viernes, mayo 15, 2009

Dios es uno, uno es Dios


Ya he hablando antes de la porción de Dios (ya sabes a estas alturas que el lenguaje siempre es limitado cuando hablamos de Dios) que habita en cada corazón como un regalo de su Amor. En efecto, cada corazón contiene una “chispa”, que es la que nos da la existencia y nos sostiene eternamente.

Dios, siendo Dios, ha decidido habitar en nosotros, hacer experiencia desde nosotros de lo que es ser humano. Dios conserva su identidad, y al tiempo, algo de él está encarnado en nuestra carne, como en carne de Jesús. Nosotros somos nosotros, pero dentro de nosotros vive Dios, como explica santa Teresa con la metáfora del castillo interior “en cuyo centro está la habitación donde reside su Majestad”.

Que somos seres habitados por lo divino es una forma de comprender la realidad de la “chispa” en nuestros corazones y ha sido la forma de comprensión más conocida, incluso es la comprensión de la doctrina oficial de los católicos romanos. Pero hay otra que es la que me gustaría explorar contigo hoy, es la misma verdad, pero comprendida a un nivel más profundo.

No es que Dios viva en ti, sino que en esencia tú eres Dios; tu vida es una expresión divina que ha decidido manifestarse en carne. Algo así como si Dios hubiera tenido el deseo de saber qué se siente ser humano y se haya revestido de carne y vivirse humano como Luis, Pedro o Álvaro.

La identificación es una verdad atestiguada por los místicos, por eso Juan de la Cruz canta aquello de “la amada en el Amado transformada”; Rumi dice que del él no queda nada, todo él es el Amado; el sufí canta: soy consubstancial a Dios como le es Jesús. Luego de la experiencia de unión, se da la experiencia de identidad, donde el místico sabe que es Dios y Dios sabe que es el místico.

En la vida cotidiana, esta identificación es la que puede ayudarnos a vivirnos de otra manera. La conciencia de nuestra identidad divina (no necesitas la experiencia para vivirte desde esa verdad) modifica nuestra comprensión de nosotros mismos, para empezar. Y si es verdad lo que Buddha dijo acerca de que “eres quien crees que eres”, creer que eres divino tiene repercusiones en tu forma de verte a ti mismo, en tu forma de cuidarte, en tu forma de amarte.

Y si reconoces que Dios es UNO, sabrás que estás unido, vinculado, con todo el cosmos: los planetas, las plantas, los animales, las personas, los pobres, los que sufren, los que gozan… hasta los virus de la influenza humana, del SIDA o del Ébola son UNO contigo, son manifestaciones divinas, son tus hermanos, forman parte de ti.

Los esquemas religiosos, las normas morales, los mandamientos, se vuelven realidades perfectamente ubicadas, importantes, pero en su nivel. Jamás podrán determinar tu ser. Como dijo el sufi: Yo soy el Amado que buscan los místicos, Yo soy aquel a quien adoran los creyentes, Yo soy a quien sirven las iglesias.

Un ser con conciencia de su divinidad no se deja amedrentar por el infierno ni seducir por el cielo; tampoco se siente menos porque una autoridad religiosa le diga que es “intrínsecamente desordenado, objetivamente inmoral” ¿entiendes?

El culto, la oración, la adoración, la devoción religiosa también adquieren otro nivel, de hecho, van a desaparecer. Porque cuando hay adoración y oración es porque hay dos, tu y Dios, a quien oras. Pero si no hay dos… ¿a quién oras? ¿A quién le pides? ¿A quién veneras? La conciencia de tu identidad divina hace que lo que llamas oración sea más bien un encuentro silencioso contigo mismo, una comunión callada con tu centro más hondo. Juan de la Cruz lo entendió muy bien cuando dijo: la máxima necesidad que tiene l ser humano es callarse ante Dios, con la mente y con la boca, porque el lenguaje que Él más oye es el callado amor.

La comunión silenciosa contigo mismo (con Dios) se convierte en parte de tu vida. Es una especie de contemplación oscura, porque no ves a Dios, ni sientes a Dios, ni percibes a Dios como una realidad externa, sino que lo SABES como una realidad silenciosa que está unida a tus moléculas, a tus células, a tus órganos, a tu inteligencia y, sobre todo, a tu corazón.

Dios es lo más profundo de ti mismo, tu eres lo más humano de Dios. No hay dos. Por eso puedes cantar con el sufí:


Él es Uno,
Tú eres Uno.
Él es tú,
Y tú eres Él.
Él te ama,
Y Tú lo amas.
Eres el Amado, el Amante y el Amor.



J. Álvaro Olvera I.

jueves, mayo 14, 2009

El Misterio y sus métaforas (parte II)


La Fuerza es un campo de energía Viviente generado por todas las cosas, especialmente por los seres vivos. Permite la existencia de la vida, la mantiene unida, la nutre. Es posible entrar en comunión con la Fuerza y usarla (la Fuerza latente), al mismo tiempo que la Fuerza es independiente y controla el destino del universo (la Fuerza viviente).

La muerte es un regreso a la Fuerza, es hacerse uno con Ella. La Fuerza es una forma energética Inteligente, Sabia, Compasiva, pero al mismo tiempo es Tremenda, Poderosa, Majestuosa. Ambos “lados” de la Fuerza se complementan haciendo que la Fuerza sea una totalidad, usada por algunos para desarrollar sus potencialidades luminosas, y por otros para el desarrollo de las potencialidades oscuras. Vista como un todo, la Fuerza contiene elementos considerados luminosos como oscuros, aunque estas son categorías humanas, formas de entenderla.

Después de este breviario cultural de ciencia ficción (espero que G. Lucas no me demande por el fusile y las libertades literarias que me tomo) te comparto mi metáfora.

Dios es la Fuerza. Como tal es una energía Viviente – con lo que retomo elementos de la metáfora de La Vida.

Hay una dimensión inmanente (la Fuerza latente) y una trascendente (la Fuerza viviente). Desde la primera, la Fuerza (Dios) está presente en todos los seres, aunque de forma especial en los seres vivos, me atrevo a decir que está presente en una “concentración” más alta. Siempre desde la inmanencia, la Fuerza puede ser canalizada y “usada” para algunas cosas: sanación, bendición, energía física, fortalecimiento de las capacidades humanas, comunicación con otros seres, etc. También puede ser canalizada para modificar situaciones, para modificar el entorno, para crear cosas.

Desde la dimensión trascendente, la Fuerza es soberana, conduce todo lo que es según su deseo (pero siempre hacia un mayor desarrollo) Desde esta dimensión, la Fuerza es imparcial: importa la Vida y que la Vida halle la manera de continuar, los seres individuales formamos parte del flujo e la Vida. La Fuerza es un Misterio y es inabarcable, por eso no comprendemos bien cómo se dan el lado luminoso junto al lado oscuro, la vida junto a la muerte, la creación junto a la destrucción.

La Fuerza no es una persona ni un ser personal ni tiene características antropomórficas. Pero lo que captamos de Ella nos revela una Energía libre, con una intencionalidad que nos permite relacionarnos con Ella.


Presente en toda la vida, la Fuerza es captada con mayor nitidez por algunos que aprenden el modo de entrar en comunión con Ella, aprenden a captar “los caminos de la Fuerza” y a fluir en coherencia con Ella. Estos seres (los Jedi de Dios) pueden canalizar la Fuerza, la perciben como una realidad Viva, captan su devenir, pueden incluso “anticipar” sus acciones. Estos seres viven la Fuerza como una realidad omnipresente: pueden ver en todo una manifestación poderosa de su presencia y de su actuar, por eso los acontecimientos cotidianos no son banales: en el dolor y el gozo, en lo que nace y en lo que muere, en lo que sucede y en lo que es, está la voluntad de la Fuerza.

La Fuerza es una energía sabia, poderosa, pero discreta. Por eso, la comunión con ella se da en el silencio. Como la Fuerza fluye en y a través de los seres vivientes, el mejor lugar para la comunión es el corazón, el interior, lo más profundo de uno mismo. Porque hay coincidencia entre lo más hondo de uno mismo y la Fuerza, entre más coherente sea uno con esa hondura personal, más vive en comunión con el devenir universal, más es Uno con la Fuerza.

Así, cuando yo digo “la Fuerza” entiendo todo lo anterior.

Cuando digo “la Fuerza” estoy hablando de Dios… y cuando digo “Dios”, estoy hablando de la Fuerza.



J. Álvaro Olvera I.

miércoles, mayo 13, 2009

El Misterio y sus métáforas (parte I)


Hablar de Dios… ¡Vaya si es un atrevimiento! ¿Cómo decir algo acerca de Lo que está más allá de todo concepto? Dicen los sufís que se trata de Lo que está más allá aún de nuestro concepto de lo que está más allá. San Agustín lo supo, por eso nos previno cuando dijo que del Misterio no podemos decir nada, si decimos algo es más por no quedarnos callados que por poder atinar a decir algo. Tomás de Aquino dirá: de Dios podemos saber que es, pero no podemos saber qué es.


Conceptos como Dios, Persona, Ser, Altísimo, Señor, Padre, Madre, Amigo, siempre son palabras que ocultan más de lo poco que dicen acerca del Misterio (aun la palabra Misterio, puesta en mayúsculas esconde más de lo que dice)


Por eso los místicos cantan al Inefable (que está más allá de la capacidad humana de expresar) y recurren a la metáfora y la poesía para manifestar aunque sea algo de Aquella Realidad Infinita “que sobre pasa todo entendimiento humano”.


Sabiendo que Aquella Realidad Infinita es inabarcable con nuestros conceptos nos hace humildes a la hora de querer definir a Dios (de hecho, los únicos lo suficientemente insensatos para querer definir a Dios somos los occidentales), nos abre al Misterio que siempre queda como Misterio y nos “obliga” a asumir que lo que decimos del Misterio siempre es penúltimo, es decir, no es la última palabra.

Culturalmente usamos la palabra “Dios”, que hoy en día se revela llena de sentidos encontrados, de manipulaciones y de sombras. “Dios” ha sido usado para justificar todo y de todo. Las iglesias y las religiones establecidas recurren indiscriminadamente a “Dios” para todo, dejando a los creyentes (y a los no creyentes) con una sensación de hastío, de haber sido engañados.


Hoy en día, en estos tiempos donde la espiritualidad está siendo vivida al margen de las religiones, en el “mundo adulto” que profetizó Bonhoeffer, el Misterio se está revelando de una nueva manera, permitiéndonos recurrir a nuevas metáforas para comprender un poco más nuestras posibilidades de relación.


Para muchos, el Misterio es comprendido como Dios, pero con nuevas notas. No se trata ya de un Dios castigador, a quien había que complacer con sacrificios y ofrendas, sino un Dios cercano, cotidiano, más visto como un amigo que como un juez.


Para otros, el Misterio es comprendido como El Creador, como “alguien” que nos hizo e hizo todo lo que existe.


Algunos más ven al Misterio como una especie de energía personalizada que sostiene en la existencia al cosmos y cuya acción se puede captar y “canalizar” en beneficio de la vida.


Otras experiencias del Misterio usan la metáfora de La Madre en cuyo vientre divino se está gestando todo lo que es. Una Madre que crea, sostiene, alimenta, acompaña, educa (a veces con dureza, pero siempre con ternura infinita) a sus “hijos e hijas”. Una Madre que clama dignidad para todos los gestados en su vientre y exige de quienes le adoran, actitudes de hermandad con todo lo creado.


En algunos casos, la Madre divina es también la Amante, la que seduce a sus fieles y se entrega a ellos en el éxtasis místico, uniéndolos a sí. La energía sexual es uno de los atributos de la Madre Esposa Virgen.


Algunos más se están relacionando con el Misterio como La Vida. No es una “persona” sino una especie de flujo energético con una cierta voluntad que se manifiesta en la evolución, en el curso de las cosas.


Esta imagen es usada por algunos místicos contemporáneos que tratan de explicar qué el Misterio no está alejado de nuestra experiencia cotidiana, ni de nuestra enfermedad, ni de nuestra muerte, ni de las colisiones cósmicas que destruyen mundos, pero permiten la generación de nuevas posibilidades. En este metáfora, el Misterio va perdiendo sus características antropomórficas (forma de humano) para revelarse como energía Vital, Viva y Vivificante.


Una oración que me compartieron hace poco invoca al Misterio como: Vientre fecundo de donde toda vida procede (y falta añadir que es Sepulcro frío donde toda vida termina)


A mí me encanta usar la metáfora de La Fuerza (soy de la generación Star Wars, ni modo), de ella te hablaré en la siguiente entrega.




J. Álvaro Olvera I.

martes, mayo 12, 2009

Optimizar nuestra encarnación




Nuestro entorno está lleno de lugares y métodos para mejorar nuestro ser.



En la dimensión física, tenemos cientos de gimnasios, cursos de spining, tae bo, las técnicas de Body combat y un sinfín de etcéteras dedicados a mejorar nuestro físico, ha hacerlo más funcional o, cuando menos, más atractivo. Estos años ha visto renacer un cariño especial por la dimensión corporal. Hemos superado – o estamos superando – las visiones negativas de la corporalidad.



En la dimensión emocional también estamos atestiguando un “boom”. Centros de terapia, cursos de manejo emocional, desarrollo de las inteligencias, constelaciones familiares… tengo un amigo que ha unido un trabajo interior con el baile de Salsa. Estamos aprendiendo la importancia que tienen nuestras emociones, nuestro subconsciente, nuestro universo interior, y estamos aprendiendo a trabajarlo, a sanarlo, a optimizar nuestros recursos interiores.



Es un buen momento para la humanidad, a pesar de los contrastes que niegan todo lo anterior.
Desde mi visión de la vida, toda experiencia humana es posibilidad de encuentro con el Misterio divino, por eso, en la explosión del cuidado corporal y emocional de nuestro tiempo, veo un mayor grado de conciencia que, como todos los avances de conciencia, nos invita a mirar “más allá de lo evidente”.



Para algunos, esta importancia del cuerpo y de las emociones personales es un signo más de la decadencia social, un signo del hedonismo que hace a un lado los “valores” para dedicarse al cuerpo musculoso o delgado y a años de terapia centrada en el “yo”. Para mí es el momento de optimizar nuestra encarnación.



Yo, Álvaro, soy mi cuerpo, vivo en mi cuerpo, amo en mi cuerpo, sirvo en mi cuerpo, existo sólo en y como mi cuerpo. Si bien mi “yo” no se agota en la corporalidad, ésta es una dimensión básica.



Y como vivo encarnado en este cuerpo y en sus emociones, los gimnasios y las terapias me pueden ayudar a optimizar esta encarnación mía, para que sea más sana, más plena. Todos sabemos que una alimentación balanceada y una dosis de ejercicio nos ayudan a equilibrar nuestro ser, a tener energía, a vivir más sanos. Sabemos, de igual manera, que el trabajo emocional, el trabajo interior, nos ayuda a sanar las heridas del pasado, a ser más auténticos, más libres.



Antiguamente, el místico era asceta (cuando menos en algunas tradiciones religiosas) En el catolicismo romano, el hombre y la mujer “de Dios” se distinguía por sus penitencias, por su aspecto demacrado, por estar en los huesos de tanto ayuno. Todos conocemos como en el pasado se vivió esta realidad y hasta qué extremos se vivió.



Hoy en día – gracias a Dios – el místico cuida su alimentación, hace ejercicio, guarda respeto por su entorno, cuida sus emociones, atiende su mundo interior, busca su salud mental. El hombre y la mujer “de Dios” sabe disfrutar una buena cena, sabe gozar un buen vino; cuida su aspecto físico y su estado emocional tanto como cuida su relación con Dios.



Para sorpresa de muchos, pues los místicos siempre rompen nuestros esquemas, encontramos a las personas de seria y profunda espiritualidad en el cine, el teatro y los conciertos de música clásica lo mismo que en las cantinas, en los bares, en los gimnasios, comprándose ropa bonita o aquella loción cara que les encanta.



Si mi encarnación es un don de Dios y Dios se manifiesta en mi ser encarnado, si yo soy mi cuerpo y si un buen estado emocional me hace más eficaz, creo que trabajar para ser más libre, más sano, más pleno, es decir, trabajar para optimizar mi encarnación, es parte de lo que quiero hacer, es parte de lo que elijo hacer y, de este modo, es parte de lo que Dios me pide hacer.



El místico sabe que si tiene una encarnación optimizada, puede poner al servicio de su Amado a un ser humano más completo, que pueda servir mejor a la humanidad y a todo lo creado.





J. Álvaro Olvera I.

miércoles, mayo 06, 2009




Hola a todos
Te comparto ahora algo muy alegre.
En mi vida hay noticias que me han hecho muy feliz. Bastante feliz. Esta es una de ellas. Cuando la recibí, no supe decir mucho, pero me dio vuelta y vuelta en mi cabecita y después ya en mi casa, lloré de la emoción; no pude hacer otra cosa más que sentarme a llorar de gusto, de alegría, de felicidad. Y al paso de los días, aun me causa mucha felicidad y mucho agradecimiento a la vida por darme este privilegio.

Hace algunos días, una persona muy cercana a mí y a mi vida, termina su mensaje con una frase que me inquietó. Tiene varios días que no nos vemos y estábamos chateando muy animadamente. Platicamos de cómo nos va y esas cosas; quedamos de vernos para cenar. Concluye su invitación con esta frase:

- “ Carmen y yo, te queremos decir algo”
- “ ¡Uta! ¿de qué se trata?”

En estos días de tanta mala noticia y tanto ‘sospechosismo’, pues sólo eso se me ocurrió preguntar.

-“No es nada malo… es más, creo que hasta te va a gustar”

El día acordado para vernos a cenar llegó y pues ya estábamos en esas cuando… ¡zaz! La noticia:

“… y prepárate, porque dentro de siete meses vas a ser tío.”

Comúnmente una noticia así, no pasaría de un gesto de felicitación. Para mí esta noticia representa mayor cosa; no es algo cotidiano, ¿por qué me causa tanta felicidad?

La historia se remonta algunos años atrás.
En aquellos días yo trabajaba como encargado del área de informática en una empresa que formaron unos amigos. Decidieron promover y financiar un equipo de futbol. Faltaba un portero. Alguien recomendó a un joven preparatoriano como buen cancerbero: JR, el mayor de ocho hermanos.

Sin mayor complicación JR se integró al equipo de la empresa. Al principio se les veía sólo una vez por semana: el día en que el equipo jugaba en la liga donde estaban inscritos; entrenaban minutos antes de su encuentro. Luego hubo necesidad de entrenar más tiempo y destinaban parte de otra tarde entre semana.

JR estaba por terminar la preparatoria. Era notorio que el estudio era algo que no pintaba dentro de sus prioridades, ni tampoco era algo que le interesara gran cosa. Estas situaciones se complicaban más cuando había que entregar alguna investigación o algún trabajo escolar extra.

En una de esas urgencias escolares fue que JR se acercó a mí con una específica petición:
- Charlie, ¿me puedes ayudar con una tarea?
- Sí, claro, ¿de qué se trata?
- Mira. Tengo que entregar una investigación… es para mañana, ¿sí me ayudas?

Así fueron los inicios de esta larga, fraterna y profunda amistad.

Y como dice la canción: “el tiempo pasó…”

Compartimos ideales, luchas, viajes, sentimientos, logros, frustraciones, esperanzas, amigos, familias. Esto no ha sido gratis y fácil. Una amistad así no es exenta de ‘sospechas’, ni de envidias, ni de ataques. He de reconocer que a causa de ello hubo distanciamientos, pero pudo más la amistad. Y cuando se pide y se otorga perdón sin condiciones, las heridas se restauran con bastante rapidez y hay algo que sin notarse mucho se fortalece.

Incluso mi ‘salida del closet’ ha sido motivada por la confianza de mis amigos hacia mí. Contrario a lo que pensé, cuando se los confié, la respuesta fue muy grata. Tuve la fortuna de que a JR (como a varios más), ‘eso’ no fue impedimento para seguir siendo amigos.

Muchos fuimos testigos de un gran logro de JR: Diciembre de 2001. La defensa de tesis para obtener la Licenciatura en Periodismo. Fue un logro contra todo pronóstico. A JR le costó mucho trabajo y lo logró.

Y apenas en julio de 2007, el enlace matrimonial de JR con Carmen. ¿Qué puedo decir?.... que soy un llorón!

Hay un maravilloso lazo que nos une

Y ahora estamos a la espera de un nuevo ser. ¡Mi sobrin@! ¿poder arrullar a un nuevo ser?. Y cuando crezca un poco más, ¿te imaginas lo feliz que me hará cuando una personita que no es de mi sangre me diga tío?

Gracias a la vida, por este privilegio.

Saludos!

Charlie.

sábado, mayo 02, 2009

Domesticar a Dios


En algunos artículos anteriores deslicé la idea de que algunas personas tratan de “domesticar” al Misterio de la Vida para quitarle la mordiente de incomprensión y hacerlo, cuando menos, más cercano… o más a la medida personal. Señalaba esto como algo que había que superar para quedar abiertos al Misterio que es siempre incomprensible. Lo dije como si domesticar a Dios fuera un error. Hoy quiero profundizar en esa idea.

Domesticar significa “hacer doméstico”, “propio del hogar”, “hacer familiar”. En este sentido, es hora de domesticar a Dios.

En una forma de pensamiento tradicional, influenciado por la cultura griega, hemos aprendido a ver a Dios como alguien (o algo) totalmente alejado de nuestra vida, de nuestros problemas, de los avatares de la existencia humana “mundana”, pues estaba sentado en su trono, en el más allá, en los cielos inescrutables.

La distancia entre Dios y los seres humanos se manifestaba en la necesidad de construir “epicentros” donde lo divino se encontrara con lo humano. Los templos, los cultos, los sacrificios, los libros e idiomas sagrados son esos epicentros: sólo en ellos y a través de ellos se podía tener algún tipo de encuentro con Dios. Fuera de estos epicentros, no había posibilidad.

Así, hemos vivido construyendo epicentros, manifestaciones de nuestra concepción de lejanía y separación divina, nos hemos vivido por siglos sumidos en “el mundo”, mientras Dios estaba en su trono de gloria, sinceramente muy ajeno a nosotros, de ahí que tuviéramos que recurrir a intermediarios como María y los santos, que en el catolicismo son parte integral de la fe.

La práctica espiritual fue comprendida como separación “del mundo” para adentrarse en los epicentros oficiales; aquellos que no lo eran, fueron destruidos o puestos bajo el control oficial, como la basílica de Guadalupe, construida en un epicentro de la Tonanztin. Ser espiritual ha sido sinónimo de separarse, de alejarse, de desinteresarse por lo que pasa para vivir alrededor del epicentro.

Y si bien esto funcionó en otro tiempo (y no sé hasta qué punto funcionó) ya es hora de domesticar a Dios.


Porque el dios concebido como una entidad sentada en un trono, no es real. Si Dios existe, está involucrado con nosotros, con nuestra vida cotidiana, con lo que somos.

Un Dios domesticado es Aquel a quien encuentras en el supermercado, mientras compras manzanas, yogurth o esas papas fritas llenas de calorías que tanto te agradan.

Un Dios domesticado es Aquel que encuentras en el baño, mientras acaricias tu cuerpo con agua y jabón (Y tu, ¿te “bañas” o acaricias tu cuerpo?)

Un Dios domesticado es Aquel que se hace Uno con el amigo que sabe escuchar tus penas, que trata sinceramente de comprender tus broncas, que te recibe amorosamente sea que te entregues en alegría o en dolor, que escucha sin juicio hasta tus más atrevidas blasfemias, sabiendo que son muestra de que estás vivo y eres tan libre como para blasfemar.

Un Dios domesticado es Aquel que se divierte cuando hablas de la Manigüis, cuando te sientas a comentar la novela, a contar un chiste o a permitir que aflore la mujer que llevas dentro (comentario local para gays)

Un Dios domesticado es Aquel que está infinitamente presente cuando aquella persona especial toca a tu puerta y descubres que tu corazón hace mucho que lo esperaba en la planta baja del edificio donde vives.

Un Dios domesticado es Aquel que se goza infinitamente cuando aquella persona especial te dice: “Hola” con esa luz de sus ojos que tu ya no sabes distinguir si son verdes o grises, pero que siempre son tan inmensos como el mar.

Un Dios domesticado es Aquel que detiene el tiempo y curva el espacio, modifica la sustancia del universo y canta a coro con los ángeles cuando aquella persona especial te araña la espalda, te muerde el cuello y aprende de memoria tu piel, tocando lo que otros han tocado tantas veces, pero de una manera que nadie había podido lograr.

Un Dios domesticado es Aquel que apaga discretamente la luz y desliza el cobertor sobre los dos cuerpos desnudos (el tuyo y el de ya sabes quién) que yacen sudorosos luego de haberse dado la vida entera por la boca.

Domestica a Dios, ya es hora de un Dios distinto y de una distinta manera de relacionarte con Él.


J. Álvaro Olvera I.