domingo, marzo 01, 2009

Cambiar de mentalidad


El evangelio de hoy nos recuerda la primera de las invitaciones de Jesús: cambiar de mentalidad. Aunque la traducción del texto en español dice: “arrepiéntanse”, en griego la palabra usada (metanoia) significa cambiar de dirección, ir hacia otro lado, cambiar la mentalidad. Este último sentido es al que me refiero.

Cambiar la mentalidad... es cuando descubrimos que hemos ido hacia un lado pero no es el lado al que había que ir. Decíamos en la eucaristía que es como ir en el metro hacia la estación Indios Verdes y de pronto escuchar a Jesús decirnos que la dirección que él nos propone es hacia la estación Universidad, justo la que está al otro lado de la Ciudad (si conoces el metro de la Ciudad de México sabes que una es la estación terminal en el norte y la otra lo es en el sur)

El primer cambio de mentalidad tiene que ver con la segunda frase de Jesús “el Reino está aquí”. La mayoría de las religiones nos han dicho que el Reino (la vida eterna, la gloria, el paraíso, el nirvana) es algo que viene después de la muerte física, y la gran mayoría de nosotros hemos viajado en esa dirección. Que el Reino esté aquí y ahora, nos pide un cambio completo de dirección. Nada para después de la muerte, la comunión íntima y plena con Dios está disponible aquí y ahora, para ti y para mi.

Luego, nos han enseñado que el amor de Dios es algo que hay que merecer. las obras buenas, la oración, asistir al templo, la lectura de la Biblia, la buena conducta moral, has sido entendidas como formas de “ganar” el amor de Dios, de ahí que algunos digan (me ha tocado escucharlo más de tres veces) que no pueden ser amados por Dios debido a que no hacen tal o cual cosa, o debido a que hacen tal o cual cosa; en el primer caso, están los que dicen que no pueden ser amados por Dios porque no van a la iglesia, porque hace años que no se confiesa, porque no hacen oración. En el segundo caso están quienes dice no ser amados por Dios debido a su orientación sexual, a su estado civil (segundas nupcias o bodas “nomás por el civil”), a que han abortado, a que tienen relaciones sexuales sin casarse, etc.

En ambos casos, hemos ido viajando en una dirección, pero es la dirección errada, pues en Jesús descubrimos que el amor de Dios es universal, infinito, eterno e inmutable. ¿No dice la Escritura que somos amados con amor eterno, por lo que Dios no se olvida de nosotros? No dice también que todo lo que existe es amado por Dios, ya que nada podría existir si Dios no lo amase, lo llamase a la existencia y lo sostuviera en ella? Y el amor de Dios, amigos, no depende de nuestra conducta, ni de nuestra perfección moral (que ambas son buenas); no depende de que uno se gay o de que se haya casado por segunda vez. NO, el amor de Dios depende de quien Dios es y lo que nosotros somos: sus hijos e hijas.

La Palabra que Dios ha pronunciado para cada uno de nosotros es: Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco. Nuestros padres, quizá, nos aman a pesar de la desilusión (he escuchado a padres de gays decir: pues como quiera que sea, es mi hijo. Detrás de ese “como quiera que sea” he leído más una resignación desilusionada que un amor incondicional), pero Dios no ama así. No es que Dios se resigne a amarnos porque “ni modo, son mis hijos”, al contrario, Dios se goza en quienes somos, en quienes ha creado, y de aquí surge otro cambio de mentalidad.

Hemos pensado que el amor de Dios es “de Dios”, es decir, que Dios no ama porque no puede no amarnos, aunque quizá deseara hacerlo. La verdad es que Dios nos ama tan intensamente, y nos busca tan frecuentemente, y nos seduce tan delicadamente, y nos reclama de amor tan desesperadamente porque hay algo en nosotros que le atrae, algo que lo enamora.

Si somos únicos e irrepetibles, quiere decir que en mi hay algo que ha enamorado locamente a Dios, y ese algo sólo yo puedo dárselo, nadie más en el universo ni en toda la historia de la humanidad. Ni santa Teresa, ni san Juan de la Cruz, ni la mismísima madre de Jesús pueden amar a Dios como yo le puedo amar ni le pueden dar a Dios el gozo que yo le puedo dar. Dios nos ha hecho únicos – y por tanto lo que desea de mí es único – pues ese ha sido su placer.

Cambiar de mentalidad en esta cuaresma, no significa hacer o dejar de hacer cosas, sino SER de otra manera. Hemos viajado en una dirección (creyendo que la comunión con Dios es post mortem, creyendo que nuestras acciones u orientaciones sexuales nos hacen indignos de ser amados, creyendo que Dios nos ama porque no lo queda de otra), hemos sido, nos hemos concebido, nos hemos visto de una determinada manera, pero hoy, Dios nos invita a cambiar la dirección, a aceptar nuestro verdadero SER: somos amados infinitamente, somos dignos de ser amados por Dios y la íntima comunión entre ambos es una posibilidad real, aquí y ahora.

Si logramos encontrar ese “algo” que nos hace dignos de ser amados, si aceptamos el cambio que nos propone Jesús, podremos vernos en el espejo y encontrar algo más de lo que hemos encontrado antes, podemos vernos como Dios nos ve, aceptarnos como Dios nos acepta, amarnos como Dios nos ama.

Sólo una persona que se sabe aceptada, amada, puede amar. Y el mundo, amigos, está urgido de nuestro amor.



José Álvaro Olvera I.

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