miércoles, febrero 09, 2011

Juana ayer, las Juanas de hoy

Hace unos días el papa Benedicto celebró la fiesta de Juana de Arco, una de las figuras más complicadas en la historia de la Iglesia pues, como todos saben, fue condenada por la jerarquía como hereje, relapsa, ramera y poseída (casi nada) para, unos siglos después, ser canonizada y nombrada patrona de Francia.

Presento un extracto del discurso del papa:
“El encuentro dramático entre Juana de Arco y sus jueces, que son eclesiásticos, teólogos de la Universidad de París, a los cuales les falta la caridad y la humildad para ver en esta joven, acusada y condenada a la muerte terrible de la hoguera, la acción de Dios. Sus jueces no supieron que acabaron condenando a una mujer santa”.

Un punto a favor de Benedicto XVI al reconocer que los eclesiásticos y teólogos, por muy renombrados que sean y por muy famosa que sea la universidad donde se hayan titulado, pueden estar faltos de toda humildad, pero, además, de toda caridad.

El papa reconoce que la jerarquía, pues a ella se refiere cuando dice “eclesiásticos” ha cometido errores garrafales y crímenes de Estado por su falta de caridad.

Mas fuerte aún, el papa reconoce que a este sector de nuestra querida Iglesia le puede faltar y de hecho le ha faltado la necesaria capacidad de ver la acción de Dios para terminar liándose y justificando al más alto nivel el asesinato de una santa.

Siglos más tarde, alguien tuvo otra visión de las cosas y reconoció el papel de Juana. Pero, pregunto al papa, ¿qué pasa con las Juanas y Juanes de hoy?

Juan: el joven homosexual que siente un llamado de Dios a la vida religiosa, pero que ve cerrado el acceso por el simple hecho de su condición sexual, “para evitar escándalos”, como dicen los formadores.

Juana: la religiosa lesbiana que es perseguida, obligada a acudir a terapia psicológica a fin de “curar” su orientación, terapia que acaba sumiéndola en el dolor y la confusión.

Juan: el joven estudiante de teología, prometedor en todos los aspectos, cuya persona provoca que más de una congregación desee tenerlo entre sus filas. El joven que es admitido en una Orden, pero que ve cerradas las puertas porque dio positivo en la prueba de VIH.

Juana: ama de casa, obligada a casarse y tener hijos siendo lesbiana, cuya experiencia de oración es digna de mención en los escritos de espiritualidad contemporáneos, pero que no puede decir que es lesbiana.

Juan: el chico que ha vivido preso de las drogas y del sexo desenfrenado (como él mismo dice) que de pronto tiene una experiencia mística y se ve arrebatado por Dios y sumergido por completo en el océano de la Divina Compasión. Que busca servir a otros como él, pero que sabe que no podrá hacerlo porque es muy afeminado.

Juanas y Juanes, que trabajan en las parroquias dando su vida y su tiempo, predicando la Palabra, organizando retiros, mostrando que una nueva forma de ser Iglesia es posible, pero que viven clandestinamente por ser quienes son y amar a quienes aman.

Juanas y Juanes que son echados de las parroquias porque no aceptan la doctrina de “los eclesiásticos y teólogos” sobre la homosexualidad.

Siendo consecuente con su discurso, el papa tendría que reconocer que HOY MISMO hay eclesiásticos y teólogos faltos de caridad y de humildad, que cierran los oídos al diálogo, a las posibilidades de cambio, a todo aquello que no sea “lo que siempre se ha dicho”, el “depósito de la fe” que más que de la fe parece ser un depósito de cadáveres, donde nada nuevo y nada vivo puede surgir sin que ellos lo apaguen.

Que los teólogos de la Doctrina de la fe, que los eclesiásticos pongan atención a lo que les decimos el papa y yo:

Señores míos, no rechacen más a quienes piensan distinto, a quienes viven distinto, a quienes aman distinto… hacerlo los lleva a estar asesinando santos.

Álvaro Olvera

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