martes, abril 27, 2010

Un mundo adulto

Tuve un diálogo de los más interesante esta mañana. Hablando de otros asuntos, en medio del café, un joven universitario me decía que en la facultad se hizo una exposición sobre la Compañía de Jesús; el alumno encargado hizo una presentación sobre la espiritualidad jesuita “muy buena”, me dijo mi interlocutor, “pero al final preguntaba: ¿tú que has hecho, que haces y que harás por Jesús?, y esto desató mucha incomodidad en los compañeros”

Sí, ya lo dijo Bonhoeffer hace unas décadas: Dios, Jesús, la fe, la oración… son palabras tan cargadas de significados, aceptémoslo, oscuros o cuando menos grises, que no pueden menos que despertar resquemor en la gente que las escucha. Justo o injusto, no sé, pero es real.

Entonces la propuesta de Bonhoeffer de un cristianismo anónimo, callado, casi secreto, cobra vigencia. ¿Fue Rahner quien dijo que el cristiano de este siglo o sería místico o no sería? Pues el mismo agregó que ese cristiano místico sería igualmente alguien a quien la palabra “Dios” no le saliera tan fácil. Etty Hillesum pensaba que hablar de Dios en el campo de concentración y en los tiempos que corrían era casi una blasfemia (no contra Dios, sino contra el ser humano)

Se trata, si he comprendido bien a estos dos compañeros de camino, de vivir intensa y radicalmente COMO Jesús, pero sin decirlo, sin siquiera mencionar una sola palabra que pertenezca al universo religioso. Si vivimos COMO Jesús existe la posibilidad, pequeña pero real, de que algún día, alguien, nos haga la pregunta de por qué vivimos como vivimos. Ese sería el momento de hace explícita la fe en el Dios en quien existimos, nos movemos y somos.

Ad intra, en los espacios y con las personas creyentes, la confesión de fe puede ser explícita, aunque, desde mi experiencia, siempre cuidadosa pues cada persona y cada grupo religioso entiende cosas distintas cuando uno usa palabras religiosas. Me pasó una vez, yo hablaba con un grupo de religiosas sobre seguir a Jesús, ellas comprendían obediencia a la iglesia, yo me refería a la búsqueda de los últimos de la sociedad; o cuando hablaba de oración y los estudiantes de filosofía entendieron fidelidad a la Liturgia de las Horas, cosa que a mí, por supuesto, ni se me había ocurrido.

Tener un cierto pudor para hablar de Dios, sabiendo que muchas veces la misma palabra puede ser interpretada de un modo opuesto a lo que uno quiere decir. Que la intimidad que uno vive con Dios sea eso, intimidad, conocida por pocos, vislumbrada por muchos NO en palabras, frases, libros, cruces al pecho o rosarios en la mano, mitras, estolas o hábitos, sino en la identificación con Jesús.

En un mundo adulto no cabe ya hablar de Jesús, sino SER, VOLVERNOS Jesús (que es otro modo de decir volvernos auténticamente nosotros mismos). Para que viéndome “jesuificado” la gente pueda ver la luz que alumbra la casa, porque se puso sobre el candelero y no bajo la cama.


J. Álvaro Olvera I.

lunes, abril 05, 2010

Como santo Tomás

Nos dice el Evangelio que dos discípulos van al sepulcro a comprobar la desaparición del cuerpo de Jesús. Uno llega primero al sepulcro, pero no entra; el otro llega y entra. Ambos ven los lienzos con los que estaba cubierto el cuerpo. Uno ve y no pasa nada; el otro ve y cree, pero el texto agrega un dato curiosísimo: ninguno de los dos había comprendido las Escrituras donde se decía que Jesús iba a resucitar.

Y digo que es un dato curiosísimo que revela dos posturas ante una misma situación. Ninguno de los dos “había comprendido” y ven los lienzos, y siguen sin comprender, pero uno cree y el otro no.

Creer sin comprender y sin ver es absurdo. Creer si comprender porque se ha visto, es la actitud del discípulo. No puedo comprenderlo todo, pero algo tiene que ser accesible para mi desde la experiencia. Aquí es donde fallan todos los intentos por anunciar a Dios a la gente, pues hablamos de él, lo explicamos, lo racionalizamos, hacemos hermosas teologías y teodiceas, pero nada de eso nace de una experiencia que los demás puedan VER para CREEER.

Si nos preguntamos quién es el líder religioso más creíble en este momento, la respuesta de muchos es: El Dalai Lama. ¿Por qué? Porque algo vemos en él que nos lleva a creer que es un hombre congruente, fiel a su espiritualidad, consciente de sí mismo y de su responsabilidad como líder espiritual.

¿Qué VEMOS cuando miramos a nuestros sacerdotes y obispos? ¿Qué VEMOS cuando leemos noticias o escuchamos discursos del Papa? No lo sé, pero es claro que lo que vemos no nos está llevando a CREER.

¿Y qué ve la gente en mí? ¿Soy posibilidad de que otros CREAN? Buena pregunta para comenzar el tiempo de Pascua, el tiempo de lo nuevo, de los lienzos doblados y el sepulcro vacío.

Que el Resucitado (a quien no VEMOS pero en quien CREEMOS) nos haga ser VISTOS para que él sea CREIDO.
J. Álvaro Olvera I

Viernes de fracaso

Jesús se equivocó varias veces.

En Galilea pensó que el Reino sería una especie de revolución inmediata en la que Dios metería las manos para cambiar las cosas… y acabó en lo que los teólogos llaman “la crisis Galilea”, en la que Jesús comprobó que el asunto del Reino no sería como se lo había imaginado ni como lo había predicado a los campesinos y los pobres.

Cuando pensó que su pueblo aceptaría su mensaje porque venía de parte de Dios, tuvo que asumir que no era así: la gente del pueblo lo buscaba para ver signos milagrosos y los líderes políticos y religiosos lo buscaban para matarlo. Al principio no quiso saber nada de los extranjeros porque se sentía “enviado a las tribus perdidas de Israel”, cuando estas tribus lo rechazaron o no lo comprendieron, se alejó a la frontera para escapar y encontró la fe de los paganos que “comen de lo que cae de la mesa de los hijos”, es decir, de lo que los hijos no quieren.

La última semana de su vida, subió a Jerusalén pensando que su Dios lo libraría si se metía a la boca del lobo. Lo buscaban para matarlo, él lo sabía y aún así se metió al Templo y armó un sanquintín con los mercaderes, que eran el negocio redondo del Sumo Sacerdote, su acérrimo enemigo. Pensó que Dios lo libraría, y tuvo que enfrentar la verdad, Dios guardaba silencio y dejó que Jesús cargara con las consecuencias de sus actos.

El viernes la misión de Jesús acabó en el fracaso. Las expectativas de Jesús fueron aniquiladas, su esperanza acabó en la cruz y todo el trabajo de sus años de ministerio se fue a la basura, pues incluso sus seguidores más cercanos “no comprendían” y lo abandonaron.

Por favor, no suavicemos la escena con aquello de “ah, pero él sabía lo que iba a pasar” que esas son teologías del pasado. Jesús era plenamente humano y como tal tuvo que enfrentarse a lo que podía ver, a la realidad que se le imponía, sin bolas de cristal, sin magias, sin fetiches protectores ni creencias “opio del pueblo”. Por eso clama el abandono de su Padre.

El viernes santo es el día del fracaso, del poder que se impone, de la violencia que mata, de los cambios que no llegan.

Recordémoslo cuando nos toque a nosotros. Dios no evitó el fracaso de Jesús ¿por qué habría de hacerlo con nosotros? Ni las mejores novenas harán que Dios haga algo así.

Miremos a Jesús, que en medio del fracaso más existencial, confió.

Confiemos... eso es lo que se llama fe.


J. Álvaro Olvera I.

Sólo el pan partido puede ser compartido

Jueves santo, el día de la fiesta del pan. Todos los cristianos, cada uno de acuerdo a su tradición, hacemos memorial de la noche en que Jesús se despidió de sus amigos y amigas, cenando con ellos y dejando su forma de vida y su mensaje para ellos bajo el símbolo del pan.

El pan de Jesús simboliza su forma de vivir, sus opciones, su “filosofía de vida”. Todo lo que Jesús dijo e hizo en su ministerio: su amor a los pobres, su cercanía a las mujeres, su respeto por los niños, su compasión por los rechazados de su sociedad, la pasión que ponía en “las cosas de su Padre”… todo ello es simbolizado por Jesús en un pan. Como el pan, Jesús es sencillo, común, cotidiano.

Como el pan, Jesús ha sido molido por los acontecimientos, la vida y sus dificultades, el dolor suyo y de la gente lo han triturado para unificarlo después. Al inicio pensó que el Reino llegaría de acuerdo a sus deseos, a sus expectativas y comprobó su fracaso. Luego pensó que subir a Jerusalén y ponerse en el ojo del huracán sería fácil porque su Padre lo salvaría, y comprobó que no era así. Pidió no beber el cáliz, pero no había de otra que aceptar que sus planes no eran los adecuados. Al final de su vida, justo un jueves como hoy, Jesús entendió que la vida sólo tiene sentido cuando uno se da para que los otros puedan seguir.

Quienes pretendemos vivir como Jesús (a pesar del atrevimiento de pretenderlo) somos pan, como Jesús es pan, y hemos de constatar que estamos partidos.

Nuestra vida no es fácil, no es color de rosa a pesar de que la sociedad quiera pintarnos todo de ese color a través del poder y del tener. Las personas crecemos en medio del dolor, de las pérdidas, de las opciones y renuncias. Nuestros seres queridos enferman, envejecen y mueren, o simplemente nos cambian por otros a quienes consideran mejores. Cambiamos de trabajo o de casa, dejando a quienes han sido importantes para nosotros.

Además de esta “partición” externa, estamos partidos por dentro. Somos incongruentes, no hallamos la plenitud que buscamos, no estamos satisfechos. Queremos entregarnos por amor, y acabamos dañando; queremos abrirnos a la comunión y al mismo tiempo nos sorprendemos siendo causa de separación; queremos amar a nuestros amigos y acabamos criticándolos, haciéndolos polvo. Hacemos lo que no nos gusta, no nos gusta lo que hacemos; queremos paz y vivimos ansiosos; decimos que las cosas materiales no son lo más importante, pero no dormimos pensando en lo que no podemos acabar de pagar.

Nuestro cuerpo no nos acaba de pertenecer, lo mismo que nuestras emociones. Ni siquiera somos capaces de controlar nuestra imaginación “la loca de la casa”, y vivimos proyectados al futuro o al pasado. Nuestra sexualidad, siendo un don de vida, algo mundanamente sagrado y sagradamente mundano, nos desconcierta pues la gozamos, pero no nos deja satisfechos como si intuyéramos que hay algo más.

Sí, estamos partidos, cuando menos yo si lo estoy y lo compruebo día a día.

Pero ¿sabes?, sólo el pan partido puede ser compartido, como bien comprendió Jesús.

Asumir mi “partición”, mis fracturas, mis cañadas oscuras, aquello que me divide de mí mismo, asumirlo y abrazarlo en actitud compasiva es la única forma de poder ser compartidos. ¿No lo has notado? Una persona que rechaza su “partición” no alimenta a nadie, pues vive encerrado en sí mismo. Una persona que acepta humildemente la verdad de sus fracturas se vuelve sencilla, amable.

Que, como Jesús, podamos asumir nuestras rupturas (sí, él también tuvo que hacerlo) para poder ser repartidos. El mundo tiene hambre.


J. Álvaro Olvera I.