viernes, marzo 19, 2010

Las dos justicias

Leemos en la segunda lectura del domingo 21:

“Así podré estar unido a Cristo Jesús no con mi propia justicia (que procede de la Ley) sino con aquella que nace de la fe, la que viene de Dios.”

Cuando pensamos en la justicia, solemos dar por sentado que sabemos de qué hablamos y de que todo mundo comprende lo mismo con esa palabra. Si la gente escucha hablar de lo que es justo, de un juicio, de juzgar o de un juez, comprende lo mismo: el acto de dar a cada uno el fruto de sus acciones; premio si son buenas, castigo si son malas.

Al aplicar esas palabras a Dios, ya sabemos el resultado. La gente piensa en un Dios que los va a castigar o a premiar por su conducta, mediante un juicio donde Dios no se dejará llevar por nada que no sea la estricta justicia. Al final, Dios da el cielo o el infierno.

Sin embargo, la segunda lectura, nos habla de dos tipos de justicia que se oponen entre sí, la justicia de Pablo, la nuestra, la humana que nace de la ley, y la justicia que viene de Dios. Como podemos ver, no se trata de la misma clase de justicia.

El juicio que viene de la ley es posibilidad de absolución o de condenación, tienes 50% de oportunidades de ser premiado y 50% de ser castigado, dependiendo siempre de la decisión del Juez en base a lo que has hecho. Es la justicia distributiva, que da a cada uno lo que éste merece. Si te miras a ti mismo desde esta justicia, seguro te hallarás carente, vulnerable, más cerca del castigo que de la absolución.

Muchas personas, especialmente gays, se miran a sí mismos y se juzgan a sí mismos desde este tipo de ley: que si soy un mal hijo, que si defraude a mis padres, que si soy un desviado, que si mi conducta es reprobable, que si yo sé que lo que hago está mal… ¿resultado? Una persona no plena, viviendo en culpa y en angustia, sabiendo que no es, y nunca será, una persona digna de ser amada. Me ha tocado escuchar a chavos gay que se viven desde esta dimensión y, por ende, se van conformando con relaciones poco sanas, violencia familiar, etc., pues al fin y al cabo – como me dijo alguno de ellos una vez – “he sido un cochino y esa es mi cruz”

Mirarnos con nuestra propia justicia nos hace desproporcionar la verdad. O nos creemos más de lo que somos o de plano, menos (y algunos psicólogos dicen que ambas cosas son más bien muestras de un complejo de inferioridad) además, el juicio de nosotros mismos va a nacer de nuestras heridas, de nuestros traumas, por eso no es un juicio auténtico.

Pero hay otro tipo de justicia, de juicio, de juez… Dios. Y no creas que Dios juzga con los mismos criterios que nosotros, pues como dice la Escritura “sus caminos no son mis caminos”. ¿En qué consiste la justicia de Dios? Tsedaqqah, que es la palabra hebrea que define la justicia de Dios, se pude traducir como “justificar”, es decir, hacer justo al que lo no es. En este sentido, Dios no juzga dando a cada uno lo que le toca por sus acciones, sino dando a cada uno lo que necesita, y todos necesitamos su amor, su perdón, su bendición, su compañía… su salvación.

La justicia de Dios es hacernos justos. El juicio de Dios es perdón y misericordia. La mirada justa de Dios sobre cada uno de nosotros es compasiva. Por eso, desde su justicia divina, Dios nos dice:
“No eres lo que crees que eres, no vales lo que crees que vales, deja ya de pensar en eso y de juzgarte con tu propia justicia. Acepta que Yo te amo, que eres mi hijo(a) amado(a). Así es como Yo te veo, así es como Yo te juzgo, así es como Yo te justifico, así es como Yo te salvo.”

Si hago caso a mi propia justicia, estoy perdido (¿tú no?)

Que Dios me justifique me da alas para poder recuperar mi dignidad, mi belleza original y para poder amar y ser amado. Sólo así podré “conocer el poder de la Resurrección de Cristo”, como dice la lectura, y su obra será completa en mí para beneficio de toda la creación.

Oremos para comprender el juicio de Dios sobre nosotros.


J. Álvaro Olvera I.

lunes, marzo 08, 2010

El nombre de Dios

La primera lectura del domingo pasado nos narraba el episodio de la zarza ardiente, el encuentro de Moisés con Dios. Más allá de los elementos simbólicos que tejen esta “teofanía” (manifestación divina) que son por demás bellos e interesantes, quiero reflexionar sobre el nombre de este Dios misterioso.

Moisés le pregunta por su nombre; el nombre es símbolo de la identidad, es como si Moisés le dijera no tanto como te llamas, si no ¿qué te hace diferente a los demás dioses, a los dioses del poderoso Egipto? ¿Cuál es tu identidad? Este ser divino desconocido da dos respuestas, en una dice: “Yo soy”.

Sin embargo, al final de la lectura, cuando Dios repite su nombre y da instrucciones a Moisés, leemos algo distinto: “El Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para siempre y así será invocado en todos los tiempos futuros.”

Así, pues, el nombre de Dios no es “Yo soy”, sino “El Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” y esto me encanta, pues nos revela más de Dios que aquel “Yo soy” del principio.

Porque ¿quién es Abraham? Es el símbolo de aquellos que no logramos hacer realidad nuestros sueños, de aquellos que nos sentimos fracasados o frustrados; es símbolo de quienes “no podemos” con la carga, con la vida, con el paquete. Símbolo de quienes vemos que nuestra vida pasa y se ve acabando, y nomás nada.

¿Isaac? Símbolo de aquellos que, en manos de un poder más grande, son dispuestos al sacrificio. Me recuerda a los obreros, a las mujeres que trabajan en la maquila, a los indígenas… todos quienes pueden ser sacrificados en nombre de ideales altos, de dinero o de ciertas creencias.

Y Jacobo, por último, es símbolo de los que son engañados, estafados. Aquellos que trabajan duro por alcanzar sus ideales y se tienen que conformar con lo que la vida les permite tener. Como dijo una joven del bachillerato: “tu puedes tener muchos sueños y planes, pero la vida es dura y no siempre te deja cumplirlos”.

La identidad de este Dios es distinta. No se junta con los buenos, con los que no hacen nada indebido o “inmoral” (recordemos que Abraham presentó a Sara como si fuera su hermana cuando era su esposa y Jacob engañó a su padre haciéndose pasar por su hermano, además de que tuvo más de una esposa) Este Dios se junta con las víctimas, con los mal vistos, con los que andan agobiados por la carga de la vida y no haya que hacer.

Pensando en este momento de mi vida, en lo que estoy viviendo, que Dios sea así me da mucha esperanza, porque yo, como los antiguos patriarcas, también miento, engaño, juego chueco, me quejo, trabajo duro, pero no alcanzo mis sueños y a veces me siento cansado de seguir.

Y este nombre es aquel con el que Dios quiere ser invocado para siempre.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, marzo 05, 2010

Las víctimas olvidadas

Ayer vi, por recomendación de un fraile, una película francesa sobre las personas homosexuales en la Francia ocupada por los Nazis. El filme se llama “Un amor para ocultar” y lo puedes ver en doce partes en una conocida página donde la gente sube videos. Te la recomiendo.

La peli muestra el destino de una pareja de varones que bajo el régimen de ocupación: encarcelamiento, tortura, reeducación, asesinato, experimentos pseudo científicos que llegaron a la lobotomía (extirpación de una zona del cerebro)

Poca gente sabe que, luego de los judíos, los homosexuales fueron el segundo lugar en número de víctimas de los Nazis. La humillación de portar un triángulo rosa sobre la ropa, las deportaciones, los campos de trabajo, los intentos por “volverlos hombres y dignos de ese nombre” y las atrocidades de que fueron víctimas miles de personas por el sólo crimen de su orientación sexual han pasado prácticamente desapercibidas para el mundo.

No hay un Spilberg gay que haya roto el silencio y, claro, no hay una comunidad económicamente capaz de pagar filmes que cuenten al mundo la verdad. NO hay mártires reconocidos, ni santos canonizados entre los homosexuales cristianos (que dicho sea de paso siempre han existido y existirán) que fuera y dentro de los Campos mostraron solidaridad, compasión, fe y el coraje propio del Espíritu.

Poca gente lo sabe, y a poca gente le importa, tratándose de homosexuales. Ni siquiera sabemos el número exacto de víctimas, como podemos leer en el artículo de Wikipendia:

"Debido a que muchos homosexuales fueron torturados y asesinados por su origen judío, es difícil dar cifras concretas de este grupo. Sin embargo se puede estimar su cantidad entre unas 5.000 y 15.000 personas. El grupo de internos con el triángulo rosa tuvo una tasa de mortandad del 60%, una cifra por encima de la media para prisioneros “no judíos”. La razón podría estar en que a menudo estaban aislados, a veces evitados y mantenidos a distancia por los demás reclusos por estar marcados como “diferentes”."

Es increíble y espantoso lo que el mundo hace cundo quiere deshacerse de los diferentes, de los que le provocan miedo.

Hoy, a través de este breve escrito, quiero recordar a quienes sufrieron, murieron y sobrevivieron al exterminio nazi por su orientación sexual y, con ellos, a quienes siguen pasando hoy “las de Caín”, porque Nazis ya no hay, pero la ideología de fondo está presente en la sociedad.


J. Álvaro Olvera I.