jueves, diciembre 18, 2008

No me extraña, pero...


Acabo de leer una nota en el periódico: 66 países miembros de la ONU han solicitado la despenalización universal de la homosexualidad. Sí, si tú pensabas que te iba mal en México, hay varios países donde ser homosexual es un delito o agravante de delito.

Pues la iniciativa, presentada por el ministro de relaciones exteriores de Holanda, Maxime Verhagen y la secretaria de Derechos Humanos de Francia, Rama Yade, quiere terminar con la penosa e inhumana situación de miles de personas homosexuales en el mundo .“En este siglo XXI, dijo Yade, ¿Cómo aceptar que personas sean perseguidas, encarceladas, torturadas y ejecutadas debido a su orientación sexual?”

Y dice bien. Simplemente no es aceptable. Y no es aceptable que varios países árabes y el Vaticano se opongan a esta propuesta.

Ningún Dios, señores míos, ningún credo, ninguna religión puede pretender ser “revelada” cuando se opone a la despenalización de algo tan privado como la orientación sexual. Lo inmoral no es la homosexualidad, lo verdaderamente inmoral es que en el nombre de Dios se opongan al proyecto de despenalización.


No me extraña, pero me avergüenza.

En el nombre de Dios, en el nombre de Jesús, en el nombre de Alá, el misericordioso pido a los representantes religiosos de esos países árabes y al Vaticano, que reconsideren su oposición. La moral, queridos hermanos, no está por encima de la vida.



J. Álvaro Olvera I.

jueves, diciembre 04, 2008

Tiempo de Navidad


Ya sabes que me encanta ir al cine. La semana pasada fui al cine a ver Navidad, S.A., para comenzar a ambientarme a mí mismo en el espíritu navideño. Luego, fui al mercado de Medellín, a comprar cosas para adornar mi casa. Casi todas las cosas que encontré en el mercado tenían figuras de Santa, renos, muñecos de nieve, pinos nevados, etc. Estaba meditando sobre estas dos cosas y me di cuenta de un curioso detalle: todo gira en torno a Santa y al concepto de navidad que hemos importado del otro lado del Río. La película trata el asunto de tener o no tener fe en Santa. Los adornos, son cosas relacionadas con Santa. Fuera de las figuras del Niño Jesús, no había nada que me hiciera referencia a la idea de Navidad que considero central: el nacimiento de Jesús.

Curioso ¿no? La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús, pero parece que el personaje central ha terminado siendo el gordito vestido de rojo. Navidad significa “nacimiento”, pero para nuestra cultura parece que ha venido a significar “llegada de Santa” Y no digo que sea malo, pero a mi me sigue encantando el viejo espíritu de la Navidad.

Para mi la Navidad sigue siendo el tiempo de limpiar toda la casa, de sacar cosas de las cajas y ver qué esferas sobrevivieron y cuáles hay que reponer. ¿Te has mirado en un trozo de esfera? Si lo giras, verás que tu cara se deforma y puedes hacer gestos solo para mirar cómo sería tu rostro si no fuera como es. Es de lo más divertido.

Es el momento de prender las luces de colores y permanecer sentado mirándolas prender y apagar una y otra vez. Intenta quedarte cuando todos se vayan a dormir; siéntate en un rinconcito y date media hora para mirar y re mirar las luces. Es mágico, las sombras cambian y las cosas parecen moverse como si danzaran al rito de los villancicos.

Navidad es el tiempo de poner un pesebre vacío porque el Niño “aun no llega”. Pasar semanas esperando el momento en que, por fin, el Niño haría su aparición, envuelto en una manta blanca, para ser arrullado entre dos, mientras le cantamos canciones de cuna. ¿Alguna vez presenciaste el arrullo? Entre las luces de colores, las velas de posada, las mantas blancas y los arrullos, puedes ver al Niño sonreír encantado de estar entre nosotros.

Navidad es tiempo de besar la imagen del Niño, pues por cada beso que le des recibirás una colación, el dulce típico de la época; es tiempo de contemplar al Niño, colocado en el pesebre, y pensar en los millones de niños y niñas en el mundo que han nacido y viven en situaciones de pobreza semejante y que, siendo los pequeños de Dios, no habrá para ellos una Navidad con dulces.

Navidad es tiempo de preparar el menú para la cena, sabiendo que quizá no estaremos todos los del año pasado, por lo que hemos de poner “reconciliación, amor y unión” entre los ingredientes principales del Bacalao, los romeritos, la pierna horneada o el pavo. Y tiempo de dar la bienvenida a los que estarán por primera vez en nuestra cena familiar, sabiendo que la vida es así, pérdidas y ganancias, que nos van ayudando a crecer y madurar.

Navidad es tiempo de pensar en regalos (sí, yo no soy de esos que pretenden que en la celebración religiosa de Navidad no debe hacer interés por las cosas materiales) Regalar, pero cuidando que el regalo vaya cargado con un amor auténtico y que el destinatario del regalo note ese amor los otros 364 días del año. Sólo así nuestro regalo será “navideño” y no cualquier regalo de tómbola.

Navidad es tiempo de preparar chocolate y churros para celebrar con los niños de la familia el momento mágico de encender el árbol por primera vez. Es tiempo de contar la historia del nacimiento de Niño, tiempo de abrazar, tiempo de estar juntos, tiempo de llorar por el dolor del mundo, de saber que el Niño sigue llegando sin importar como será recibido.

Navidad es tiempo de reconocer que sin la magia de la Navidad (esa que nos hace sentir el corazón ancho ancho, capaz de acoger a todo mundo y de desear paz incluso a los desconocidos) la vida sería absolutamente gris.

Celebra la Navidad como quieras, pero no apagues en ti la MAGIA de disfrutar las pequeñas cosas, de recuperar tu capacidad de asombro; la MAGIA de sentirte hermano hasta de los renos de nariz roja.


J. Álvaro Olvera I.

martes, noviembre 04, 2008

Un nuevo documento, una nueva oportunidad


El Vaticano ha publicado un documento más. En él se habla de la necesidad (y la obligación) de detectar varias clases de problemáticas en los aspirantes al sacerdocio. No se habla sólo de detectar a los homosexuales (aunque sí se incluyen en la lista) sino a cualquier persona cuyo perfil psico emocional ponga o pueda poner en riesgo el desempeño de tu ministerio. El documento, como todo lo que publica el Vaticano, ha despertado cuantas reacciones se puede uno imaginar… “Ay, Dios mío y Dueño mío, que son tiempos recios” (como decía la Teresa)

¿Qué decir?, ¿Tiene o no la iglesia el derecho de marcar los requisitos para otorgar el sacramento del orden? ¿Puede la iglesia usar de la psicología para detectar casos “problema” y decidir no aceptarlos? En todos los trabajos hacen eso: los resultados de los test psicológico son usados para definir si una persona es contratada o no, y nadie (que yo sepa) va por la vida enojado con tal o cual empresa, o llamándola inhumana, o acusándola de fobia porque decida no contratar a alguien a causa de su estado psico emocional.

Considero que, como toda institución, la iglesia tiene derecho a no admitir a alguna persona al sacerdocio si no cumple con el perfil puesto por la misma institución. Puedo pedir mi ingreso al Club América (por ejemplo) pero si no le quiero ir al América o si decido de pronto irle a las Chivas, no puedo permanecer en el Club. Son las reglas. Y las instituciones están hechas de reglas y para las reglas.

Un nuevo documento me da una nueva oportunidad de preguntarme ¿por qué seguir pidiendo a la iglesia la aceptación? ¿Es una forma inconsciente de buscar la aprobación de “mamá” para mi forma de vida?

Que la iglesia puede poner las condiciones que quiera, es su derecho. Que la motivación sea justa, es harina de otro costal. ¿Lo hacen para proteger la calidad del servicio que se da al pueblo de Dios o lo hacen para darse baños de pureza? ¿Es una medida para asegurar sacerdotes humanamente equilibrados, emocionalmente sanos, sexualmente maduros, o es una forma de mostrarle al mundo que sí están haciendo algo para detener los abusos sexuales de los curas? Creo que por aquí podría darle a la reflexión y luego aplicarla a mi vida.

Porque yo también tengo “criterios de admisión” en mi círculo de amigos, en mis relaciones personales, en mis relaciones amorosas. Yo también “saco” a quienes no cumplen con mis requisitos, yo también “investigo” para averiguar si la persona es fiable o no, si lo que me dice es verdad, si me conviene como amigo/a, si vale la pena invertir en amarla o no. Lo que hay en el corazón de la iglesia está presente también en mi corazón.
¿Me acepto? ¿Me rechazo? ¿Me aprecio? ¿Me descalifico?... ¿Me amo?

Que me mire a mí mismo con los ojos de Dios, solo así sabré como ayudar a la pobre iglesia a ser más la iglesia que Jesús desea.


J. Álvaro Olvera I.

jueves, octubre 30, 2008

Pasando de la autodefensa


Anoche estábamos charlando con unos seminaristas que visitaron el espacio de reflexión teológica. Entre las preguntas, surgió una que nos dio pie a una interesante reflexión. Preguntaron qué hacíamos para dar a la gente gay herramientas para defenderse en una sociedad que los excluye.

De inmediato, varios de la Comunidad dijeron que no estábamos dando a la gente herramientas de defensa, pues una vez que se hacía la experiencia de que Dios nos amaba, no había necesidad de defenderse. Escuché las tres intervenciones mientras algo en mi interior decía: ¡no estoy de acuerdo con ellos! ¡Claro que hay que dar elementos de defensa! Me escuché pensando esto y me di cuenta que estaba atestiguando uno de mis cambios de perspectiva. Intervine en la conversación y dije:

La Comunidad ha evolucionado. Comenzamos siendo un grupo de atención pastoral a gays, ellos eran nuestra meta, el objetivo de nuestro trabajo y la razón de nuestra dedicación. Pensamos que había que darles armas para defenderse, así que lo primero fue organizar un curso de Biblia, donde se hablaba de los textos usados para condenar la homosexualidad. En nuestro curso, la gente aprendía que esos textos se estaban interpretando de otra manera, lo que los biblistas decían al respecto y se hacía una crítica a la interpretación tradicional de la iglesia.

Luego, decidimos hacer el famoso “retiro de reconciliación” que no era más que un encuentro de dos días para hablar de la realidad de las personas homosexuales y cómo la fe y su visión de Dios les habían servido o les habían hecho más grave el proceso de amarse a sí mismos. A través de las charlas, tratábamos de mostrar que Dios no hace acepción de personas y que su amor infinito es para todos, gays incluidos.

Así que, al inicio, sí buscábamos dar a la gente gay armas para defenderse de las agresiones del mundo. Incluso organizamos un encuentro con padres de familia cuyo mensaje era: ¡Acéptenlos!

Más tarde, sería Dios mismo quien nos haría dar un giro pues en uno de nuestros retiros de reconciliación de los quince participantes sólo dos eran gays, los otros eran heterosexuales. Me sentí fracasado pues creí que para ellos había muchos tipos de retiro, que podían ir a su parroquia, pero que la gente gay no tenía más que a nosotros. Me sentí molesto porque les dimos lugares a ellos y el retiro que era para gays se llenó sin gays.

Durante ese fin de semana, descubrí que los heterosexuales presentaban las mismas dificultades que los gays en torno a la sexualidad: culpa, sensación de pecado, de ser indignos a los ojos de Dios, de no relacionarse con él por sentirse “sucios” por su forma de vivir su sexualidad y gozar del sexo.

Así que, sin quererlo y aun con mi enojo, la Comunidad sintió un llamado más amplio. Dejamos de ser un grupo cerrado y abrimos las puertas a quienes necesitaran un proceso de reconciliación entre su fe y su sexualidad. Transformamos el plan de estudio teológico y la estructura de los retiros.

Con el tiempo, la Comunidad supo que el secreto era una profunda y seria relación con Dios y para ello era necesario hablar de las ideas que nos hacemos sobre él por la cultura y la religión que hemos recibido. Al mismo tiempo que analizábamos esto desde la teología, abrimos espacios de oración contemplativa, para que la gente pudiera probar aquellas cosas que aprendía en el estudio teológico.

Y, en efecto, todo estuvo en que la gente comenzó a estudiar y a orar (al fin de cuentas, la auténtica teología es experiencia y no teoría, así como una sana oración ha de estar bien fundamentada) se dieron las transformaciones: había más auto aceptación en los gays, los heteros se mostraron más abiertos, ambos aceptaron convivir juntos, había más sentido de la dignidad personal, más conciencia de la necesidad de respetarse y hacerse respetar. Sin buscarlo, la gente tenía ahora auténticas herramientas para sentirse amados con su orientación sexual, sus opciones de vida y su estado civil o de salud.

La Comunidad se construyó como lo que ahora es: un espacio de convivencia, estudio y experiencia de un Dios amoroso. Han llegado más heterosexuales y algunos homosexuales se han ido reprochándonos que en nuestros espacios no se da “la convivencia y la diversión” (sabrá Dios qué entienden por eso, claro) o que no somos suficientemente “activistas”.

El padre Gerardo, nuestro fundador, nos decía: “Mi trabajo es con los gays, pero mi pasión es mostrar un rostro nuevo de la iglesia”. A estas alturas, se ha cumplido el sueño de quien dio su vida y su salud para que existiéramos, pues somos una Comunidad que recibe a los gays, pero que muestra un modo diverso de ser iglesia de Jesús.

J. Álvaro Olvera I.

miércoles, octubre 29, 2008

Los muertos vienen


Dos de noviembre, ya se está cocinando el pan de muerto, las calaveras de azúcar sonríen desde los estantes y el papel picado vuela en los puestos del mercado. La fiesta de los muertos llega y con ella, las mesas se adornan y los altares se pueblan de manjares en memoria de los que se han ido.

Cuando era niño, me decían que esa noche los muertos regresan del más allá, siguiendo el aroma de su comida favorita, guiados por las velas, a través del camino de las flores de zempasúchitl (como quiera que se escriba el nombre de la famosa flor de muertos) A mi me daba miedo, pero no me aguantaba las ganas de espiar a ver si alcanzaba a ver al abuelo Antonio comerse algo.

Al entrar al seminario, esa idea fue arrancada: los muertos se van al cielo (o al infierno, depende) y no regresan a nada, según lo que mi formador decía ser la fe de la iglesia.

Ahora, lejos de los días de mi infancia (cuando menos de mi infancia física) y ya libre de la estrechas visiones sobre la vida, me veo poniendo un altar de muertos en un rincón de mi casa: velas, papel picado, algo de fruta, una o dos fotos y mucha magia, porque para mí la fiesta de los muertos es una fiesta mágica.

Esa noche, la puerta de este mundo y el otro se abren y los espíritus se hacen presentes, no porque se hayan ido al cielo (¿qué clase de gente es esa que se va felizmente a gozar a Dios y nos deja aquí solitos? ¿No que nos querían tanto?) sino porque siempre presentes, no son siempre obvios para la mayoría de la gente.

Los espíritus se presentan, se acercan a las ofrendas con una mirada entre triste y curiosa, como recordando con nostalgia lo que les gustaba y ya no tienen y preguntándose al mismo tiempo como es que podemos seguir viviendo con eso que comemos. Pasan la noche aquí y regresan a su mundo al amanecer.

¿Los has visto? Yo sí.

Son como nubes, como sedas chinas (de las buenas, entiéndase, de las que usaban las Emperatrices del pasado) A veces, cuando hay un niño o adolescente sensible, se pueden ver como a través del cristal de la ventana en una tarde de lluvia. Los perros siempre los miran, y mueven sus rabos emocionados porque no los han olvidado.

Yo los miro, supongo que son mis genes perro – porque llegué a la conclusión de que mi fácil comunicación con los cánidos se debe más bien a que en mi ADN hay presencia perruna – Y a veces me hablan. Claro que no hablan con palabras nuestras, pues no tienen ya pulmones ni el aire vibra en sus cuerdas, pero me hablan, me dicen cosas.

Una vez, fue aquella abue la que me dijo: “Siempre estaré en esta puerta, cuidándolos” (¿te acuerdas, viejhote)?; otra, fue el viejo tío homosexual que aún en la tibieza de la muerte estaba buscando al amor de su vida.

Una noche fue Lipotimia, mi perra (la que se llevó la perrera cuando yo estaba en la escuela ante la mirada complacida de los adultos que no entienden nada de lo que pasa entre uno y su perro) la que se presentó. Jugamos como locos, pero no pudo recoger el trapo que le lanzaba, solo sonreía – porque los perros, señores míos, sonríen de una manera tan limpia e inocente como ningún ser humano, salvo Jesús o Buddha, puede hacer – se sentó a mi lado como en los viejos tiempos y me preguntó si aún la quería. Yo hundí mi rostro en su traslúcido pelaje y la llené de besos y le dije: “si yo hubiera estado en casa, nadie te hubiera llevado”. “Bien lo sé”, respondió, y me lamió el rostro. Desde esa noche, en cada ofrenda de muertos dejo un puño de croquetas In Memoriam.

No me da miedo la muerte, no me asusta. Pienso en la gente que me voy a encontrar: mi abue (pinche Chabela, me dejaste solito y te necesitaba tanto) mi abuelo al que no conocí, todos mis perritos, mis ratas blancas, mis pollitos y patos, los canarios, las hormigas y las cuijas acapulqueñas, las palomas, Carmelo Conejo y sus hijos y hasta Rayito, el cuyo de mi sobrino que feneció asfixiado cuando lo dejaron encerrado en el auto a las doce del día.

Y pienso en Jesús y en Buddha, en Maestro Eckhart y Jualiana de Norwich, en Teresa y en Juandelacruz, pienso en Francisco y en Martín de Porres y toda su sarta de bichos, avechuchos y demás animalillos; pienso en mis amigos que murieron por el SIDA, y en Cleopatra y Marco Antonio… ¡Dios santo, cuántos reencuentros tendrá la muerte para mí! ¡Qué emoción!

Y si piensas que me volví loco, nomás espera despierto la noche del día primero al día dos, siéntate cómodamente, abre los ojos y sabrás.

Pero no abras los ojos del rostro, esos que se van a comer los gusanos, zopenco, sino los del corazón, que – como reza una leyenda callejera que vi en foto – algunas cosas necesitan ser creídas para poder ser vistas.

Luego de las visitas de mis espíritus la noche de muertos (y de mis visitas a su mundo una que otra vez) mi corazón queda muy feliz, muy en paz. Aprendo que la vida, el Gran Misterio de la Vida, no termina cuando uno se va de aquí, sólo cambia uno de forma a otra más suave… Sí, ahora que lo pienso, la muerte lo vuelve a uno del mismo material del que están hechos los sueños, las ilusiones, las hadas y los besos robados, sólo que más sabios.



J. Álvaro Olvera I.

martes, octubre 28, 2008

Y lo escribe un teólogo


Encontré este texto en la web, me encantó y lo paso al costo. Y que quede asentado quelo publica uno de los más famosos teólogos biblistas católicos. Gracias Xavier.

J. Álvaro Olvera I.


***


"Al comienzo del verano recibí, con mi esposa, el premio Arco-Iris de la Comunidad de Homosexuales Cristianos de Madrid y me honro desde entonces del título que tuvieron a bien concedernos: somos Amigos de los Homosexuales. Pues bien, ahora que el verano empieza a terminar, recojo y publico el texto que alguien me mandó por entonces: un decálogo del homosexual, con veinte artículos. No sé ya quien me lo mandó, no voy a averiguarlo. Tengo la impresión de que el texto andaba por ahí y de que él lo había recogido de algún sitio que tampoco recordaba. Así lo envío y ofrezco a todos los amigos del blog, como un bien común. Me gustaría que se comentara de un modo abierto, incluyendo también a los heterosexuales y a todos los tipos de personas.


Decálogo del Homosexual


1. Soy homosexual desde siempre y nada puedo hacer para cambiarlo. Quien diga que puede es un mentiroso, un iluso, un ignorante o quizás sus miedos lo hacen pensar que si.

2. No me rechaces por ser como soy. Mi homosexualidad no es un deseo de ofender ni de lastimar: es mi orientación sexual natural y constituye un rasgo fundamental de mi personalidad. Es la manera que tengo de entregar mi afecto y de ejercer mi sexualidad y tengo tanto derecho a mi sexualidad como tú a la tuya.

3. Si a veces he deseado ser heterosexual o he actuado como si lo fuera, no es porque mi homosexualidad me haga infeliz sino porque creí que era la única manera de sobrevivir en medio del prejuicio y del odio generales. Me daña muy gravemente que los demás se sientan con derecho a hacerme objeto de su desprecio, burla y agresiones tan sólo porque soy diferente de ellos.

4. El asco, desprecio, horror y desconfianza hacia los homosexuales se llama homofobia. Una fobia es un rechazo irracional y, por lo mismo, una perturbación mental. Ya es tiempo de que sanes de ella.

5. No soy un bicho raro: soy una persona como cualquiera otra. En la medida en que me rechaces, me iré alejando de ti. Si soy tu familiar o amigo, no me conviertas en un extraño.

6. Habemos homosexuales de todos tipos, edades, razas, nacionalidades y clases: nos encontrarás en el gobierno, las fuerzas armadas, la iglesia, las instituciones de enseñanza, las empresas públicas y privadas y en todas las profesiones y actividades. Aunque no lo creas, aproximadamente la quinta parte de la humanidad somos homosexuales.

7. Si todos y todas las homosexuales desapareciéramos del planeta, te sentirías muy mal: desaparecerían muchas de las personas que quieres o admiras y muchos de tus amigos y familiares. Es posible, incluso, que no hubieras nacido: muchos homosexuales han tenido hijos.

8. Si alguna vez me has dicho que me amas, demuéstramelo: ya era homosexual cuando me lo dijiste y yo te correspondí con mi cariño. No me entusiasma que me menciones lo mucho que me querrías ’si yo fuera diferente’. No tienes ningún derecho a exigirme ser como tú para que me consideres valioso o digno de tu afecto: eso se llama discriminación y es un delito.

9. No digas necedades como que me preferirías alcohólico, asesino o violador. Si en tu familia deseas asesinos, alcohólicos o violadores, no me consideres pariente tuyo. Yo aspiro a ser una persona productiva y útil, digna de confianza y de respeto. Tus comparaciones me ofenden y me agreden.

10. Si quieres que te respete, tú también tendrás que respetarme. El respeto es la capacidad de considerar el valor de los demás y no tiene importancia cuando no es mutuo.

11. Yo sé que la iglesia católica -y muchas otras que se dicen cristianas o cualquier otra confesión religiosa- condenan las relaciones homosexuales. También condenan las relaciones prematrimoniales, el adulterio, el sexo oral, la masturbación, la literatura erótica y, en general, todo lo relacionado con el sexo. Igualmente prohíben la ordenación sacerdotal de las mujeres, el uso de los condones, el aborto, los anticonceptivos y la evasión de impuestos, entre muchas otras cosas. En cambio, permiten y aprueban la guerra y la pena de muerte. Si realmente quieres seguir las enseñanzas de Dios, no confundas su mensaje con las necedades de aquellos que pretenden hablar en su nombre.

12. Muy pocos médicos, psicólogos y psiquiatras están capacitados para entender y valorar la sexualidad humana, ya que sus programas de estudio no la incluyen. No me pidas ponerme en manos de ignorantes. Si quieres entender mi homosexualidad, acude tú con un sexólogo.

13. Hay muchas teorías que tratan de ‘explicar’ el origen de la homosexualidad. Ninguna ha logrado acertar porque los científicos que las formulan parten de la idea de que es una alteración de la conducta, de la biología o la falta de algo. No soy una enfermedad ni un defecto: soy una persona. ¿Tú porqué eres heterosexual? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

14. Antes de usar términos como ‘aberrante’, ‘desviado’, ‘anormal’ o ‘depravado’, consulta el diccionario. No hagas gala de tu ignorancia.

15. Nadie es ‘culpable’ de que yo sea homosexual. Yo no ‘me volví’ homosexual porque alguien ‘me pegara’ sus mañas. Si las preferencias sexuales fueran contagiosas, todos seríamos heterosexuales porque ustedes son mayoría. Ni tú ni nadie se volverá homosexual por convivir conmigo.

16. Las historias que has oído o leído acerca de que los homosexuales somos violadores de niños son falsas. Más del 80% de los violadores de menores de edad son heterosexuales y te lo pueden comprobar en cualquier oficina de defensa de derechos humanos o en cualquier juzgado penal.

17. No soy homosexual porque aún no haya encontrado a la ‘persona adecuada’ del otro sexo. No me atrae ni me interesa tener relaciones sexuales con personas de sexo diferente al mío, así como a ti no te atrae el tenerlas con alguien de tu mismo sexo. Tampoco ando persiguiendo heterosexuales: prefiero relacionarme emotiva y sexualmente con una persona homosexual de mi mismo sexo.

18. No tengas temor de preguntarme lo que sea acerca de mi vida sentimental o sexual, y en general, de mis aspiraciones como persona. Yo estoy deseando que me conozcas mejor y, comunicándonos, te sorprenderás de lo parecidos que somos.

19. No estoy pidiéndote que me entiendas y me toleres, sino que me comprendas y me aceptes. Tolerar es indigno porque la tolerancia es un repudio disfrazado de buena voluntad.

20. Finalmente, no dudes de mi afecto por ti… y no me hagas dudar del tuyo convirtiéndome en tu enemigo. Mi vida es buena y valiosa y tengo que vivirla tal cual es, incluso a pesar de ti. Porque de artistas, de Santos y de locos; de todos tenemos un poco."



Xavier Pikaza Ibarrondo

Teólogo

Su Nombre


Si leíste la reflexión que mandé sobre mi verdadero nombre sabrás por dónde va esta que trata del Nombre de Dios (así, con mayúsculas)

Que Dios tiene un Nombre es conocido de la fe bíblica. Con Nombre, me refiero a lo más íntimo de la persona de Dios (en la medida en que podemos conocerla). Para la fe de Israel, el Nombre de Dios, aunque se reconoce que existe, es impronunciable por lo que recurren a circunloquios: el Santo, El Señor, El Rostro, Hashem (que justo significa EL Nombre, es decir, el que existe por antonomasia)

El Nombre de Dios define lo que Dios es para quienes lo invocan de esa manera. Para los seguidores del Islam, Dios tiene 99 nombres, el primero de los cuales es Alláh (que significa algo así como LA nada, es decir, aquel que no es nada de lo que podemos pensar o nombrar y ante quien las cosas no tienen subsistencia propia) Los Sufis lo llaman El Amado.

Jesús lo llamaba Abbá, que se puede traducir como papito, pues para él, Dios no se define principalmente por ningún atributo como la santidad, la omnipotencia, la pureza, la eternidad o la grandeza de su poder, sino que se define por su paternidad: Dios es invocado por Jesús como la fuente de la vida, la cercanía, el cuidado, la solicitud amorosa, la infinita misericordia, el amor incondicional.

Para nosotros, los cristianos, el Nombre que Jesús le da a Dios es EL Nombre, pues para nosotros la relación de Jesús y Dios es tan profunda y transparente que da como fruto un conocimiento exacto de la naturaleza de Dios. O sea que si Jesús dice que Dios es Abbá, es porque Dios es Abbá y actúa como tal hacia nosotros.

Por eso, cuando pensamos qué significa que Dios se llame Abbá y nos lo tomamos en serio, la cosa cambia. No es lo mismo creer en un poder superior, en una energía cósmica, en una divinidad abstracta, en un dios castigador que en un Dios que es Amor incondicional, real y concreto, que se da a cada uno de nosotros de manera personal y única, como único es cada uno de nosotros.

Dios nos llama por nuestro verdadero nombre, y su verdadero Nombre refiere su ser y su hacer: Amor. Y Dios es coherente con su Nombre, por eso en él no se encuentra ni sombra de odio, violencia, oscuridad o muerte.

Dios, coherente con su Nombre, no sabe más que amarnos, perdonarnos, acompañarnos, cuidar de nosotros, guiarnos, ayudar nuestros esfuerzos por ser libres, felices, plenos, humanos.

Por todo esto, me encanta la oración de Jesús en la que decimos todos juntos como hermanos y hermanas: Santificado (bendito) sea tu Nombre.




J. Álvaro Olvera I.

viernes, octubre 24, 2008

En memoria de la Teresa


Sí, Teresa fuer una mística, una mujer profundamente espiritual que alcanzó a tocar el Misterio Divino y dejarse tocar por él. Sus obras han inspirado a miles de personas a seguir los caminos del Castillo Interior, la secreta morada de Dios en la persona.

Teresa descubrió, a través de su silencio y de la influencia de la mística árabe (detalle que está siendo estudiado con mucha atención en los círculos teresianistas) que en lo más profundo de la persona había una “habitación”, un espacio sagrado, lugar del encuentro entre Dios y el alma. El libro de Las Moradas narra, con todos los recovecos de la Teresa (que escribe como si estuviera hablando, con largos paréntesis explicativos) narra el proceso del alma que quiere llegar a la recámara, a la cama donde la espera su Dios Amado.

La belleza de la persona, según Teresa, no estaba en sus cualidades físicas o su alcurnia, sino en ser un castillo “como de cristal”, habitado por el mismo Dios. El trabajo de alma será ir entrando al castillo, recorriendo sus pasajes secretos y sus habitaciones cerradas, para ir acercándose cada vez más a la unión (que se describe con tintes claramente eróticos) con Dios.

¿Qué nos dice Teresa en estas metáforas espirituales?

Que no estamos solos. Que no somos el producto en serie, el accidente en el noviazgo de nuestros padres y madres, el motivo de la boda adelantada o el producto más o menos fallido de una cadena de coincidencias. Para Teresa, hemos sido creados “a mano” por Dios, que ha puesto especial atención a los detalles de nuestro ser, de nuestra personalidad, de nuestra herencia genética, de nuestra orientación sexual a fin de hacernos únicos, irrepetibles y engalanar con nuestra existencia la diversa hermosura de la creación.

Nos dice que si aprendemos “a ver más allá de lo evidente” (referencia ochentera, quien tenga oídos, que lo oiga) más allá de lo que nos dicen sobre nosotros mismos, podremos escuchar – como si se tratara de una sinfonía cósmica – el leitmotiv que nos repite interiormente: “eres mi hijo muy amado, en ti me complazco” cantado a dos voces entre Dios y el universo.

Nos dice que la relación con Dios no es para pedirle cosas, como si fuese máquina expendedora de chucherías, sino para comulgar con lo divino en el silencio de nuestro corazón, a fin de que lo divino en nosotros se vaya haciendo más evidente cada día y nos impulse a ser más humanos, más hermanos, más plenos.

Nos dice que Dios no tiene miedo a nuestro placer, al erotismo ni al sexo (digo, el los inventó y los hizo así como son por alguna gozosa razón) y que por eso no tenemos que despojarnos de esas dimensiones de nuestra humanidad para acercarnos a él, para estar en profunda relación con él. Si la unión del alma con Dios es abrazo, beso y acaricia apasionada en el secreto de la recámara, es porque besar, abrazar y acariciar apasionadamente son acciones sagradas, tanto más santas cuanto más amorosas, respetuosas y auténticas sean.


Teresa nos dice que el conocimiento interior (ese ir recorriendo las habitaciones del castillo) es tan necesario como el respirar, si es que queremos tocar lo más auténtico de nosotros mismos, reconocerlo, valorarlo y vivir a partir de ahí.

Querida Teresa, gracias porque te aventuraste a recorrer el castillo y nos animas a hacer lo propio para descubrir la infinita belleza de nuestro ser interior.

J. Álvaro Olvera I.

¿Son necesarias las religiones?


He estado leyendo algunas noticias y comentarios sobre el congreso “¿Es verdad que Dios ha muerto?”. Sin duda que hacer congresos semejantes es una excelente oportunidad para escuchar distintas voces, posturas y formas de pensar respecto al “problema” Dios.

Estoy consciente de igual manera que la pregunta es retórica. No podemos reunirnos a discutir si Dios ha muerto, si está vivo o si está dormido o de vacaciones. Dios no está muerto, ni está vivo, simplemente porque está más allá de esos conceptos. La intención de estos congresos parece ser, más bien, hablar sobre lo que las religiones nos presentan como Dios, su vigencia, las luces y sombras de creer en Dios de una u otra manera.

Se dijeron muchas cosas interesantes y, como siempre pasa, también salieron a relucir algunas críticas a sistemas religiosos. Parece que la percepción más o menos extendida es que las religiones “oficiales” no sólo nos ofrecen un dios muerto o agonizante, sino que además está detrás de los graves y grandes problemas del mundo por la forma en la que están organizadas, por su credo o dogmas y por su olvido de los problemas reales de la gente.

¿Es así? ¿El papel de las religiones es tan malo que lo mejor que puede pasarnos es que desaparezcan? ¿La libertad y madurez humana ha llegado al momento de no necesitar a las religiones?

No lo creo. Si bien sabemos que las religiones nacen y se alimentan del miedo (sea el miedo a la muerte, al más allá, a la vida, al placer) y están para ofrecer seguridad y respuestas “infalibles” que den sentido a los colectivos sociales, también hay que reconocer que su función estabilizadora, la identidad que otorgan a sus miembros, las claves de interpretación de la vida, la cosmovisión y la ética que ofrecen son necesarias para la cohesión social y para el establecimiento de cierto orden.

Es el precio de la convivencia en este momento de nuestra historia y del desarrollo de nuestra conciencia: necesitamos reguladores externos que nos “obliguen” a hacer nuestros algunos valores, a vivir de cierta manera y a experimentarnos parte de un todo organizado. El Estado democrático hace la misma función y, por mucho que nos guste o no tal Estado, la pretensión de una sociedad sin él nos suena más bien a ilusión.

Si el papel del Estado y, en México, de la iglesia romana es dar cohesión, implantar ciertos valores, otorgar un sistema de interpretación de la realidad que sirva para aliviar la angustia existencial a la mayoría de la población, entonces estamos ante realidades válidas y necesarias para un cierto estado de conciencia en el que estamos la mayoría de las personas.

Las religiones, y la iglesia romana en particular, existen para ofrecer a los seres humanos esa estabilidad, seguridad y cohesión que necesitan cuando se encuentran en un cierto estado de conciencia. No podemos pedir peras al olmo, no podemos esperar que unas instituciones humanas (como son todas las religiones) nos den otra cosa. Exigirlo es injusto.

La solución no es que desaparezcan las religiones (podría ser un caos generalizado) sino que nos demos cuenta que saltar fuera de las sombra de las religiones en pro de una experiencia profundamente espiritual y profundamente humana es el camino para la madurez.

Que mi familia siga creyendo que la mujer es inferior (y lo siga predicando) no justifica el exterminio de mi familia, sino que me lleva a replantear lo que he recibido de ella, y dar el salto fuera de su sombra para vivir y pensar distinto es un signo de mi madurez.

Que las iglesias cristianas sigan predicando un dios de premios y castigos, un dios que rechaza a los homosexuales, un dios que castiga que disfrutemos plenamente de la vida no justifica que las descalifiquemos o que pretendamos que desaparezcan, movido quizá más por el resentimiento que por auténtico amor a la humanidad.

Si me he dado cuenta de que las iglesias ya no son una respuesta para mí, quizá sea tiempo de dar el salto, tiempo de madurar, tiempo de hacerme responsable de mi propia fe y de mi experiencia personal de un Dios distinto.

Yo deseo ser libre y en la medida en que lo consiga, invitaré a otros a hacer lo mismo. No destruyamos a las iglesias, seamos coherentes y congruentes con el Dios distinto que hemos experimentado; eso sí que es hacer un favor a la humanidad.

J. Álvaro Olvera I.

Mi nombre


Ayer en la sesión de teología surgió la cuestión del nombre. Decíamos que Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre, que en la Escritura el nombre es sinónimo de lo más íntimo y real de la persona y que el nombre es aquello que nos da identidad y con lo cual nos movemos en el mundo e interpretamos y comprendemos la realidad, la íntima, la social y la cósmica.

Uno de los participantes sugirió una actividad: “piensa ¿cuál te gustaría que fuera tu nombre?” Eso me dio material para invitarlo a reflexionar sobre el nombre de cada uno, nuestro nombre verdadero y el nombre de Dios.

Nombre es identidad profunda. El nombre que está en mi credencial de elector es mi nombre externo, el nombre social o, quizá el nombre que tiene la máscara que uso en mis relaciones diarias, el nombre de aquel personaje que pretendo ser. Como sea, no me refiero a ese nombre, porque llamarme Álvaro o Daniel no hace diferencia en mi ser. Hablo de mi nombre profundo, aquel que me da identidad, el que ilumina lo que soy y lo que hago.

A veces me he puesto cada nombrecito… Cuando era niño, mi nombre era “inútil”, porque mi padre siempre me decía que eso era lo que yo era. Y como mi padre tenía autoridad y era para mí como un súper héroe, me creí el nombre y comencé a vivir como tal, comprendí mi universo desde esa identidad y actué en consecuencia.

Cuando adolescente, luego de un desengaño amoroso, mi nombre fue “yo no nací para amar” (gracias Juanga). Me creí la idea de que yo no merecía ser amado por nadie, por eso me habían abandonado. Y comencé a verme a mí mismo desde ese nombre, interpreté mi realidad desde esta identidad y me relacionaba con los demás desde ese nuevo nombre.

Luego vino el nombre “tu sexo es sucio”; después “no vales nada”; más tarde “eres indigno de Dios”; luego “soy muy caliente y puedo vivir mi sexualidad como quiera”; y “si no tengo pareja es porque no valgo”; vino el “si no le aguanto todo es que no se amar”; y “merezco que me trate así”; y “si me deja nadie más se fijará en mí”… y me vi a mí mismo desde esa identidad, interpreté el mundo y me relacioné con los demás desde esos nombres. ¡Te podrás imaginar mi vida!

Todos estos nombres fueron mis nombres reales, viví con ellos, viví de ellos y viví de acuerdo a ellos. Pero ¿sabes?, ninguno era mi nombre verdadero porque fueron nombres que otros me dieron o me di a mí mismo. Mi nombre real estaba escondido, esperando ser reconocido.

Una noche, en 1987, mi nombre verdadero fue pronunciado: “Eres mi hijo muy amado, me encantas” (que en lenguaje de la Biblia se dice: “en ti me complazco”, pues) Y como era el nombre dado por Dios, descubrí que era mi nombre auténtico, el de a deveras, el eficaz, el definitivo. Hijo de Dios… wow; muy amado… súper wow; me encantas… súper súper wow. Mi nombre: Eres mi hijo muy amado, me encantas… ¡nadamassuperwoweneluniverso!

Los otros nombres me lo di yo o me los dio otro ser humano, pero este último nombre me lo daba Dios mismo, y me lo dio desde toda la eternidad, cuando pensó en mí y me llamó a la existencia. Es por eso que los otros nombres no son definitivos, pero el que él me da si lo es, acuérdate que cuando Dios dice algo, se hace, así que si él dice mi nombre…

¿Cuántos nombres te has puesto? ¿Cuáles son? ¿Cuál es el nombre que usas ahora mismo? Piénsalo un poco, seguro descubres cosas muy importantes.

Y piensa en el nombre que Dios te ha dado, tu verdadero nombre. Y ya que lo descubras en ti, ojalá te veas a ti mismo, veas en mundo y te relaciones desde ese magnífico, liberador y absolutamente amoroso nuevo nombre.


J. Álvaro Olvera I.

Una pequeña diferencia


Creer en Dios parece ser una actitud muy extendida. Millones de personas en todo el mundo afirman que creen en la existencia de una divinidad, de un poder superior, aunque con sus diferencias específicas. Creer en Dios, entonces, es algo que muchos hacemos y sin mayor problema.


Creerle a Dios… eso sí que es harina de otro costal, porque incluye el asentimiento del corazón al Misterio, aceptar que las cosas no son como pienso ni como me he creído que son, influenciado por un entorno, una cultura, una religión, una filosofía.


Pensar, por ejemplo, que el sentido de la vida está en “ser”, pero que a la hora de los hechos, el “ser” es convertido en “tener”, que hace que la vida entera se organice en el absurdo de comprar y comprar…


Creer que mi dignidad está por encima de la de los demás, y hacer lo posible por mostrar mi valía pasando por encima de los otros…


Estar seguro que la naturaleza es un conjunto de “cosas” sin más valor que el que adquieren en el mercado y que, por lo tanto, puede ser contaminada, destruida, vorazmente explotada…


Hacerme a la idea de que mi libertad se hace más amplia en cuanto paso de todo, pruebo de todo, me permito todo, sin importar si me llevo entre las patas a otros…


Estar convencido de que mi raza, el color de mi piel, mi idioma o mi religión me hace mejor…


Afirmar – cuando menos en los hechos, en la forma en que me miro a mí mismo – que mi orientación sexual me hace menos digno de amor y de respeto, menos amado por Dios y, por ende, merecedor de todas las desdichas que he traído o permitido que otros dejaran en mi vida…


Pensar que necesito ganarme el amor de los demás (y de Dios) por medio de mi fuerza, de mis valores morales, de mi práctica religiosa, de mi obediencia a las tradiciones, de mi sometimiento a las jerarquías, de mi renuncia a la libertad de ser y de pensar…


Todas son formas de no creerle a Dios, porque el Misterio se ha revelado como una presencia de bondad, de amor infinito, de aceptación sin juicios.


Dios se nos ha mostrado como deseoso de que seamos felices, de que tengamos plenitud y de que nos hermanemos con todas las personas y con todas las criaturas.


Si creyera más a Dios (y menos en Dios) mi vida daría un giro. Cuando menos, así lo creo, sería más feliz y viviría más amorosamente.


Señor, que TE crea.

J. Álvaro Olvera I.

viernes, julio 25, 2008

Panda y Dios (final)


(Este, claro está, también va dedicado especialmente a la Madre Panda)

Antes hablé del maestro Orejón y no salió muy bien parado en esta parte de la peli, pero en la segunda mitad, el personaje se redime y me hizo pensar en mis relaciones personales.

El tal maestro se da cuenta que no puede tratar a todos de la misma manera, que hay diferencias y que ser un buen líder es tener la capacidad de descubrir la riqueza única del otro. El panda “gordo” no puede ser entrenado como la maestra Tigresa o como la Mantis, ha de mirarse se individualidad, aquello que lo hace único y potenciarlo.

Con el pretexto de la comida, el maestro Orejón va conduciendo al Panda al campo de batalla, lo entrena casi sin que se note. Así ambos sacan a relucir cualidades que no tenían antes de conocerse y terminan siendo más completos de lo que ya eran por sí mismos.

Y pienso en la Comunidad, en lo diferentes que son las personas que la integran, la riqueza que tenemos como Comunidad diversa… y mi tendencia a tratarlos a todos de la misma manera y de acercarme a todos desde la misma postura.

¡Qué complicado! Porque fue educado en la creencia que uno debe tratar a todos por igual (que eso era la justicia) Ahora descubro un llamado a salir de ese paradigma para acercarme de forma individual a personas únicas e irrepetibles.

Creo que mis fallas como miembro de Vino Nuevo se deben en mucha a esta capacidad no desarrollada: mirar la individualidad, tratar a cada uno como cada uno, a no etiquetar – como si se tratara de personas hechas en serie – a los hijos e hijas de Dios que son destellos únicos de la presencia divina.

Imagino que por eso estoy en contra de ciertas concepciones de Dios demasiado “justas”. No creo que Dios nos trate a todos por igual, pues nos ha hecho diferentes. En esa sabiduría, supongo que la misericordia de Dios aplicará de diferentes formas… seguro que mirará con más ternura a unos que a otros.

Y la justicia de Dios ha de ser igualmente “dispareja”, pues habrá quien necesite más firmeza, pero habemos quienes solo caminamos despacito cuando se nos trata con cariño y delicadeza [hace muchos años, cuando era adolescente, mi formador me dijo que yo era como un perrito que si me jalaban la cadena, no caminaba y si me pateaban, mordía; pero que sobándome las orejas se conseguía que hiciera todo, y me gusta imaginar a Dios sobándome las orejas con ternura para que decida caminar tras Jesús]

Si esto es así, quiero pensar que el amor de Dios, siendo infinito, tiene matices diferentes para cada uno y cada una. Seguro que el gran corazón de Dios se derretirá más derretidamente cuando alguno de sus hijos o hijas le llama “Abbá”, o cuando nos ve hacer alguna que otra tontería, o cuando hacemos alguna niñería para llamar su atención. Un teólogo muy querido para mi (Andrés Torres Queiruga) cuenta que un pequeño estaba haciendo su oración de la noche y que él le preguntó: “¿Qué le pides a Dios?” Y el niño respondió: “Nada. Le pregunto si puedo ayudarlo en algo” Seguro que esto hizo que Dios derramara un par de lágrimas totalmente enternecido.

Tengo mucho que aprender aún, y esta vez, mi Maestro me habla a través de una zarigüeya orejona que enseña Kung Fu. ¿Ves cómo Dios nos habla continuamente a través de mil y un cosas?


J. Álvaro Olvera I.

lunes, julio 21, 2008

Un panda y Dios (parte II)


(Dedicado especialmente a la Madre Panda)

Mis amigos dicen que tengo buena memoria, y creo que así es. Al parecer sólo olvido los nombres chinos de los personajes de los que quiero escribir, justo como me sucede ahora con el maestro Tortuga (así le llamaré aquí) y el maestro Animal Orejón que parece Zarigüeya.

El primero es al maestro de maestros, es paciente y sabe mirar más allá de las apariencias, dejándose guiar por su intuición (tan devaluada en nuestro mundo occidental) Es quien tiene una mirada de conjunto que sobresale de la mirada miope del acontecimiento. Cree, a pesar de lo difícil que resulta, en que se pueden esperar grandes cosas aun de “un panda gordo”.

El segundo es práctico, sabe que hay un modo de hacer las cosas y lo pone en práctica. Conoce sus metas y sabe cómo exigir la realización de las mismas. Se enfrenta a la situación desde sus ideas, buenas y válidas, pero no sabe cómo abrirse a lo diferente de los diferentes.

Tortuga sabe que la realidad es más compleja y que hay que saberse adaptar como la vara de bambú, que resiste al vendaval porque es flexible hasta tocar el suelo si es preciso. Orejón ha obtenido resultados siendo firme, enfrentando la vida desde lo que sabe y lo que le ha funcionado.

Orejón sabe que hay que esperar al verano para ver qué flores se convertirán en duraznos de sabiduría, Tortuga piensa que es verdad, pero que el durazno siempre da duraznos. Orejón apaga cientos de velas con dos movimientos, Tortuga sopla despacio una a una. Tortuga sabe que un buen maestro es el que deja al alumno solo ante sí mismo, para que saque lo mejor de sus recursos. Orejón piensa que el maestro no debe ser flexible con el método, pues lo que funciona para uno, funciona para todos.

Tortuga es como Dios: sabio, paciente, esperanzado, individual (que nos trata como personas, no como producciones en serie), cercano y cálido, que sabe cuando es el momento de hacerse a un lado para favorecer nuestra madurez.

Orejón es como yo (y no me refiero al tamaño de las orejas, que si me conoces en persona puedes pensar que lo digo por eso): rígido, impaciente, exigente con otros de lo que me he exigido a mi mismo como si los demás tuvieran que pasar lo mismo que yo y del mismo modo; distante (que si uno no guarda la distancia, acaban metiéndose en nuestra vida, digo yo), lleno de expectativas sobre lo que los demás me tiene que dar, sobre lo que me tiene que amar, sobre como tienen que responder y comportarse; eso sí, siempre haciéndome el necesario y esperando un agradecimiento por ello (y ¡ay si no llega!)

Como Orejón, me paso la vida calculando resultados, haciendo cuenta de cuantos intereses me va a generar tal inversión, aunque la “inversión” sea tiempo para una persona, una relación amorosa o mi empleo. Como Orejón, si hago algo por alguien es a mi modo, según mis conceptos, y espero resultados.

Definitivamente soy como Orejón (pobre, le tocó ser el malo en esta parte de la historia).

Pero quisiera ser más como Tortuga, abierto a la sorpresa de la vida.

Como Tortuga, fluyendo con lo que es y con lo que hay.

Como Tortuga, aceptando pacífica y sabiamente mis límites y los límites de los demás.

Como Tortuga, asumiendo que no todo resulta como quiero.

Como Tortuga, sabiendo que no todos son iguales ni van a reaccionar igual (y esto en el amor es un talón de Aquiles).

Como Tortuga, consciente de que no soy infalible ni perfecto.

¡Ay Señor! Lo que nos dices cuando vemos pelis de dibujos animados por computadora.

J. Álvaro Olvera I.

miércoles, julio 16, 2008

Panda y Dios (primera parte)


(Dedicado especialmente a la Madre Panda)

Dios nos habla a través de toda la realidad, especialmente a través de lo humano. Y una de las cosas más humana que existen es el arte. En esta ocasión quiero contarte lo que me pasó cuando fui a ver Kung Fu Panda.

Escuché la voz de Dios en una caricatura. ¡¿Qué?! Pues si, esta película, además de divertida y de lo fácil que es identificarse con los personajes (huelga decir que me identifiqué con el panda, y si me conoces en persona sabrás porque), me ha dejado un par de aprendizajes que te comparto.

El panda (que justo ahora he olvidado su nombre, pero creo que era Po) sueña con ser algo, pero ese “algo” no es lo que se espera de él, lo que se supone que debe ser porque así son las cosas: hacer feliz a su padre, seguir la costumbre, respetar la tradición, etc.

Anhela algo, pero asume que eso que anhela no es para él, porque incluso su mismo físico – la manera en que lo hizo la naturaleza – no parece estar diseñado para alcanzar la meta que tanto desea.

Su mundo comparte esa opinión, el destino que le han marcado es servir sopa de fideos, prepararla, atender a los clientes y esperar a que se le entregue el ingrediente secreto de la sopa de ingrediente secreto, lo que se supone le dará lo que le falta para ser feliz.

Y ahí está Po, sirve que te sirve, mezcla que te mezcla, atendiendo mesas y escapando de su mundo al mundo donde intuye que está su felicidad… aunque escape sólo en sueños.

La casualidad (¿sí?) lo pone en el centro del templo del Kung Fu, donde verá confrontado su sueño con la incredulidad de todos, menos de uno. Po lucha, se desanima. Acaba por tirar la toalla, convencido que lo que los demás le han dicho siempre es verdad, que un tipo como él nunca podrá ser un maestro Kung Fu. Resignado, toma el carrito de la sopa de fideos y sale con su padre a cumplir lo que se espera de él. (no te cuento más, por si no la has visto aún. No quiero amanecer ahorcado por contar el final de las películas)

¿Qué tanto de Po tienes dentro de ti? (mmm, creo que la voz de Dios son más preguntas que respuestas. Lo siento por quienes esperan de Dios una respuesta, que parece que El no sabe más que dar buenas preguntas)

A lo mejor lo que se espera de ti no te está haciendo feliz, pero te has habituado a cumplirlo.

Quizá tengas un sueño, un anhelo, pero te has convencido que lo tuyo es servir sopa de fideos.

Puede que halla algo dentro de ti, muy dentro, que te grita que tu camino es otro, que eres libre de tomarlo porque se trata de tu vida, y sólo tienes una, pero miras tu físico y te convences que lo que sueñas no es lo que corresponde a “tu naturaleza”.

Tal vez has tirado la toalla, convencido de que “un panda gordo” no logrará nunca ser un maestro Kung Fu, tal como te han repetido toda la vida.

Puedes ser cura o monja, gay o hetero, bi o travesti, casado o divorciado, soltero o con pareja de tu mismo sexo… ¿Qué tan Po te has creído que eres, qué tan Po-mente vives para cumplir expectativas, para no vivir tu vida, para darle gusto a alguien más?

Y si te descubres Po y me preguntas qué se puede hacer, te digo que hay un modo: el Pergamino del Dragón que se comprende a la luz del ingrediente secreto de la sopa de ingrediente secreto. Si ves la película sabrás de lo que hablo. Y cuando lo sepas, verás que es la voz de Dios susurrando a tu corazón.


J. Álvaro Olvera I.

martes, julio 15, 2008

Dios habla hoy


No, no me refiero a la famosa Biblia llamada así, hablo acerca de las experiencias de la vida en las que descubrimos, de una manera u otra, la voz de Dios susurrando a nuestro oído.

En el pueblo de Israel, que Dios hablaba de forma cotidiana era un hecho evidente: les hablaba a través de la historia y sus acontecimientos, les hablaba a través de sus profetas, de los rabinos y de quienes se encargaban de interpretar la Ley y aplicarla al aquí y al ahora del pueblo. Los cristianos heredamos esa conciencia, pero desafortunadamente los avatares de la historia hicieron que se perdiera o, cuando menos, que se relegara en pro de una visión más concreta de la voz de Dios.

Así, para los católicos, la voz de Dios llega a su iglesia a través de canales bien definidos. En la iglesia romana son la Biblia, la Tradición y el Magisterio. Ha habido siempre una corriente que ha querido mantener viva la fe en que Dios habla siempre y que se le puede escuchar siempre, pero no ha sido la visión imperante.

Ahora, luego de la apertura del Vaticano II, nos vamos acostumbrando de nueva cuenta a creer que Dios nos habla, que somos capaces de captar su voz y de comprender su mensaje, que siempre nos llega “al modo humano”, de otra manera, no podríamos comprenderlo.

Y si Dios nos habla al modo humano y desde la humildad de nuestra forma de comprenderlo, resulta que todo lo que es humano se convierte en un canal para la experiencia de Dios. Y ¿qué es lo humano? Pues el arte con todas sus manifestaciones, los acontecimientos sociales, la política, el ámbito de los religioso, el cuidado de nuestro cuerpo, el desarrollo personal, la búsqueda de una vida digna, etc., etc.

Por ejemplo, ¿qué nos podría estar diciendo Dios en la liberación de los rehenes de las FARC? ¿Qué, a través de los problemas del calentamiento global? ¿Y en el terrorismo?

¿Cuál será el mensaje de Dios en el “bum” que han tenido los gimnasios y centros dedicados al cuidado del físico? ¿Y en los cánones de la moda, esos según los cuales los cuerpazos delgados de las mujeres y musculosos de los varones son los únicos cuerpos “decentes”?

¿Y qué nos dice Dios de una tarde de cine, con palomitas incluidas? ¿O de unas chelas con los amigos un sábado por la noche, mientras se habla de todo y se arregla al mundo (porque, dicho sea de paso, todos tenemos las más brillantes ideas para cambiar al mundo cuando nos reunimos con los cuates)?

¿Y a través del crecimiento de un niño, de una planta, de un cachorro de schnauzer? ¿Y en el surgimiento de una rosa? ¿Qué, a través del canto de un pájaro? ¿Y si nadamos en el mar, mientras escuchamos el murmullo de las olas al romper?

¿Qué tendrá Dios que decirnos en la tibieza de esa mano que nos ha acariciado durante la función de cine, amparada por la oscuridad de la sala, despertando en nosotros un calor en el pecho que creímos olvidado? ¿Y en el beso con sabor a dona, robado en el parque a las nueve y media de la noche? ¿Y en lo que siguió a ese beso cuando llegaron juntos a casa? ¡Wow!

Dios habló en el pasado, a nuestros padres y madres. Dios habla a través de su Palabra escrita, a través de su iglesia, a través de su Espíritu, esto es cierto y así lo creemos y lo confesamos por fe.

Pero Dios habla hoy, nos habla a nosotros, te habla a ti y me habla a mi, habla en todas las cosas y en todos los acontecimientos, el problema es que no lo creemos pensando que la voz de Dios es algo que pertenece sólo a un “club de elegidos”. No es así.

Si no lo crees, intenta responder alguna de las preguntas anteriores desde lo que a ti te ha pasado, y mira si te llega algún mensaje y qué te dice. Si es algo bueno, para tu crecimiento, para tu desarrollo; si te lleva a ser más humano, más hermano, más compasivo… entonces has hallado la Voz de Dios.

Haz la prueba y verás.


J. Álvaro Olvera I.

jueves, julio 10, 2008

¿¿¿El gen gay???


Hace unos años, cuando estaba terminando la teología, cayó en mis manos un libro que presentaba los recientes descubrimientos sobre el genoma humano, luego que se logró trazar el mapa genético de nuestra especie [Matt Ridley, Genoma, Punto de lectura 218, México 2006, pp. 200 - 224]. En uno de los capítulos, el autor habla de la teoría de que hay un gen que sería el responsable de la homosexualidad masculina, inmediatamente el famoso gen (o pedacito de gen, el Xq28) fue bautizado como el gen gay, transmitido de la madre a los homosexuales varones estudiados.

Ciertamente no es nada nuevo, los intentos por encontrar el origen de la homosexualidad datan de mucho tiempo atrás (de hecho, desde hace siglos, si tomamos el mito del andrógino como una explicación) Lo que me puso a pensar son las posibles repercusiones de estos estudios. Si llegaran a comprobar que efectivamente hay un gen que causa la homosexualidad masculina, estaríamos ante la primera evidencia del origen no elegido de la tendencia homosexual, evidencia que nos pondría en una nueva arena en la lucha por el respeto de la dignidad y los derechos de las personas homosexuales, sobre todo ante ciertos ámbitos de la sociedad.

Para muchos homosexuales, sería la confirmación de lo natural de la tendencia, de su carácter no opcional y del sello irreversible de la condición provocada por los genes, heredada junto con otras características de la persona. No escucharíamos más aquello de “no es natural”, “se volvió así”, “eso se pega” o el tristemente famoso “se puede curar”. La misma Iglesia tendría que replantear su postura, pues si la persona es homosexual por herencia genética, todo el discurso sobre el uso de la sexualidad homo se vería afectado.

Sin embargo, podría suceder que la opinión social fuera dirigida por la lástima, como lo que sienten las personas comunes ante una persona con parálisis cerebral o hidrocefalia. El homosexual sería considerado un discapacitado sexo emocional, algo así como portador de una enfermedad genética, incurable pero al fin enfermedad. ¿Y qué decir de la posibilidad de eliminar el gen gay de los bebés en gestación, algo así como una cámara de gas pre natal?

Algo semejante sucede en la película de los X men (la segunda, que es mi favorita) El mutante es considerado algo anormal de nacimiento y, aunque la mutación no es su culpa, sino de los genes, se le teme, se le aísla hasta que – en la tercera parte – la sociedad piensa haber hecho un gran logro al crear “la cura”, lo que demuestra que todos los discursos de aceptación eran falsos: los mutantes siguen siendo alguien al que se le debe curar para que se reintegre a la sociedad.

¿En qué van a terminar estos descubrimientos? ¿Ayudarán a los homosexuales de carne y hueso? ¿Serán usados como arma?

Bueno, lo que a mi me queda claro es que la aceptación de una persona con todo su ser, incluida su orientación sexual, no debe depender de si ésta es una herencia genética o no, sino simple y llanamente, de que estamos ante seres humanos y, como creyentes, ante los hijos y las hijas de Dios.

Y ojalá que los científicos sigan investigando para que el conocimiento avance; y ojalá avance mucho más la conciencia de nuestra dignidad y la de los demás seres.


J. Álvaro Olvera I.

martes, julio 08, 2008

La gracia de Dios es comunitaria


Algunas personas que están pasando por un mal momento me buscan y me piden que las escuche. Oigo sus historias – muchas llenas de dolor – y trato de acogerlas en la medida de mis posibilidades. Percibo que varios de ellos acuden a mi pensando que hay en mis manos una especie de poder mágico, con el que puedo resolver sus problemas, dar luz a sus conflictos o brindarles una paz que llevan tiempo buscando si conseguir.

Me da pena tener que despedirlos con las manos vacías, pues no tengo en lo absoluto ninguno de esos poderes espirituales que ellos imaginaron. Siempre, al final de la charla, les doy lo que sí tengo: la Comunidad. En efecto, el poder sanador de Dios no está en mis manos, sino en las manos de la Comunidad.

Recuerdo, por ejemplo, a aquel muchacho que vino a verme con una depresión seria. Pensaba que yo iba a curarlo y cuando le pedí acudir a los espacios de la Comunidad, se fue decepcionado. Otros han venido y han hecho el firme propósito de acudir a los espacios comunitarios, pero nunca acuden pensando quizá que sesiones de charla individual conmigo son lo único que necesitan, y en esto se engañan.

Integrarse a la Comunidad, acudir a sus actividades, formar parte de esta familia de creyentes, caminar con nuestros inevitables errores y limitaciones, querer y dejarse querer, aprender a escuchar a otros, servir… esas son las cosas que sí pueden brindarles sanación.

Ejemplos tengo muchos, muchísimos en estos once años de trabajo (seis con Vino Nuevo) Está el caso de aquella hermana travesti que llegó desesperada, disfrazada de hombre, escondiéndose en la última fila, avergonzada de ser lo que es. Para la tercera eucaristía, nos llegó con vestido rosa mexicano, peinado alto, maquillaje y un escote... entró a media lectura del evangelio, saludando a todos de besito, y se puso a cantar con el coro. Había resucitado, la gracia de Dios se había hecho vida en ella.

Y qué decir de quien llegaba a la celebración sin bañar, sin rasurarse de días, envuelto en su ropa para no verse, con mala cara y negándose a la más mínima muestra de afecto. Se convirtió en uno de los más disponibles a servir. Y la que llegó hundida en la culpa y que hoy en una de las que más comparten su experiencia espiritual.

Estoy convencido que la acción de Dios, su poder sanador, el milagro de un muerto en vida que vuelve a reír, la conversión de un corazón de piedra en uno capaz de enamorarse de nuevo a pesar del dolor pasado, son cosas bien reales en le Comunidad, están a la vista de quien quiera darse cuenta. Los milagros cotidianos se dan – y no estoy bromeando – en la Comunidad.

Ojalá tu que me lees puedes creer que Dios hace su chamba (sus maravillas, dirían mis hermanos de la renovación) entre nosotros, pero que la hace en Comunidad, a través de personas concretas, de carne y hueso, con sus defectos y virtudes.

Y si tu eres uno de los que necesitan una nueva esperanza, ven a la Comunidad, nada pierdes con probar. Cuando menos te garantizo una buena dosis de abrazos.


J. Álvaro Olvera I.

jueves, junio 05, 2008

Episodio 1, La historia

Video de sobre Biblia y Homosexualidad


jueves, marzo 27, 2008

Catolicidad es apertura, ¿o no?


He estado recibiendo comentarios de personas que están dudando seriamente sobre si somos o no una Comunidad Católica Romana, y quiero decir algo al respecto.

Primero, la catolicidad es más amplia que lo romano. Hay otras iglesias que son católicas por derecho y no son romanas. La catolicidad consiste en que la fe que uno profesa como Iglesia tenga su origen en los Apóstoles, en el Nuevo Testamento y en el símbolo de la fe que quedó plasmado para nosotros en los Concilios de Nicea y Constantinopla, allá en los primeros siglos del cristianismo.

Luego vendrán los pleitos y las divisiones que fracturaron a la gran Iglesia Católica en varias iglesias. La Iglesia Católica Romana es una de ellas, pero no la única, por lo que se puede ser fiel en le Iglesia Católica Ortodoxa (con sus diferentes expresiones), en la Iglesia Católica Melquita, en la Iglesia Católica Siria o, más en los tiempos modernos, en la Iglesia Católica Anglicana. Hay iglesias que conservan la misma fe católica y que no pertenecen a ninguna de las iglesias tradicionales y que se han formado en los últimos tiempos.

Ahora, veamos la cualidad Romana. El ser católico en la Iglesia Romana es una vocación, es decir, por un llamado de Dios, por un don suyo, uno es bautizado en esta iglesia. El bautismo nos hace miembros de la Iglesia Católica Romana y esta pertenencia a la Iglesia sólo puede perderse por dos caminos: que uno renuncie voluntariamente a esta Iglesia o que la autoridad en la Iglesia determine que la persona ya no vive de acuerdo a la fe, por lo que se da la famosa excomunión.

Hay cosas serias que no ameritan la excomunión, como sabemos y podemos constatar. Por ejemplo, hemos tenido obispos que se han enriquecido prestando dinero con intereses, y no han sido excomulgados; hay obispos que protegen a los sacerdotes que han abusado sexualmente de menores, y no han sido excomulgados; los mismos sacerdotes pederastas, no han sido excomulgados... bueno, hasta he leído que el mismo Hitler nunca fue excomulgado.

En el caso de nuestra Comunidad, aceptamos la fe católica sin lugar a dudas.

Somos romanos, pues fuimos bautizados en esta Iglesia y en ella queremos permanecer.

Aunque no aceptamos la doctrina oficial de la Iglesia sobre la sexualidad, la orientación sexual, el celibato sacerdotal y la ordenación de mujeres, estas cosas NO son dogma de fe, sino cuestiones de disciplina eclesial creadas por el ser humano, situadas en un momentos histórico concreto, que respondieron a situaciones de aquel tiempo y de aquella visión de la vida, pero que son tan falibles como cualquier cosa creada por el ser humano.

En otras palabras, las afirmaciones oficiales sobre estos temas pueden estar equivocadas, aunque sean la doctrina oficial, porque no son dogma y no gozan del privilegio de la infalibilidad que los romanos reconocemos al magisterio jerárquico. Muchos sacerdotes, teólogos y teólogas, especialistas en Biblia, religiosas y fieles romanos en todo el mundo piensan como nosotros y apoyan la idea de que en estos temas la jerarquía de la Iglesia debe cambiar de opinión.

Mientras no sea dogma, tenemos el derecho a disentir.

Ahora, que entre nosotros hay un par de sacerdotes que fueron ordenados sin guardar todas las reglas romanas, pues sí, si están aquí y nos acompañan en la fe desde su experiencia de Dios. ¿Habría que rechazarlos? Nosotros creemos que no, que al ser una Comunidad, todas las personas católicas son bienvenidas y puedes poner sus talentos al servicio de todos y todas.

En nuestra Comunidad tenemos la bendición de contar con sacerdotes católicos no romanos, católicos romanos disidentes, católicos romanos casados, católicos romanos gays, católicos romanos anglicanos... y eso es lo que nos da la riqueza de comprobar que, más allá de los pleitos de la Iglesia en la historia, una verdadera comunión es posible cuando se dejan a un lado discusiones de escritorio sobre la validez o invalidez de un sacerdote, para centrarnos en cuanto amor y cuanto servicio ese sacerdote da a los demás.

Pedirnos que echemos a estos hermanos como condición para que nos sigan considerando católicos romanos ¡se nos hace tan incoherente con el evangelio!

Al fin de cuentas, nadie puede hacer el bien a otros y provocar su liberación en el nombre de Jesús y por amor a él para luego hablar mal de Jesús. Lo dijo él mismo: el que no está contra ustedes, está con ustedes.

Desde esta óptica, nuestra Comunidad recibe y seguirá recibiendo a quienes quieran caminar en el seguimiento de Jesús y hagan de ese seguimiento obras concretas de servicio a los demás... sin importar nada, aunque nos acusen de que ya no estamos en la Iglesia o que ya no somos católicos romanos.


José Álvaro Olvera I.

miércoles, marzo 26, 2008

Los milagros del silencio



Nos fuimos de retiro estos días santos a la Ermita donde pasamos los días en silencio, meditando y revisando nuestra vida acompañados por la figura de María Magdalena. La experiencia, además de ser un delicioso encuentro con la naturaleza, ha sido de lo más enriquecedora para las quince personas que participaron.

Independientemente de nuestras edades (de 65 a 26 años) de nuestra orientación sexual (homo y hétero) y de nuestro estado civil (casados, en pareja, solteros) el común denominador ha sido la necesidad se sentirnos amados y acogidos por Dios, la liberación de nuestras culpas y la mirada esperanzada a un hoy más pleno.

En medio del silencio y de la compañía de Magdalena, los participantes vivieron el encuentro con alegría, con el dolor que causa mirar nuestras heridas, con la fe en el amor sanador de Dios y con lo chusco de todo encuentro humano.

Oramos, trabajamos haciendo cirios y la comida, reflexionamos, nos abrimos a la acción del Espíritu divino, nos abrazamos, lloramos... salimos más hermanos, más Comunidad, una secreta complicidad nos ha unido y nos ha dado fuerza para provocar en otras personas el deseo y el atrevimiento de ir a pasar unos días a la Ermita.

Al final, los testimonios de la gente me confirmaron en el trabajo. Soy testigo de los milagros del silencio.

José Álvaro Olvera I.

domingo, marzo 09, 2008

Un canto


Cuando escucho algunos de los cantos que usamos en la iglesia (y de
los usados en otras iglesis cristianas) casi siempre me horrorizo,
pues detrás de la letra hay una cierta idea sobre Dios, una cierta
teología, que francamente está en disonancia con mi experiencia de Dios.

He tenido la suerte (la bendición) de dar con un CD cristiano de un
tío llamado Jesús Adrián Romero, el CD se llama "El aire de tu casa",
lo escuché y me quedé admirado de la mayoría de sus letras, porque
resuenan en mi experiencia de Dios. Quiero compartir contigo una de
sus letras, recomendándote el CD (he esuchado otros del mismo autor y
no me gustaron, pero este si lo recomiendo. Di no a la piratería, jiji):


"Me dice que me ama cuando escucho llover
Me dice que me ama con un atardecer
Lo dice sin palabras en las olas del mar
Lo dice en la mañana con mi respirar

Me dice que me ama y que conmigo quiere estar
Me dice que me busca cuando salgo yo a pasear
Que ha hecho lo que existe para llamar mi atención
Que quiere conquistarme y alegrar mi corazón

Me dice que me ama cuando veo la cruz
Sus manos extendidas, así tan grande es su amor
Lo dicen las heridas de sus manos y pies
Me dice que me ama una y otra vez

Me dice que me ama y que conmigo quiere estar
Me dice que me busca cuando salgo yo a pasear
Que ha hecho lo que existe para llamar mi atención
Que quiere conquistarme y alegrar mi corazón "

Ojalá este tipo de cantos, que nos hablan de un Dios de amor, de
perdón y de aceptación universal fueran más conocidos, cantados y
usados en nuestras celebraciones, sin duda que ayudarían mucho a crear
una nueva forma de relacionarnos con Dios

Bien lo dijo san Gregorio (creo): "El que bien canta ora dos veces"

J. Álvaro Olvera I.