jueves, marzo 17, 2011

El Corazón y la oración

¿Qué hay en el Corazón de Jesús sino todo Dios y todos sus hermanos?

Por ello, amigos, la oración se convierte en la exploración silenciosa del misterio que nos habita. Es sentir, percibir, palpar, creer que todo Dios – sin merma ni “descuento” – habita en este pecho y en cada latido me recuerda Yo en ti, tú en Mí, para siempre.

No necesito más, todo me ha sido dado en el Corazón porque me ha sido dado el mismo Dios. Juan de la Cruz lo supo y exclamó: todo es mío, el cielo es mío, los ángeles son míos, mía es la madre de Dios y el mismo Dios es mío y para mí porque Cristo es todo mío y para mí. Y añado yo: y lo es en lo profundo de mi Corazón.

Teniendo este misterio a palpar, a profundizar, a encarnar, ¿a qué perder el tiempo con pedir otras cosas? ¿A qué el afán de crear imágenes con la imaginación en la oración? ¿Qué y para qué “poner en blanco la mente”? ¿Cuál es el sentido de repetir lo que otros han dicho para orar?

Basta mirar hacia dentro. Basta creerlo. Basta aceptarlo.

Ni siquiera es necesario un lugar apartado y silencioso. ¡Pobres si sólo pudiéramos orar en el silencio cuando vivimos en tanto ruido! Percibir el Corazón y su misterio puede hacerse en el metro, en medio del tráfico, entre mail y mail lo mismo que en puede hacerse en la soledad de la montaña o el monasterio.

Vayamos al silencio, entremos al Corazón, que si no nos abrimos a nuestra capacidad de percibirlo, no podremos encontrar a Dios (ni a nosotros mismos) por mucha terapia, dogma, Sagrada Escritura o Derecho Canónico en el que busquemos.

Y sí, en cuanto más se percibe el Corazón y su misterio en el propio pecho, más y más claramente se percibe en el pecho de los demás… incluso en el pecho de los perritos, las piedras y los helechos.

¿Qué tal si comenzamos hoy?

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