Anoche estábamos charlando con unos seminaristas que visitaron el espacio de reflexión teológica. Entre las preguntas, surgió una que nos dio pie a una interesante reflexión. Preguntaron qué hacíamos para dar a la gente gay herramientas para defenderse en una sociedad que los excluye.
De inmediato, varios de la Comunidad dijeron que no estábamos dando a la gente herramientas de defensa, pues una vez que se hacía la experiencia de que Dios nos amaba, no había necesidad de defenderse. Escuché las tres intervenciones mientras algo en mi interior decía: ¡no estoy de acuerdo con ellos! ¡Claro que hay que dar elementos de defensa! Me escuché pensando esto y me di cuenta que estaba atestiguando uno de mis cambios de perspectiva. Intervine en la conversación y dije:
La Comunidad ha evolucionado. Comenzamos siendo un grupo de atención pastoral a gays, ellos eran nuestra meta, el objetivo de nuestro trabajo y la razón de nuestra dedicación. Pensamos que había que darles armas para defenderse, así que lo primero fue organizar un curso de Biblia, donde se hablaba de los textos usados para condenar la homosexualidad. En nuestro curso, la gente aprendía que esos textos se estaban interpretando de otra manera, lo que los biblistas decían al respecto y se hacía una crítica a la interpretación tradicional de la iglesia.
Luego, decidimos hacer el famoso “retiro de reconciliación” que no era más que un encuentro de dos días para hablar de la realidad de las personas homosexuales y cómo la fe y su visión de Dios les habían servido o les habían hecho más grave el proceso de amarse a sí mismos. A través de las charlas, tratábamos de mostrar que Dios no hace acepción de personas y que su amor infinito es para todos, gays incluidos.
Así que, al inicio, sí buscábamos dar a la gente gay armas para defenderse de las agresiones del mundo. Incluso organizamos un encuentro con padres de familia cuyo mensaje era: ¡Acéptenlos!
Más tarde, sería Dios mismo quien nos haría dar un giro pues en uno de nuestros retiros de reconciliación de los quince participantes sólo dos eran gays, los otros eran heterosexuales. Me sentí fracasado pues creí que para ellos había muchos tipos de retiro, que podían ir a su parroquia, pero que la gente gay no tenía más que a nosotros. Me sentí molesto porque les dimos lugares a ellos y el retiro que era para gays se llenó sin gays.
Durante ese fin de semana, descubrí que los heterosexuales presentaban las mismas dificultades que los gays en torno a la sexualidad: culpa, sensación de pecado, de ser indignos a los ojos de Dios, de no relacionarse con él por sentirse “sucios” por su forma de vivir su sexualidad y gozar del sexo.
Así que, sin quererlo y aun con mi enojo, la Comunidad sintió un llamado más amplio. Dejamos de ser un grupo cerrado y abrimos las puertas a quienes necesitaran un proceso de reconciliación entre su fe y su sexualidad. Transformamos el plan de estudio teológico y la estructura de los retiros.
Con el tiempo, la Comunidad supo que el secreto era una profunda y seria relación con Dios y para ello era necesario hablar de las ideas que nos hacemos sobre él por la cultura y la religión que hemos recibido. Al mismo tiempo que analizábamos esto desde la teología, abrimos espacios de oración contemplativa, para que la gente pudiera probar aquellas cosas que aprendía en el estudio teológico.
Y, en efecto, todo estuvo en que la gente comenzó a estudiar y a orar (al fin de cuentas, la auténtica teología es experiencia y no teoría, así como una sana oración ha de estar bien fundamentada) se dieron las transformaciones: había más auto aceptación en los gays, los heteros se mostraron más abiertos, ambos aceptaron convivir juntos, había más sentido de la dignidad personal, más conciencia de la necesidad de respetarse y hacerse respetar. Sin buscarlo, la gente tenía ahora auténticas herramientas para sentirse amados con su orientación sexual, sus opciones de vida y su estado civil o de salud.
La Comunidad se construyó como lo que ahora es: un espacio de convivencia, estudio y experiencia de un Dios amoroso. Han llegado más heterosexuales y algunos homosexuales se han ido reprochándonos que en nuestros espacios no se da “la convivencia y la diversión” (sabrá Dios qué entienden por eso, claro) o que no somos suficientemente “activistas”.
El padre Gerardo, nuestro fundador, nos decía: “Mi trabajo es con los gays, pero mi pasión es mostrar un rostro nuevo de la iglesia”. A estas alturas, se ha cumplido el sueño de quien dio su vida y su salud para que existiéramos, pues somos una Comunidad que recibe a los gays, pero que muestra un modo diverso de ser iglesia de Jesús.
J. Álvaro Olvera I.
De inmediato, varios de la Comunidad dijeron que no estábamos dando a la gente herramientas de defensa, pues una vez que se hacía la experiencia de que Dios nos amaba, no había necesidad de defenderse. Escuché las tres intervenciones mientras algo en mi interior decía: ¡no estoy de acuerdo con ellos! ¡Claro que hay que dar elementos de defensa! Me escuché pensando esto y me di cuenta que estaba atestiguando uno de mis cambios de perspectiva. Intervine en la conversación y dije:
La Comunidad ha evolucionado. Comenzamos siendo un grupo de atención pastoral a gays, ellos eran nuestra meta, el objetivo de nuestro trabajo y la razón de nuestra dedicación. Pensamos que había que darles armas para defenderse, así que lo primero fue organizar un curso de Biblia, donde se hablaba de los textos usados para condenar la homosexualidad. En nuestro curso, la gente aprendía que esos textos se estaban interpretando de otra manera, lo que los biblistas decían al respecto y se hacía una crítica a la interpretación tradicional de la iglesia.
Luego, decidimos hacer el famoso “retiro de reconciliación” que no era más que un encuentro de dos días para hablar de la realidad de las personas homosexuales y cómo la fe y su visión de Dios les habían servido o les habían hecho más grave el proceso de amarse a sí mismos. A través de las charlas, tratábamos de mostrar que Dios no hace acepción de personas y que su amor infinito es para todos, gays incluidos.
Así que, al inicio, sí buscábamos dar a la gente gay armas para defenderse de las agresiones del mundo. Incluso organizamos un encuentro con padres de familia cuyo mensaje era: ¡Acéptenlos!
Más tarde, sería Dios mismo quien nos haría dar un giro pues en uno de nuestros retiros de reconciliación de los quince participantes sólo dos eran gays, los otros eran heterosexuales. Me sentí fracasado pues creí que para ellos había muchos tipos de retiro, que podían ir a su parroquia, pero que la gente gay no tenía más que a nosotros. Me sentí molesto porque les dimos lugares a ellos y el retiro que era para gays se llenó sin gays.
Durante ese fin de semana, descubrí que los heterosexuales presentaban las mismas dificultades que los gays en torno a la sexualidad: culpa, sensación de pecado, de ser indignos a los ojos de Dios, de no relacionarse con él por sentirse “sucios” por su forma de vivir su sexualidad y gozar del sexo.
Así que, sin quererlo y aun con mi enojo, la Comunidad sintió un llamado más amplio. Dejamos de ser un grupo cerrado y abrimos las puertas a quienes necesitaran un proceso de reconciliación entre su fe y su sexualidad. Transformamos el plan de estudio teológico y la estructura de los retiros.
Con el tiempo, la Comunidad supo que el secreto era una profunda y seria relación con Dios y para ello era necesario hablar de las ideas que nos hacemos sobre él por la cultura y la religión que hemos recibido. Al mismo tiempo que analizábamos esto desde la teología, abrimos espacios de oración contemplativa, para que la gente pudiera probar aquellas cosas que aprendía en el estudio teológico.
Y, en efecto, todo estuvo en que la gente comenzó a estudiar y a orar (al fin de cuentas, la auténtica teología es experiencia y no teoría, así como una sana oración ha de estar bien fundamentada) se dieron las transformaciones: había más auto aceptación en los gays, los heteros se mostraron más abiertos, ambos aceptaron convivir juntos, había más sentido de la dignidad personal, más conciencia de la necesidad de respetarse y hacerse respetar. Sin buscarlo, la gente tenía ahora auténticas herramientas para sentirse amados con su orientación sexual, sus opciones de vida y su estado civil o de salud.
La Comunidad se construyó como lo que ahora es: un espacio de convivencia, estudio y experiencia de un Dios amoroso. Han llegado más heterosexuales y algunos homosexuales se han ido reprochándonos que en nuestros espacios no se da “la convivencia y la diversión” (sabrá Dios qué entienden por eso, claro) o que no somos suficientemente “activistas”.
El padre Gerardo, nuestro fundador, nos decía: “Mi trabajo es con los gays, pero mi pasión es mostrar un rostro nuevo de la iglesia”. A estas alturas, se ha cumplido el sueño de quien dio su vida y su salud para que existiéramos, pues somos una Comunidad que recibe a los gays, pero que muestra un modo diverso de ser iglesia de Jesús.
J. Álvaro Olvera I.
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