jueves, julio 26, 2007

Episodio 12 Comunidad Católica Vino Nuevo ¡¡¡ Al aire!!!




Resumen episodio No 12 Nueva Era. En esta emisión se cambia de formato estilo revista ya que se contará con varias secciones como por ejemplo: “Los consejos del conejo” que estará a cargo de Valentín recomendándonos algunas actividades culturales, “Rolando por el mundo” por Charlie que nos compartirá sobre el mundo interreligioso y estará acompañado por Archiwaldo , “El mundo esotérico de Sor Selena” Sor Selena nos trasmitirá las distintas espiritualidades católicas y de otras religiones y por último “La caja de Pandora” donde se hablará sobre la vida. Esperamos que sea de su agrado y esperamos sus comentarios, sugerencia y participación..Para oírlo directamente AHORITA, entren a la página web oficial, ahi tienen los enlaces en orden (solo den clic sobre el episodio correspondiente)Para bajar el archivo MP3 a tu computadora (ordenador) guarda el siguiente enlace (sobre estas palabras da clic con boton derecho y selecciona la opcion "guardar enlace como...")Y para los que ya tengan instalado un adminstrador de PodCast (iTunes, ZenCast o Juice), copien y peguen el siguiente enlace (para suscribirse):http://feeds.feedburner.com/VinoNuevoSaludos a todos, disfruten esta décima segunda entrega que con tanto cariño les hemos preparado.-- > Comunidad Católica Vino Nuevo <-- P.D. Recuerden que pueden enviar sus opiniones y/o comentarios a nuestro correo electrónico comunidad.vino.nuevo@gmail.com
Esperen muy pronto el episodio 13 del pod cast de la comunidad

sábado, julio 14, 2007

“LA HOMOFOBIA SE APARTA DEL MENSAJE DE JESÚS DE AMARSE LOS UNOS A LOS OTROS”

Dentro de los actos que se han preparado para conmemorar el Día Internacional de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales en Albacete, la sala Pepe Isbert del Teatro Circo acogerá, mañana jueves, un coloquio sobre Homosexualidad y cristianismo que impartirá el coordinador del Área de Asuntos Religiosos de la Federación Estatal de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (FELGT), Juan José Broch.


-Llama la atención, de entrada, el título de la ponencia. ¿En qué sentido se va a hablar de homosexualidad y cristianismo?

-Se trata de poner sobre la mesa la realidad de los grupos formados por personas cristianas que, además, son LGTB, esto es, lesbianas, gays, transexuales o bisexuales. Vamos a exponer, desde nuestro punto de vista, un escenario en el que la fe cristiana no choca en absoluto con la orientación sexual de cada cual. En este sentido, recordaremos que la homosexualidad ha estado presente en la historia de Iglesia desde su creación, con sus luces y sombras, es cierto, pero sin olvidar que Jesucristo en ningún momento condenó esta realidad que después ha sido rechazada. Importantes sectores dentro de la Iglesia católica, así como significados teólogos, hablan de que esa diferenciación en función de la orientación sexual debe ser superada. De hecho, el planteamiento homófobo de la Iglesia no ha sido uniforme a lo largo de su historia ni defendido por todos sus grupos.

-¿Por qué mantiene, entonces, este planteamiento la Iglesia, que además impone el celibato a sus sacerdotes y religiosos?

-La versión oficial de la Iglesia es que de la homosexualidad no puede salir nada bueno, tanto si se da en la vida matrimonial como si se mantiene el celibato. Sin embargo, esa postura va en contra de la ciencia y de la propia Organización Mundial de la Salud, que ha dejado claro que una orientación sexual determinada no significa una «desviación» o una enfermedad. Nuestro planteamiento, dentro de los grupos cristianos LGTB no es reinventar la Iglesia católica, sino ser fieles al Evangelio y a Dios, ya que consideramos que las posturas de rechazo se apartan del mensaje originario de Jesús de amarse los unos a los otros. Es el mensaje «oficial» de la Iglesia es que se ha pervertido. Hay que recordar, además, que en otras épocas la Iglesia ha defendido la esclavitud o la «superioridad» del hombre frente a la mujer, cuestiones que luego ha tenido que reconsiderar; por eso, creemos que con la homosexualidad ocurrirá lo mismo, su rechazo es un error que con el tiempo tendrá que reconocer.

-Hablar de colectivos ‘LGTB’, ser gay, lesbiana, cristiano, etcétera, ¿no son todo etiquetas?

-El tema, para nosotros, sería reconocer la diversidad y, desde ese punto de vista, ya no habría que poner más etiquetas, porque todos somos personas; no por ser gays o lesbianas somos más inteligentes o simpáticos, o al revés. Lo que ocurre es que es importante manifestarse como uno es para que luego exista una normalidad en estos temas, y que ya no sea necesario reivindicarse.

-¿Creen que su postura acabará siendo aceptada por la jerarquía eclesiástica?

-La esperanza, para mí, no está tanto en jerarquía sino en el movimiento que se vive en la base. Hay una plataforma que se creó el año pasado, Redes Cristianas, que representa una suma de organizaciones que quieren constituir una Iglesia diferente, en la que se tengan en cuenta posibilidades como la ordenación de las mujeres como sacerdotes o el celibato opcional.

Fuente:www.redescristianas.net/category/lgtb/

domingo, julio 08, 2007

Amar a Dios con todo mi corazón (2da. parte)

Breve historia de un conflicto

Segunda Parte

Cuando sanar significa quebrarse

A través de esta especie de neurosis, dos cosas eran constantes, mi experiencia de que Dios me amaba y mi impulso sexual, que siempre ha sido muy fuerte. La verdad es que no podía explicarme esta unión de dos cosas que eran, para mí, totalmente opuestas. Lo resolví culpándome: Dios me amaba infinitamente, pero yo era incapaz de amarlo solo a él y sublimar mi impulso sexual, por eso, aunque estaba seguro del amor de Dios, este amor me hacía sentir miserable cuando se unía a una sexualidad que yo consideraba no solo desbocada, sino incluso desviada.

Tenía veinte años cuando sucedió lo que tenía que suceder: me enamoré. Una tarde, en la capilla del seminario conocí a Miguel y terminé apasionado, locamente enamorado de un hombre. Si mi vida era complicada pero estaba cercada por la culpa, la llegada de Miguel a mi vida significó el comienzo de una crisis inmensa, pues no se trataba ya de tener deseos sexuales y masturbarme, sino que ahora deseaba verlo, moría por besarlo y anhelaba con todas las fuerzas de mi alma estar en sus brazos, desnudo, para gozar de su cuerpo. Solo quien ha experimentado un primer amor luego de años de represión puede comprende lo que sentía.

La intensidad con la que sentía amar y deseaba sexualmente a Miguel solo se podía comparar con la intensidad de mi deseo de ser todo para Dios, de amarlo y servirlo siempre. Comenzaron entonces los cuestionamientos, porque ya no podía seguir negando que sentía, que el sentimiento me daba vida, que mi erotismo y mi sexo estaba despiertos exigiendo atención, como tampoco podía negar que estaba caminando en mi experiencia de Dios y que él me estaba llevando de la mano. Siempre había resuelto esto apelando a mi culpa, a mis sentimientos desviados, pero ya no podía seguir haciéndolo porque esos sentimientos me estaban haciendo más humano, más cercano y más compasivo.

El mundo ideal donde uno podía sublimar su sexo al amor de Dios, todo el universo de ideas que había aprendido y asumido como verdades eternas comenzó a resquebrajarse. Puedes imaginar lo que pasó cuando por fin, luego de un año de espera, Miguel y yo estuvimos juntos, nos declaramos nuestro amor y comenzamos a ser pareja. Pensar en él me daba fuerza para seguir en el seminario, para servir con más pasión y entrega a la gente. Los niños y niñas de la parroquia se dieron cuenta de que estaba más feliz, más alegre y que era mucho más amable.
No podía comprender como era esto, porque pensaba en Dios y en Miguel y los dos me alentaban a seguir adelante. Sin embargo mis condicionamientos eran muy poderosos y a pesar de que estaban tambaleándose, no cedían. Me culpé por sentirme lleno de vida con Miguel, ya que según mi esquema, era por Dios por quien debería sentirme así de vivo, era Dios por quien tenía que tener empeño y deseo de servir más y mejor. Así que resolví esta crisis llenándome de recriminaciones porque no era capaz de hacer por amor a Dios lo que hacía pensando en Miguel.
La relación terminó luego de algunos años debido a estas cosas no resueltas y a la tendencia de Miguel – que ya estaba ordenado a estas alturas – de alcoholizarse para poder manejar la angustia de ser sacerdote y tenerme en su cama. Dios, pensaba yo, había resuelto el problema llevándose a Miguel, acabando con una relación que me distraía de su amor y de una entrega incondicional. Asumí el dolor por la pérdida como una bendición de la mano de Dios, pero el esquema estaba severamente dañando y no tardaría en caer.

Guardé celibato por algunos años, dispuesto a cargar la soledad porque estaba convencido que Dios terminaría arrebatándome a quien amara. ¡Pobre del buen Dios! Que llegué a considerarlo un amoroso tirano.

Luego llegó Ale y me volví a enamorar. Pensé que estaba curado de eso, pero seguía vivo y cuando hay vida, enamorarse es lo más normal. Claro que ya tenía una relación como antecedente, así que desde el primer momento le dejé claro que él no era el primer amor de mi vida porque ese amor era Dios, que nunca dejaría mis actividades de servicio por él; creí que esta claridad era la solución y que no volvería a cometer los errores del pasado.
Pero la cosa no era tan sencilla, no bastaba que me convenciera exteriormente que Dios era lo más importante y que Ale era algo así como un segundo lugar, aun tenía que terminar de definir mis opciones de vida y terminar de romper los esquemas del pasado. Luego de 7 años, mi relación con Ale terminó en parte por mi incapacidad de superar mis estructuras, pues volví a reaccionar con los moldes de pensamiento del pasado, sintiéndome culpable ante Dios de dar tiempo y espacio en mi vida para mi pareja.

Cierto que logré algunos avances, di algunos pasos, pero en lo general seguí considerando que el amor de mi vida tenía que ser Dios y nadie más, absolutamente nadie más. Comencé bien, pero poco a poco comencé a hacer a un lado a mi pareja con el pretexto de ser solo para Dios. Me dolió romper mi relación, pero no era capaz de hacer otra cosa, aun necesitaba los últimos golpes para terminar de derribar el ídolo de mi esquema de pensamiento.

J. Álvaro Olvera I.

Continuará

Amar a Dios con todo mi corazón (1 ra. Parte)

Breve historia de un conflicto.

Soy un hombre de fe. Creo en Jesús y trato de seguirlo de la mejor manera que puedo. Procuro ser coherente con mi fe y hacer vida aquello que creo, siempre desde mi limitación y mi fragilidad.

Hace 20 años comencé un camino de seguimiento, desde lo más parroquial hasta la misión entre las personas con VIH/SIDA, desde el catecismo hasta las clases de formación teológica. Dentro de la iglesia he sido aprendiz de todo y maestra de nada. En cuanto a mi experiencia de Dios, él me fue llevando desde la religiosidad más tradicional de la iglesia, hasta la gracia de la experiencia de su amor y su presencia.

Sin embargo, en medio de todo este cúmulo de bendiciones, la cuestión de elegir entre el amor a Dios y el amor a una pareja – o sea, el problema entre mi sexualidad y mi espiritualidad – siempre fue una asignatura pendiente, llena de conflicto, con su carga inmensa de dolor y soledad. Quiero compartir contigo esta breve historia.

Raíces de la ruptura

Quizá te parezca muy fácil resolver este conflicto. Quizá nunca lo hayas sentido, puede ser que esté ahí, pero no lo hayas reconocido o, puede ser que, como yo, lo hayas resuelto decidiendo a favor de una de las partes, haciendo a un lado la otra. Para algunos, la cosa no es tan sencilla, pues nuestra atracción por Dios y nuestra atracción erótica afectiva son igualmente poderosas.
Cuando entré en el seminario – en 1987 – lo hice convencido que mi vida entera era para Dios y, aunque ya había descubierto mi orientación homosexual, nunca me pasó por la mente la idea de tener una pareja o un amante. Estaba firmemente convencido que Dios me llamaba al celibato.

La formación me ayudó a fortalecer esta idea. Siempre, a cada día, se me repetía que para seguir a Jesús con radicalidad tenía que renunciar al amor de una pareja; que si quería tener un corazón indiviso y absolutamente libre para el servicio de Dios, no podía tener ninguna clase de relación amorosa, ya que ésta me ataría a una sola persona. Frecuentemente se me leían los ejemplos de los santos que habían dejado todo por Él, que habían preferido agrandar su corazón a un amor universal antes que cerrase al amor particular. Se me dijo que era más perfecto contemplar todas las flores de un prado sin apegarse a ninguna, que cortar una sola flor para conservarla.

Así, la renuncia al amor humano era algo más inteligente, más ambicioso, más perfecto, más radical y, por supuesto, más agradable a Dios que amar a una persona, comprometerse con ella y aprender a ser compañero.

Cierto es que los documentos de la jerarquía han ido valorando más cada vez el amor matrimonial, pero la verdad es que esa misma autoridad sigue insistiendo que el celibato y la castidad son superiores, que liberan para el amor a Dios y que nos evitan dividir nuestro corazón entre dos amores (y nadie puede servir a dos amos). Cuando algún hermano salía del seminario, al saber que se había casado o que había dejado la formación por una mujer, se le consideraba inferior, uno que “no pudo”, “no aguantó” las exigencias del evangelio.

Y todo esto es lo que me creí. Y mi vida comenzó a organizarse de esta manera, aceptando sin más que así eran las cosas, más todavía tratándose de un homosexual, ya que en mi caso, renunciar a una pareja no solo era muestra de entrega, compromiso y amor indiviso, sino además era evitar un gran pecado, la famosa sodomía.

Poco a poco fue deslizando en mi mente la idea de que el amor, el sexo y el erotismo humanos eran de segunda clase (de cuarta si se trata de cosas vividas por un homosexual) y, por supuesto, reaccioné en consecuencia.

Durante años negué sentir, me cerré a enamorarme, castré mi erotismo en aras de amar solo a Dios. Claro que las consecuencias llegaron, desarrollé un sentimiento de superioridad, un “mesianismo” que me hacía creer que era un ser que estaba por encima de los demás ya que yo sí podía amar solo a Dios y a nadie más que a Dios. Me sentí puro y comencé a despreciar a quienes no podían entregarse como yo. Entre menos apegado a las personas fuera un sacerdote, una religiosa o un santo, más lo admiraba y quería imitar su radicalidad.
Y me dividí en dos.

(Continuará)