miércoles, marzo 16, 2011

Sobre aquellas palabras

Una de nuestras oraciones para la Eucaristía afirma que “el Corazón de Jesús habita en nuestro pecho”. Me han preguntado por esta frase. A ver si soy capaz de explicarte lo que pienso.

En el misterio de la encarnación, todo Jesús ha sido unido a la humanidad entera, y toda la humanidad ha sido unida a Jesús. Desde ahí, lo mío es de él y lo de él es mío, por eso, lo que se dice de Jesús, se dice también de todo cristiano, se dice de mí mismo.

Ahora bien, siendo verdad que por el bautismo he sido injertado en la persona de Cristo, que todo su Espíritu ha sido derramado en mí y que mi misión es encarnar los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús, se entiende que la unión es completa, total… hipostática me atrevo a decir, porque así como Jesús es uno con el Padre siendo verdaderamente divino y verdaderamente humano, yo estoy unido a Jesús y soy en él verdaderamente humano y verdaderamente divino.

Y como en el pensamiento semítico, lo más propio de una persona es su corazón (leb en hebreo), la mejor manera de expresar mi unión con Jesús es decir que su Corazón es ahora mi corazón y que mi corazón es el sacramento (físico y sensible) del Corazón de cuya vida participo y cuya gracia me mantiene en la existencia. Se ha cumplido así la promesa de que recibiría un nuevo Corazón, uno de carne y no de piedra, es decir, uno capaz de amar.

El Corazón de Jesús habita en mi pecho, y me llama a irlo encarnarlo cada día con más transparencia. Me atrevo a decir que el sentido último de la vida cristiana es que vivir según el Corazón – que no era mío, pero ahora ya es mío – dejarme guiar por sus inspiraciones, hacer que sus latidos sean más fuertes cada vez y que todo su amor y su gracia sobreabundante se derramen en mi entorno, especialmente en aquellos y aquellas que se sienten lejos de Dios y que han sido excluidos.

No es propio decir, pues, que se trata del Corazón DE Jesús, como si hubiera dos corazones (el mío y el suyo) sino que ahora no hay más que UN SOLO CORAZÓN, compartido por ambos, Jesús y yo, que venimos a ser esos siameses unidos por el pecho, que no pueden ser separados si causar la muerte de ambos… sí, Jesús tampoco puede vivir sin mí.

Dos personas, un solo Corazón, un Corazón capaz de amar, de dar la vida, de despertar esperanza, de luchar por la dignidad humana, de provocar liberación y sanación, capaz de hablar con poder y autoridad porque es un Corazón habitado totalmente por el Espíritu divino.

El don está dado, la tarea es inmensa: que no sea mi mente, mi creencia, mi dogma, mis miedos, mis ansias de poseer, mi sed de poder, mi capacidad de manipular... sino el Corazón quien dirija mis pensamientos, mis sentimientos, mis palabras y mis acciones, que no es otra cosa que vivir desde el Amor y para el Amor.

Ante la magnitud de la tarea, sólo queda exclamar: Tú, que me has dado tu Corazón, haz que viva de acuerdo a él. Ya que has dado el don, da el cumplimiento. Hay tantos que lo necesitan.

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