viernes, octubre 24, 2008

En memoria de la Teresa


Sí, Teresa fuer una mística, una mujer profundamente espiritual que alcanzó a tocar el Misterio Divino y dejarse tocar por él. Sus obras han inspirado a miles de personas a seguir los caminos del Castillo Interior, la secreta morada de Dios en la persona.

Teresa descubrió, a través de su silencio y de la influencia de la mística árabe (detalle que está siendo estudiado con mucha atención en los círculos teresianistas) que en lo más profundo de la persona había una “habitación”, un espacio sagrado, lugar del encuentro entre Dios y el alma. El libro de Las Moradas narra, con todos los recovecos de la Teresa (que escribe como si estuviera hablando, con largos paréntesis explicativos) narra el proceso del alma que quiere llegar a la recámara, a la cama donde la espera su Dios Amado.

La belleza de la persona, según Teresa, no estaba en sus cualidades físicas o su alcurnia, sino en ser un castillo “como de cristal”, habitado por el mismo Dios. El trabajo de alma será ir entrando al castillo, recorriendo sus pasajes secretos y sus habitaciones cerradas, para ir acercándose cada vez más a la unión (que se describe con tintes claramente eróticos) con Dios.

¿Qué nos dice Teresa en estas metáforas espirituales?

Que no estamos solos. Que no somos el producto en serie, el accidente en el noviazgo de nuestros padres y madres, el motivo de la boda adelantada o el producto más o menos fallido de una cadena de coincidencias. Para Teresa, hemos sido creados “a mano” por Dios, que ha puesto especial atención a los detalles de nuestro ser, de nuestra personalidad, de nuestra herencia genética, de nuestra orientación sexual a fin de hacernos únicos, irrepetibles y engalanar con nuestra existencia la diversa hermosura de la creación.

Nos dice que si aprendemos “a ver más allá de lo evidente” (referencia ochentera, quien tenga oídos, que lo oiga) más allá de lo que nos dicen sobre nosotros mismos, podremos escuchar – como si se tratara de una sinfonía cósmica – el leitmotiv que nos repite interiormente: “eres mi hijo muy amado, en ti me complazco” cantado a dos voces entre Dios y el universo.

Nos dice que la relación con Dios no es para pedirle cosas, como si fuese máquina expendedora de chucherías, sino para comulgar con lo divino en el silencio de nuestro corazón, a fin de que lo divino en nosotros se vaya haciendo más evidente cada día y nos impulse a ser más humanos, más hermanos, más plenos.

Nos dice que Dios no tiene miedo a nuestro placer, al erotismo ni al sexo (digo, el los inventó y los hizo así como son por alguna gozosa razón) y que por eso no tenemos que despojarnos de esas dimensiones de nuestra humanidad para acercarnos a él, para estar en profunda relación con él. Si la unión del alma con Dios es abrazo, beso y acaricia apasionada en el secreto de la recámara, es porque besar, abrazar y acariciar apasionadamente son acciones sagradas, tanto más santas cuanto más amorosas, respetuosas y auténticas sean.


Teresa nos dice que el conocimiento interior (ese ir recorriendo las habitaciones del castillo) es tan necesario como el respirar, si es que queremos tocar lo más auténtico de nosotros mismos, reconocerlo, valorarlo y vivir a partir de ahí.

Querida Teresa, gracias porque te aventuraste a recorrer el castillo y nos animas a hacer lo propio para descubrir la infinita belleza de nuestro ser interior.

J. Álvaro Olvera I.

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