viernes, octubre 01, 2010

Si Dios fuera necesario...

Leí en el periódico que Stephen Hawking, el merecidamente renombrado físico teórico (y no sé cuántas carreras más tiene el hombre) ha publicado un nuevo libro llamado en inglés “El gran diseño”, en el que habla del origen del Universo. Dicen los que lo han leído, porque aún está en inglés, que en esta obra, el científico se desdice de la afirmación que hizo en su libro anterior “Breve historia del tiempo”; en él, Stephen dejaba abierta la posibilidad de la existencia de Dios pues, según él, este Universo, así como estaba organizado, no negaba la posibilidad de la existencia de un Creador.

En el nuevo libro, dicen, Hawking se desdice: El origen del Universo está en el Big Bang y para que éste sucediera no es necesaria la intervención de ningún Creador, sino sólo de la Fuerza de Gravedad; así mismo, suprime la idea anterior de que el diseño de nuestro sistema solar, tan cuidado en los detalles y que ha hecho posible la vida en la Tierra, sea único.

Al día siguiente había algunas cartas de reacción contraria a las ideas del físico; se le acusa de utilizar a Dios para vender libros, de ceguera ante la evidencia y de inconsistencia. En fin, estas cartas muestran que los creyentes no hemos aprendido nada y seguimos siendo harto ignorantes del sentido de nuestra fe.

Que el Universo, así como está organizado, no hace evidente la existencia de Dios, es obvio. Que la Fuerza de Gravedad es la causa del Big Bang, origen de todo, es obvio. Que no hay evidencias, pruebas, posibilidades razonables para deducir o, al menos dejar abierta la posibilidad de la existencia de Dios en la forma en la que el Universo está hecho, es obvio.

Dios, queridos amigos, NO es necesario. Esta afirmación, cuando menos para la teología católica contemporánea, es algo sabido, asumido y bien afirmado.

No, no hay pruebas de Dios; Dios no es necesario; podemos explicar el Universo sin recurrir a “la hipótesis Dios”. Contrario a lo que pensaba Santo Tomás, y una pléyade de filósofos cristianos luego de él, no hay nada en este Universo que nos lleve a concluir la posibilidad o la existencia de Dios. ¿Por qué?

Por una simple y sencilla razón: Dios, al ser Dios, no es evidente.
No puede haber “pruebas” de su existencia,
No puede haber “evidencias” de su acción,
Nada que nos diga: “Dios” en el mundo físico, nada que nos lo muestre, mucho menos que nos lo demuestre.

Si lo hubiera, Dios no sería Dios, sino un fenómeno más en el mundo de los fenómenos comprobables, visibles y “evidenciables” de nuestro Universo.

Siendo Dios, está más allá de lo comprobable, y su acción en el universo, en caso de que la hubiera, no podría ser más que a través de los fenómenos físicos que sí podemos evidenciar, pues en el mundo físico, Dios actúa (si es que lo hace, repito) en los fenómenos físicos, con sus propias leyes, limitaciones y posibilidades.

Como dice Fr. Thomas Keating: Dios se relaciona con toda la vida, pero desde el nivel propio de cada forma de vida. Entonces, con la célula, Dios “actúa” celularmente, a través de los mecanismos propios de la célula. Observada atentamente, sólo veremos “acción” celular y nada más.

Con el universo, Dios “actúa” con los mecanismos propios del universo, por lo que observado atentamente, no podremos ver más que física, ley de gravedad y Big Bang…

Así, la fe no es asunto de comprobaciones, de evidencias, de pruebas, sino de opción, de apuesta, de correr el riesgo. Podemos vivir sin recurrir a “la hipótesis Dios”, pero algunos, por “una extraña manera” (Juan de la Cruz) decidimos vivir a partir de Dios.

Esta es la parte “irracional” de la apuesta de fe.


J. Álvaro Olvera I.