar y de hecho le ha faltado la necesaria capacidad de ver la acción de Dios para terminar liándose y justificando al más alto nivel el asesinato de una santa.

Siglos más tarde, alguien tuvo otra visión de las cosas y reconoció el papel de Juana. Pero, pregunto al papa, ¿qué pasa con las Juanas y Juanes de hoy?

Juan: el joven homosexual que siente un llamado de Dios a la vida religiosa, pero que ve cerrado el acceso por el simple hecho de su condición sexual, “para evitar escándalos”, como dicen los formadores.

Juana: la religiosa lesbiana que es perseguida, obligada a acudir a terapia psicológica a fin de “curar” su orientación, terapia que acaba sumiéndola en el dolor y la confusión.

Juan: el joven estudiante de teología, prometedor en todos los aspectos, cuya persona provoca que más de una congregación desee tenerlo entre sus filas. El joven que es admitido en una Orden, pero que ve cerradas las puertas porque dio positivo en la prueba de VIH.

Juana: ama de casa, obligada a casarse y tener hijos siendo lesbiana, cuya experiencia de oración es digna de mención en los escritos de espiritualidad contemporáneos, pero que no puede decir que es lesbiana.

Juan: el chico que ha vivido preso de las drogas y del sexo desenfrenado (como él mismo dice) que de pronto tiene una experiencia mística y se ve arrebatado por Dios y sumergido por completo en el océano de la Divina Compasión. Que busca servir a otros como él, pero que sabe que no podrá hacerlo porque es muy afeminado.

Juanas y Juanes, que trabajan en las parroquias dando su vida y su tiempo, predicando la Palabra, organizando retiros, mostrando que una nueva forma de ser Iglesia es posible, pero que viven clandestinamente por ser quienes son y amar a quienes aman.

Juanas y Juanes que son echados de las parroquias porque no aceptan la doctrina de “los eclesiásticos y teólogos” sobre la homosexualidad.

Siendo consecuente con su discurso, el papa tendría que reconocer que HOY MISMO hay eclesiásticos y teólogos faltos de caridad y de humildad, que cierran los oídos al diálogo, a las posibilidades de cambio, a todo aquello que no sea “lo que siempre se ha dicho”, el “depósito de la fe” que más que de la fe parece ser un depósito de cadáveres, donde nada nuevo y nada vivo puede surgir sin que ellos lo apaguen.

Que los teólogos de la Doctrina de la fe, que los eclesiásticos pongan atención a lo que les decimos el papa y yo:

Señores míos, no rechacen más a quienes piensan distinto, a quienes viven distinto, a quienes aman distinto… hacerlo los lleva a estar asesinando santos.

Álvaro Olvera