lunes, julio 21, 2008

Un panda y Dios (parte II)


(Dedicado especialmente a la Madre Panda)

Mis amigos dicen que tengo buena memoria, y creo que así es. Al parecer sólo olvido los nombres chinos de los personajes de los que quiero escribir, justo como me sucede ahora con el maestro Tortuga (así le llamaré aquí) y el maestro Animal Orejón que parece Zarigüeya.

El primero es al maestro de maestros, es paciente y sabe mirar más allá de las apariencias, dejándose guiar por su intuición (tan devaluada en nuestro mundo occidental) Es quien tiene una mirada de conjunto que sobresale de la mirada miope del acontecimiento. Cree, a pesar de lo difícil que resulta, en que se pueden esperar grandes cosas aun de “un panda gordo”.

El segundo es práctico, sabe que hay un modo de hacer las cosas y lo pone en práctica. Conoce sus metas y sabe cómo exigir la realización de las mismas. Se enfrenta a la situación desde sus ideas, buenas y válidas, pero no sabe cómo abrirse a lo diferente de los diferentes.

Tortuga sabe que la realidad es más compleja y que hay que saberse adaptar como la vara de bambú, que resiste al vendaval porque es flexible hasta tocar el suelo si es preciso. Orejón ha obtenido resultados siendo firme, enfrentando la vida desde lo que sabe y lo que le ha funcionado.

Orejón sabe que hay que esperar al verano para ver qué flores se convertirán en duraznos de sabiduría, Tortuga piensa que es verdad, pero que el durazno siempre da duraznos. Orejón apaga cientos de velas con dos movimientos, Tortuga sopla despacio una a una. Tortuga sabe que un buen maestro es el que deja al alumno solo ante sí mismo, para que saque lo mejor de sus recursos. Orejón piensa que el maestro no debe ser flexible con el método, pues lo que funciona para uno, funciona para todos.

Tortuga es como Dios: sabio, paciente, esperanzado, individual (que nos trata como personas, no como producciones en serie), cercano y cálido, que sabe cuando es el momento de hacerse a un lado para favorecer nuestra madurez.

Orejón es como yo (y no me refiero al tamaño de las orejas, que si me conoces en persona puedes pensar que lo digo por eso): rígido, impaciente, exigente con otros de lo que me he exigido a mi mismo como si los demás tuvieran que pasar lo mismo que yo y del mismo modo; distante (que si uno no guarda la distancia, acaban metiéndose en nuestra vida, digo yo), lleno de expectativas sobre lo que los demás me tiene que dar, sobre lo que me tiene que amar, sobre como tienen que responder y comportarse; eso sí, siempre haciéndome el necesario y esperando un agradecimiento por ello (y ¡ay si no llega!)

Como Orejón, me paso la vida calculando resultados, haciendo cuenta de cuantos intereses me va a generar tal inversión, aunque la “inversión” sea tiempo para una persona, una relación amorosa o mi empleo. Como Orejón, si hago algo por alguien es a mi modo, según mis conceptos, y espero resultados.

Definitivamente soy como Orejón (pobre, le tocó ser el malo en esta parte de la historia).

Pero quisiera ser más como Tortuga, abierto a la sorpresa de la vida.

Como Tortuga, fluyendo con lo que es y con lo que hay.

Como Tortuga, aceptando pacífica y sabiamente mis límites y los límites de los demás.

Como Tortuga, asumiendo que no todo resulta como quiero.

Como Tortuga, sabiendo que no todos son iguales ni van a reaccionar igual (y esto en el amor es un talón de Aquiles).

Como Tortuga, consciente de que no soy infalible ni perfecto.

¡Ay Señor! Lo que nos dices cuando vemos pelis de dibujos animados por computadora.

J. Álvaro Olvera I.

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