domingo, mayo 23, 2010

La unicidad en el Espíritu

La lectura de Pablo a los Corintios pone de relieve la novedad que acontece en la persona y el mensaje de Jesús: todos somos uno. Para dejar bien claro la dimensión de esta unicidad, Pablo recurre a la oposición de contrarios: por un lado judíos y gentiles, por otro, esclavos y libres. ¿Por qué estos términos?

Para nosotros es de lo más inocuo contraponer judíos y gentiles, esclavos y libres, pues en nuestra sociedad se han perdido ya estos contrastes, sin embargo, en la sociedad de Pablo estas clases de personas eran lo más desemejante que podía haber. La contraposición de Pablo, situada en su contexto social, es escandalosa, blasfema, una “cachetada sin guante blanco” para sus oyentes que, por cierto, pertenecían a las cuatro clases citadas por él.

¿Blasfema? Sí. A los oídos de los judíos, la unicidad e igualdad que Pablo proclama entre ellos y los gentiles es blasfema (un insulto a Dios) porque, recordemos, los judíos son, desde su perspectiva, el único pueblo elegido por el único Dios verdadero, que conoce la única voluntad de Dios manifestada en la única Ley dada por Dios a la humanidad; Dios ha hecho un único pacto y se relaciona con el pueblo judío de manera única, inigualable (y que quede claro que no digo que esto no sea así)

Los gentiles, por su parte, eran considerados salvajes que tenían costumbres bárbaras, infamantes, degradantes (como recurrir al homosexualismo); prácticas estúpidas y retrógradas (como adorar animales o sacrificar seres humanos) Sus dioses eran tan vanos y llenos de deseos rastreros como los mismos gentiles… en fin, esto eran para los judíos, por ello eran despreciados y se evitaba el contacto con ellos (¿recuerdas que el evangelio nos dice que los sacerdotes no quisieron entrar en la casa de Pilatos para no contaminarse?)

Que a los ojos de Dios no hubiera distinción entre unos y otros. Que la Ley de unos fuera superada y que estuviera al mismo nivela que la de los otros. Que la adoración de unos fuera como la de los otros. Que unos estuvieran llamados a amar a los otros… eran palabras mayores para los judíos.

¿Escandalosa? La segunda contraposición se entiende como tal a los oídos de los gentiles. Recordemos que para ellos, los esclavos no son nada, no son seres humanos. Por ello los gentiles (especialmente los romanos y griegos que es a quienes Pablo tiene en mente) podían vender, usar, maltratar, asesinar, violar, explotar y dejar en la calle a los esclavos sin problemas. El Derecho Romano, tan sabio en muchas cosas, simplemente no aplicaba a los esclavos, quienes no tenían más derecho que servir hasta la muerte.

Los no-ciudadanos, los degradados, son comparados con los ciudadanos, con aquellos que tenían un rango, una respetabilidad y un honor que los hacía SER en aquel mundo. Según Pablo, a los ojos de Dios no hay diferencias, no hay rangos, no hay apellidos, no hay sangre azul que valga. Los gentiles deben tratar a sus esclavos como hermanos, con lo que se pone de cabeza la estructura de la sociedad de aquel tiempo.

Sinceramente, palabras mayores.

¿Qué contraposiciones haría Pablo hoy? No es necesario esforzarse mucho para trasladar aquellas palabras a nuestra realidad, que es lo que debemos hacer para seguir a Jesús en nuestro tiempo.

“Para Dios ya no hay varones ni mujeres (y que oigan los machistas)
Ya no hay homosexuales y heterosexuales (y que lo oiga el Cardenal)
Ya no hay curas pederastas y curas "inocentes" (y que lo oigan las víctimas y el Papa)
Ya no hay afeminados y "machines" (y que lo oigan los homosexuales)
Ya no hay indígenas y "civilizados" (y que lo oigan los gobiernos)
Ya no hay católicos y evangélicos (y que lo oigan en Chiapas o Irlanda)
Ya no hay seropositivos y "los que sí se cuidan" (y que lo oigan todos)
Ya no hay palestinos y judíos (y que lo oigan en Israel)
Ya no hay indocumentados y norteamericanos (y que lo oigan en Arizona)
Ya no hay talibanes, etarras, negros, putas o drogadictos opuestos a la gente que se siente distinta, porque Dios ha derribado las murallas con las que nos separábamos para dejar claro que a sus ojos todos somos iguales, un solo pueblo, una sola humanidad necesitada de su Gracia por igual”

Como ayer, la Palabra nos deja con muchas cosas por cambiar.


J. Álvaro Olvera I.

viernes, mayo 07, 2010

Las muestras del amor

En el evangelio del domingo pasado escuchamos a Jesús diciendo que sólo hay una forma en la que la gente sabrá que somos discípulos de tal Maestro, y esto es por las manifestaciones de nuestro amor.

Y claro, no se refiere al amor romántico, de ese que se pasa el día diciendo “aleluya”, “gloria a Dios”. Tampoco es el amor frío e intelectual de quienes desprecian las prácticas devocionales en nombre de algo más “racional” pero que en buscar prácticas “teológicamente puras” acaban por no hacer nada.

El amor del que habla Jesús es, en mi experiencia, el de las obras concretas: Saludar a la señora que vende los boletos en el metro, ceder el paso a otro auto aun en medio del tráfico y la prisa, tratar al cliente no como un objeto potencial de ganancia, sino como alguien que me permite ganarme la vida. El amor que no teme tomar una cerveza con aquel que no hace sino quejarse y quejarse por las mismas cosas desde hace tres años; ir al café con el amigo que se siente depre; rezar el rosario con la abuela que no tiene ya con quien rezar; poner el garrafón del agua en el dispensador para ahorrarle a la chava de la limpieza el tener que hacerlo; poner a remojar el sartén que el otro dejó olvidado; ir la hospital de los niños con cáncer para alegrarles un poco disfrazado de payaso o de súper héroe…

El amor del que nos habla Jesús no es complicado, es tan simple como respirar. Se trata de vivir con la conciencia de que todas las personas son sagradas, que los actos más ordinarios tienen todo el poder de un Dios sencillo y que cada vez que alguien se acerca, de un modo incomprensible, es Dios mismo quien se acerca y nos ofrece la posibilidad de hacer algo para demostrar nuestro amor a la humanidad, a nosotros mismos, a todos los seres sensibles y a Él con todos y en todos.

Este mañana, por ejemplo, observé a un hombre joven hablar a un pequeñín (supongo que sería su hijo) No era lo que le decía, sino el tono de su voz, la forma de mirarlo, la ternura que adiviné en él lo que me hizo darme cuenta de que el amor es simple, sencillo, tan “banal” como decirle a un niño cómo desenvolver su sándwich.

Sólo a través de este amor en práctica (porque ya estamos hasta el queque de teorías y dogmas sobre el amor y la manera “moral” de amar) la gente podrá captar que vivimos la vida con una profundidad distinta, que vemos a los demás con ojos que captan “más allá de lo evidente” como decía la caricatura aquella de los Thundercats.

Sí, eso me gusta: ver más allá de lo evidente y descubrir las huellas de lo sagrado, de lo amoroso, de lo compasivo, de Dios, y actuar en congruencia.

Sospecho que si vivimos así tarde o temprano alguien preguntará por nuestro “principio y fundamento” para vivir así y quizá, sólo quizá, podrá preguntarse por el Maestro que nos ha enseñado a vivir de ese modo.

Que aprendamos a amar así.



J. Álvaro Olvera I.