martes, mayo 12, 2009

Optimizar nuestra encarnación




Nuestro entorno está lleno de lugares y métodos para mejorar nuestro ser.



En la dimensión física, tenemos cientos de gimnasios, cursos de spining, tae bo, las técnicas de Body combat y un sinfín de etcéteras dedicados a mejorar nuestro físico, ha hacerlo más funcional o, cuando menos, más atractivo. Estos años ha visto renacer un cariño especial por la dimensión corporal. Hemos superado – o estamos superando – las visiones negativas de la corporalidad.



En la dimensión emocional también estamos atestiguando un “boom”. Centros de terapia, cursos de manejo emocional, desarrollo de las inteligencias, constelaciones familiares… tengo un amigo que ha unido un trabajo interior con el baile de Salsa. Estamos aprendiendo la importancia que tienen nuestras emociones, nuestro subconsciente, nuestro universo interior, y estamos aprendiendo a trabajarlo, a sanarlo, a optimizar nuestros recursos interiores.



Es un buen momento para la humanidad, a pesar de los contrastes que niegan todo lo anterior.
Desde mi visión de la vida, toda experiencia humana es posibilidad de encuentro con el Misterio divino, por eso, en la explosión del cuidado corporal y emocional de nuestro tiempo, veo un mayor grado de conciencia que, como todos los avances de conciencia, nos invita a mirar “más allá de lo evidente”.



Para algunos, esta importancia del cuerpo y de las emociones personales es un signo más de la decadencia social, un signo del hedonismo que hace a un lado los “valores” para dedicarse al cuerpo musculoso o delgado y a años de terapia centrada en el “yo”. Para mí es el momento de optimizar nuestra encarnación.



Yo, Álvaro, soy mi cuerpo, vivo en mi cuerpo, amo en mi cuerpo, sirvo en mi cuerpo, existo sólo en y como mi cuerpo. Si bien mi “yo” no se agota en la corporalidad, ésta es una dimensión básica.



Y como vivo encarnado en este cuerpo y en sus emociones, los gimnasios y las terapias me pueden ayudar a optimizar esta encarnación mía, para que sea más sana, más plena. Todos sabemos que una alimentación balanceada y una dosis de ejercicio nos ayudan a equilibrar nuestro ser, a tener energía, a vivir más sanos. Sabemos, de igual manera, que el trabajo emocional, el trabajo interior, nos ayuda a sanar las heridas del pasado, a ser más auténticos, más libres.



Antiguamente, el místico era asceta (cuando menos en algunas tradiciones religiosas) En el catolicismo romano, el hombre y la mujer “de Dios” se distinguía por sus penitencias, por su aspecto demacrado, por estar en los huesos de tanto ayuno. Todos conocemos como en el pasado se vivió esta realidad y hasta qué extremos se vivió.



Hoy en día – gracias a Dios – el místico cuida su alimentación, hace ejercicio, guarda respeto por su entorno, cuida sus emociones, atiende su mundo interior, busca su salud mental. El hombre y la mujer “de Dios” sabe disfrutar una buena cena, sabe gozar un buen vino; cuida su aspecto físico y su estado emocional tanto como cuida su relación con Dios.



Para sorpresa de muchos, pues los místicos siempre rompen nuestros esquemas, encontramos a las personas de seria y profunda espiritualidad en el cine, el teatro y los conciertos de música clásica lo mismo que en las cantinas, en los bares, en los gimnasios, comprándose ropa bonita o aquella loción cara que les encanta.



Si mi encarnación es un don de Dios y Dios se manifiesta en mi ser encarnado, si yo soy mi cuerpo y si un buen estado emocional me hace más eficaz, creo que trabajar para ser más libre, más sano, más pleno, es decir, trabajar para optimizar mi encarnación, es parte de lo que quiero hacer, es parte de lo que elijo hacer y, de este modo, es parte de lo que Dios me pide hacer.



El místico sabe que si tiene una encarnación optimizada, puede poner al servicio de su Amado a un ser humano más completo, que pueda servir mejor a la humanidad y a todo lo creado.





J. Álvaro Olvera I.

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