lunes, febrero 21, 2011

Y al final

El místico vive en este mundo, abraza la vida humana tal como ella es. Ha aceptado de tal manera la vida humana, la encarnación que le tocó vivir por querer de su Amado, que goza, sufre, llora, ama como cualquiera, pero sin huir, sin esconderse, sin ponerse máscaras para disimular. El místico conoce la muerte y la mira de frente y la llama hermana sin paliativos, sin la máscara de la eternidad.

Su experiencia, aunque momentánea, ha sido experiencia de lo Divino, de la unidad fundamental de su persona con todo lo que existe y con el mismo Dios. El místico se sabe habitado por lo divino, informado (en el sentido que tenía en la escolástica) por Dios.

La conciencia de su Unidad con el Misterio lo sostiene a través de la vida siendo paz y dolor (esto porque el místico sabe que la Unidad, siendo perfecta y definitiva, no puede ser experimentada por él más de que manera limitada) Hama Hus, canta el sufí, Todo es Él, donde quiera que mires verá en rostro de tu Amado:

“Desde el día que me encontré con mi Señor, no ha acabado el juego de nuestro amor.
No cierro mis ojos, no tapo mis oídos, no mortifico mi cuerpo.
Veo con los ojos abiertos y sonrío; por todas partes contemplo su belleza.
Pronuncio Su Nombre, y cualquier cosa que contemplo me recuerda a Él; cualquier acto mío se convierte en adoración.
Dondequiera que yo vaya, me muevo alrededor suyo.
Todo cuanto alcanzo y realizo es en Su servicio: cuando me acuesto, me tiendo a Sus pies.”

***

“¡Oh, servidor! ¿Dónde me buscas?
No estoy en el templo, ni en la mezquita, ni en la Cava, ni en Kailash.
Tampoco estoy en los ritos, ni en las ceremonias, ni en Yoga y las renuncias.
Si eres un verdadero buscador, me verás en el acto:
Te encontrarás conmigo en un único momento.
Dice Kabir: “¡Oh Sadhu! Dios es el aliento de todo lo que respira”.

***

“¡No te desplaces al jardín lleno de flores!
¡Oh, amigo! No vayas allí;
En tu cuerpo está el jardín florido.
Siéntate sobre los mil pétalos de loto
Y contempla ahí la infinita Belleza.”
Kabir
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Desde esa conciencia, el místico vive su pasión sabiéndose Uno y nada le importa más que esa verdad:


“¡Oh, Dios!
Tú eres suficiente para mí.”

Rabía

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