viernes, julio 25, 2008

Panda y Dios (final)


(Este, claro está, también va dedicado especialmente a la Madre Panda)

Antes hablé del maestro Orejón y no salió muy bien parado en esta parte de la peli, pero en la segunda mitad, el personaje se redime y me hizo pensar en mis relaciones personales.

El tal maestro se da cuenta que no puede tratar a todos de la misma manera, que hay diferencias y que ser un buen líder es tener la capacidad de descubrir la riqueza única del otro. El panda “gordo” no puede ser entrenado como la maestra Tigresa o como la Mantis, ha de mirarse se individualidad, aquello que lo hace único y potenciarlo.

Con el pretexto de la comida, el maestro Orejón va conduciendo al Panda al campo de batalla, lo entrena casi sin que se note. Así ambos sacan a relucir cualidades que no tenían antes de conocerse y terminan siendo más completos de lo que ya eran por sí mismos.

Y pienso en la Comunidad, en lo diferentes que son las personas que la integran, la riqueza que tenemos como Comunidad diversa… y mi tendencia a tratarlos a todos de la misma manera y de acercarme a todos desde la misma postura.

¡Qué complicado! Porque fue educado en la creencia que uno debe tratar a todos por igual (que eso era la justicia) Ahora descubro un llamado a salir de ese paradigma para acercarme de forma individual a personas únicas e irrepetibles.

Creo que mis fallas como miembro de Vino Nuevo se deben en mucha a esta capacidad no desarrollada: mirar la individualidad, tratar a cada uno como cada uno, a no etiquetar – como si se tratara de personas hechas en serie – a los hijos e hijas de Dios que son destellos únicos de la presencia divina.

Imagino que por eso estoy en contra de ciertas concepciones de Dios demasiado “justas”. No creo que Dios nos trate a todos por igual, pues nos ha hecho diferentes. En esa sabiduría, supongo que la misericordia de Dios aplicará de diferentes formas… seguro que mirará con más ternura a unos que a otros.

Y la justicia de Dios ha de ser igualmente “dispareja”, pues habrá quien necesite más firmeza, pero habemos quienes solo caminamos despacito cuando se nos trata con cariño y delicadeza [hace muchos años, cuando era adolescente, mi formador me dijo que yo era como un perrito que si me jalaban la cadena, no caminaba y si me pateaban, mordía; pero que sobándome las orejas se conseguía que hiciera todo, y me gusta imaginar a Dios sobándome las orejas con ternura para que decida caminar tras Jesús]

Si esto es así, quiero pensar que el amor de Dios, siendo infinito, tiene matices diferentes para cada uno y cada una. Seguro que el gran corazón de Dios se derretirá más derretidamente cuando alguno de sus hijos o hijas le llama “Abbá”, o cuando nos ve hacer alguna que otra tontería, o cuando hacemos alguna niñería para llamar su atención. Un teólogo muy querido para mi (Andrés Torres Queiruga) cuenta que un pequeño estaba haciendo su oración de la noche y que él le preguntó: “¿Qué le pides a Dios?” Y el niño respondió: “Nada. Le pregunto si puedo ayudarlo en algo” Seguro que esto hizo que Dios derramara un par de lágrimas totalmente enternecido.

Tengo mucho que aprender aún, y esta vez, mi Maestro me habla a través de una zarigüeya orejona que enseña Kung Fu. ¿Ves cómo Dios nos habla continuamente a través de mil y un cosas?


J. Álvaro Olvera I.

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