miércoles, abril 27, 2011

Resurrección: fiesta de los rechazados

Yeshuá (qué bello suena su nombre original) murió excomulgado por el sistema religioso judío; fue acusado de blasfemia y asesinado en el nombre de Dios, de la religión verdadera y de lo que dice la Escritura. Esta afirmación es una de las grandes adquisiciones que ha hecho la teología contemporánea.

Yeshuá no fue acusado de rebelión (esa será la pantalla que usarán los sacerdotes) sino de blasfemia (la más grave ofensa a Dios) Yeshuá no fue condenado por razones económicas, sino por razones religiosas y en el nombre del Bendito, es decir, los sacerdotes usan el nombre de Dios (“en nombre de Dios vivo te pregunto…”) y la Escritura para condenarlo a muerte.



Yeshuá no fue rechazado por la gente de mal vivir, sino precisamente por los hombres más religiosos de su tiempo y por el órgano de gobierno religioso de un pueblo altamente religioso. Yeshuá no fue considerado enemigo de los cobradores de impuesto, sino del clero de su tiempo, los sacerdotes.

La cruz, entonces, tiene un significado de denuncia de los mecanismos religiosos, dogmas, estructuras clericales, interpretaciones de la Escritura y la recurrencia a Dios como sancionador de las costumbres, condenas y bendiciones.

La cruz nos dice bien claro que debemos tener cuidado de lo religioso, de las religiones y de los hombres religiosos: es muy probable que detrás de su aparente conducta religiosa se esconda el odio, las ansias de poder, las ganas de asegurar el propio sistema establecido.

Yeshuá, el Hijo, muere asesinado por aquellos que decían servir a su Padre y será condenado, incluso, en el recinto más sagrado de su pueblo.

La resurrección toma así un cariz radicalmente nuevo: Dios mismo – sí, en persona, en vivo y a todo color – es quien denuncia a los hombres religiosos y su sistema de condena, los desenmascara y deja bien claro que Él, Dios, no tiene nada que ver con lo que ellos dice que es su voluntad.

En la resurrección Dios dice que Él no comparte los criterios con los cuales los sacerdotes (ningún sacerdote de ninguna época) acusa, juzga, condena, maldice, excomulga, expulsa y crucifica a nadie.

Dios dice que Él no bendice las interpretaciones bíblicas, los cuerpos de creencia, los dogmas establecidos ni la costumbre religiosa imperante que es usada para maldecir a otros.

La resurrección, por ello, es la fiesta de los que hemos sido expulsados, pues en ella Dios reivindica a quien se puso de nuestro lado, quien nos llamó amigos, quien no tuvo miedo de juntarse con nosotros, comer de nuestro pan y beber de nuestro vino, de quien no tuvo empacho en ser llamado “borracho amigo de pecadores”, quien no se detuvo ante ninguna interpretación bíblica o teológica que nos condenaba a vivir alejados de Dios por nuestra forma de vivir.

La resurrección es la fiesta en la que las putas, los borrachos, la gente con VIH, los pederastas, los homosexuales, las travestis, los que se divorcian y se vuelven a casar, los curas no célibes, las monjas lesbianas y toda la pléyade de gente “mal vista” podemos celebrar que no somos nosotros quienes nos acercamos a Dios, sino Dios mismo quien ha decidido acercarse a nosotros, ensuciar su santísima reputación, ser sospechoso de herejía con tal de decirnos: “Yo los amo”.

Así que si tú que me lees, tienes la fortuna de ser uno de los jodidos de la sociedad, uno de los rechazados de la Iglesia, felicidades, la resurrección es tu fiesta.


Yo ciertamente celebraré este día que dura 50 días con la conciencia de que Dios está de mi lado.

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