miércoles, abril 06, 2011

Encarnarse (final)

La inmensa e incomprensible humildad de Dios consiste en esto: no hay más Dios que yo. Y no veo otra razón que la humildísima humildad de Dios, que ha querido en carnarse en mí. Según una tradición, Dios se abaja, se anonada hasta el ser humano; según otra – que me gusta más – Dios eleva al ser humano hasta hacerlo su igual, como bien comprendió el que dijo que Dios se había hecho ser humano a fin de que el ser humano se hiciera Dios. Humildad que entrega todo, todo, todo, hasta su misma divinidad, para hacerse uno con nosotros y en nosotros, caminando sencillamente, sin aspavientos ni presunciones, sin ganas de ser glorificado y con la posibilidad de ser humillado, escupido, crucificado, por AMOR. Créeme, el cielo está vacío. Por eso, hermanos, les revelo un secreto: el cielo está vacío. Yo ya fui, ya lo ví: está más solo que plaza de pueblo luego de la fiesta, más abandonado que templo luego de la boda o cine luego del final de la película. No pierdas, pues, tu tiempo pensando en el cielo, en cómo llegar, en cómo ganarlo o cómo no perderlo. Ni pienses en ello, hermano, a menos que quieras llegar a una casa vieja, con los focos fundidos, vacía, con olor a humedad y sábanas tapando muebles y espejos. Si Dios se en carna ¿a qué esperar un “paraíso”? Cuando tienes a todo Dios en tu Corazón aquí y ahora, cuándo sólo bastará que te miraras a ti mismo con fe (y con una pizca de caridad, que tanta falta hace vernos a nosotros mismos así y no como héroes fracasados) ¿qué sentido tiene “irse a gozar de Dios”? ¿Irse a dónde? ¿Irse a qué? Porque Dios ha abandonado el cielo para venirse a esta tierra, para “ayuntarse” con esta carne y esta sangre. Por eso el cielo es, ahora, este cuerpo, este sexo y estás células y sus partículas subatómicas. ¿Quieres contemplar a Dios en el nuevo cielo que se ha construido? Mira el rostro de tu hermano. No hay otro modo. Si no eres capaz de verlo ahí donde él quiere estar y está, te aseguro que mucho menos lograrás verlo donde él no quiere estar y no está. Si me ves y no ves a Dios mismo, es que no ves bien. Porque Dios se en carna en mí y me hace su cielo, si me ves y sólo me ves a mí es que no ves bien, necesitas el colirio de la fe, los lentes de la compasión o la lupa de la justicia. Bien lo ha dicho Jesús: el que me ve a mí y sabe ver bien, ve al Padre. Y como decía los Padres, lo dijo de él y lo dijo de todo su Cuerpo, de ti y de mí. Anda, limpia tus ojos, lávalos, quítales el hollín, la tierra, las cataratas que te impiden ver bien, y ponte los lentes de la fe, la compasión y la justicia; y verás a Dios caminando por la tarde en la Alameda, en carne de mujer tomado del brazo de su esposo o en carne de hombre, besando apasionadamente a su amante varón. Y me verás a mí, y verás resplandecer en mi pecho el Corazón de Jesús, latiendo al mismo ritmo que mi corazón de carne.

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