martes, julio 08, 2008

La gracia de Dios es comunitaria


Algunas personas que están pasando por un mal momento me buscan y me piden que las escuche. Oigo sus historias – muchas llenas de dolor – y trato de acogerlas en la medida de mis posibilidades. Percibo que varios de ellos acuden a mi pensando que hay en mis manos una especie de poder mágico, con el que puedo resolver sus problemas, dar luz a sus conflictos o brindarles una paz que llevan tiempo buscando si conseguir.

Me da pena tener que despedirlos con las manos vacías, pues no tengo en lo absoluto ninguno de esos poderes espirituales que ellos imaginaron. Siempre, al final de la charla, les doy lo que sí tengo: la Comunidad. En efecto, el poder sanador de Dios no está en mis manos, sino en las manos de la Comunidad.

Recuerdo, por ejemplo, a aquel muchacho que vino a verme con una depresión seria. Pensaba que yo iba a curarlo y cuando le pedí acudir a los espacios de la Comunidad, se fue decepcionado. Otros han venido y han hecho el firme propósito de acudir a los espacios comunitarios, pero nunca acuden pensando quizá que sesiones de charla individual conmigo son lo único que necesitan, y en esto se engañan.

Integrarse a la Comunidad, acudir a sus actividades, formar parte de esta familia de creyentes, caminar con nuestros inevitables errores y limitaciones, querer y dejarse querer, aprender a escuchar a otros, servir… esas son las cosas que sí pueden brindarles sanación.

Ejemplos tengo muchos, muchísimos en estos once años de trabajo (seis con Vino Nuevo) Está el caso de aquella hermana travesti que llegó desesperada, disfrazada de hombre, escondiéndose en la última fila, avergonzada de ser lo que es. Para la tercera eucaristía, nos llegó con vestido rosa mexicano, peinado alto, maquillaje y un escote... entró a media lectura del evangelio, saludando a todos de besito, y se puso a cantar con el coro. Había resucitado, la gracia de Dios se había hecho vida en ella.

Y qué decir de quien llegaba a la celebración sin bañar, sin rasurarse de días, envuelto en su ropa para no verse, con mala cara y negándose a la más mínima muestra de afecto. Se convirtió en uno de los más disponibles a servir. Y la que llegó hundida en la culpa y que hoy en una de las que más comparten su experiencia espiritual.

Estoy convencido que la acción de Dios, su poder sanador, el milagro de un muerto en vida que vuelve a reír, la conversión de un corazón de piedra en uno capaz de enamorarse de nuevo a pesar del dolor pasado, son cosas bien reales en le Comunidad, están a la vista de quien quiera darse cuenta. Los milagros cotidianos se dan – y no estoy bromeando – en la Comunidad.

Ojalá tu que me lees puedes creer que Dios hace su chamba (sus maravillas, dirían mis hermanos de la renovación) entre nosotros, pero que la hace en Comunidad, a través de personas concretas, de carne y hueso, con sus defectos y virtudes.

Y si tu eres uno de los que necesitan una nueva esperanza, ven a la Comunidad, nada pierdes con probar. Cuando menos te garantizo una buena dosis de abrazos.


J. Álvaro Olvera I.

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