viernes, diciembre 28, 2007

Experiencia de Dios, amor homosexual


¿Así o más atrevido el título?, dirían mis alumnos adolescentes si leyeran este encabezado, y lo mismo dirían varios curas, algunas monjas y más de tres señoras de la parroquia... lo sé.


Si hablar de espiritualidad y sexualidad es ya un tabú aun en nuestros tiempos, la sola idea de unir a Dios y el amor homosexual en una misma oración debe sonar a blasfemia. Quizá lo sea, pues las experiencias humanas (la de Dios y la del amor homosexual) son eso, experiencias humanas falibles, frágiles, con una fragilidad donde radica todo su poder.


Pensando en que esta reflexión pueda ser de utilidad para alguien, sea pues el escándalo y la blasfemia, que Dios sabrá comprender ambas.


El ser humano, sacramento de Dios

Dios se hace presente en todas las cosas y todas las cosas son manifestaciones concretas, visibles y asequibles a los sentidos, de Dios. Toda criatura es un sacramento no solo de la existencia y presencia de Dios, sino de su amor, pues la naturaleza más íntima de Dios es Amor.

Esto, que afirmamos de todas las cosas, toma un sentido más hondo cuando hablamos del ser humano, imagen y semejanza de Dios. En el ser humano – varón y mujer – Dios Amor se presenta con claridad y con una realidad que nos asusta por su radicalidad: En cada ser humano vive Dios, se presenta Dios, se ofrece Dios.

La intuición de Jesús de identificar su suerte con la de los desheredados de su mundo nos ayuda a comprender la realidad sacramental de cada ser humano, especialmente de los marginados, en quienes Jesús se hace presente como un Dios ignorado, desatendido, rechazado y hambriento.

Desde la fe cristiana, pues, Dios se nos acerca, vive con nosotros a través de cada rostro humano, de cada historia, de cada persona con la que compartimos la existencia. Se ha cumplido así la promesa del Emmanuel, el Dios que camina entre nosotros.

Amor divino, amor humano

Dios es amor, sólo es amor y no es nada fuera de amor. Todo lo que afirmamos de Dios está supeditado a su esencia, que es amor: su justicia, su poder, su providencia, su sabiduría, su voluntad... todo nace y se alimenta de la esencia de Dios que es amor.

Ahora bien, este amor que es Dios, ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu. La realidad humana da un paso más, ya no solo somos sacramento que hace presente a Dios, sino que somos habitados por el mismo Espíritu de Dios, que nos hace capaces de amar.

En la teología cristiana, Dios es Trinidad, por eso decir que estamos habitados por el Espíritu, es decir que Dios mismo vive en nosotros no ya como una representación (imagen) ni como un símbolo (sacramento) sino como una realidad tan real como Dios mismo.

Somos capaces de amar porque el amor de Dios corre por nuestras venas. Amamos con el amor de Dios. Si Dios es Amor, toda manifestación de amor auténtico es actualización, concreción, puesta en práctica del amor divino.

No hay, pues, dos amores, sino un solo amor – el de Dios – con el cual amamos los seres humanos . Porque Dios es amor auténtico, todo amor auténtico es Dios.


Amor homosexual, experiencia de Dios

Si todo lo anterior es cierto, las personas homosexuales no solo son sacramento de Dios (por ser criaturas), sino que son verdadera encarnación, manifestaciones de Dios en el mundo y, por tanto, son capaces de amar con el mismo amor de Dios.

A pesar de los calificativos morales que la autoridad en la iglesia ha hecho de las personas homosexuales en sus documentos, (inmorales, inmaduros, desordenados) nadie osa afirmar que los homosexuales no son amados por Dios ni que son incapaces de amar. Ahora bien, si la persona homosexual es capaz de amar es porque Dios habita en ella y ella ama con el amor que es Dios.

Por eso el título de la reflexión. En todo amor homosexual hay experiencia de Dios: a) en el encuentro, b) en ser el amante, c) en ser el amado y d) en la entrega sexual.

a) En el encuentro

¿Cuántas personas tienen una relación amorosa? ¿Cuántas conservan esa relación a través del tiempo? ¿Cuántas viven anhelando un amor que no llega? ¿Cuántas mueren en la soledad, sin al apoyo de un amor?

Si pudiéramos acceder a resultados numéricos de las preguntas anteriores, quizá nos quedaríamos pasmados pues, la parecer, la experiencia de amor no es tan común ni cotidiana como nos hemos acostumbrado a pensar, quizá influenciados por las novelas rosa.

Tener un amor, conservar ese amor y crecer con ese amor pueden ser más bien experiencias de bendición que quizá nos lleven a preguntar como en la película de Almodóvar: “¿Qué hecho yo para merecer esto?”

Pensando un poco la situación, resulta que de las millones de posibilidades de no haber conocido a ese otro, sucedió la única posibilidad de sí conocerlo. De las millones de posibilidades de que no hubiera interés en una relación, se dio la única posibilidad de que sí.

De los millones de homosexuales de la ciudad (si se supone que hay uno por cada veinte habitantes, y hay 20 millones de habitantes en la ciudad de México... las matemáticas no han sido mi fuerte, pero me resultan un montón de gays citadinos) y de las millones de posibilidades de no encontrarse, resulta que se dio la única posibilidad de que sí se encontraron.

La experiencia de Dios en el encuentro es esta: el asombro agradecido porque sucedieron las poquísimas posibilidades que han permitido el nacimiento de un amor. Para los creyentes, que hayan acontecido esas posibilidades es un regalo de Dios, por eso muchas parejas han comentado: “Dios lo puso en mi camino”, o como decía mi abuela en palabras más populares: “matrimonio y mortaja, del cielo baja”

¿Suena a romanticismo trasnochado? A mi me suena más bien a capacidad de encontrar a Dios en todas las cosas.

b) En ser el amante

Las ciencias del alma y del desarrollo personal, así como las más variadas tradiciones espirituales dicen que la plenitud del ser humano se encuentra solo a través del amor. A través del amor – que supera el egoísmo – la persona se abre al otro, constata que no es el centro del universo, que sus proyectos y sueños no son los únicos que existen y que, si desea amar, necesita hacer lugar en su vida (en su casa, en su agenda, en sus proyectos, en su economía y en su sexo) al otro.

Según varios especialistas (sexólogos, psicólogos, terapeutas), una sexualidad madura y funcional se vive sólo en coordenadas de amor, que incluyen el cuidado, el respeto y la satisfacción mutuas.

Para una corriente filosófica, el ser humano sólo puede construirse como persona humana cuando se recibe de los demás, no cuando pretender tener el significado de sí misma en ella misma. Para esta filosofía, el ser humano va respondiendo a la pregunta por su identidad sólo a través del encuentro con otros, sólo cuando acepta que lo que aun no es (persona plena) podrá serlo solo si acepta entrar en contacto con los demás, preguntar a los demás, saberse aceptado y amado por los demás.

Igual pasa con la teología: el ser humano – por ser imagen y semejanza de un Dios que se da y se recibe mutuamente en eso que llamamos Trinidad – sólo puede encontrar plenitud y sentido a través de los demás, del otro, del prójimo. La cerrazón sobre sí mismo, la preocupación exclusiva por el yo que hace a un lado a los demás es causa de la frustración humana más radical.

De ser cierto, la oportunidad de ser el amante (el que ama) es una bendición, porque nos ayuda a sanar nuestra psique herida, nos libera del narcisismo y nos abre a recibirnos del otro, recibiendo al otro. En la oportunidad de ser el amante nos hacemos personas y vamos alcanzando nuestra plena realización.

[Y lo siento por esas corrientes psicológicas que han puesto el acento tanto en la realización del yo sin tomar en cuenta a los demás, porque el egoísmo nunca ha sido la solución a nada. Recientemente leí que varios psicólogos norteamericanos han publicado un estudio sobre los daños que ha provocado esa línea de terapia a nivel personal y a nivel social. “Primero yo y mis intereses” es lo que motiva a Bush a bombardear el mundo. El amor a uno mismo y cómo se relaciona con este apartado será reflexión para otro momento]

c) En ser el amado

Nada más plenificante que la conciencia de que somos amados. Muchas de las neurosis de nuestra sociedad – según yo – nacen de la no experiencia de ser amados, de nos ser abrazados y besados lo suficiente.

Y no se trata de una experiencia dulzona y cursi, que esa de nada nos sirve, sino que es una experiencia de amor realista. Me explico.

Casi todos fuimos amados de niños, pero en un momento de nuestra vida nos dimos cuenta que el amor de nuestros padres no era del todo amoroso, primero porque era imparcial (o al menos eso nos decían nuestros padres) ya que nos amaban a todos los hijos por igual.

Luego, descubrimos que el amor de nuestros padres y madres estaba sujeto a que pagáramos o retribuyéramos siendo buenos hijos, buenos estudiantes, a que eligiéramos la carrera correcta, a que no fuéramos homosexuales (la experiencia de muchos de que se les dejó de amar cuando sus padres supieron su orientación es un buen ejemplo de este amor no amoroso)

Elizabet Kübler-Ross, la madre de la tanatología, dijo que la mayoría de los moribundos que había atendido padecían las secuelas de un amor de prostitución, que es ser amado porque hacemos algo que agrada o evitamos hacer algo que desagrada.

Más tarde, quizá con nuestras primeras experiencias amorosas, descubrimos el amor “universal”, trataré de explicarme mejor con un ejemplo.

Una noche estaba cenando en casa de un amigo y su pareja. En la sobremesa salió el tema de la relación, lo típico: ¿y cómo se conocieron? ¿Y cuánto llevan?, etc. Ya al calor del vino, alguien preguntó si ellos eran fieles. Al instante, movido por un resorte interno, mi amigo dijo: “Claro que sí, yo siempre soy fiel en mis relaciones”

A eso llamo un amor “universal”, abstracto, que sirve para maldita la cosa, porque ¿quién quiere una fidelidad que nace de que él “siempre es así”? ¿No preferimos una fidelidad que nace de “soy fiel porque te amo a ti”?

Luego de estas experiencias (que a lo mejor no has tenido) lo que necesitamos, lo que anhelamos, lo que en verdad nos haría sanar y crecer es la experiencia de un amor realista:

  • Que no esconda mis defectos y no valore en menos mis capacidades
  • Que me ame a mí tal como soy y no al Álvaro ideal que no existe
  • Que sea individual y único porque yo soy individual y único
  • Que me trate de modo distinto a como ha tratado al mundo entero porque yo no soy uno más en su lista de relaciones amorosas, sino que soy la persona con la que está AHORA y a la que ama AHORA
  • Que no me cobre las facturas de sus relaciones pasadas, sino que reconozca que NUNCA ha tenido una relación como la que tiene conmigo porque yo soy irrepetible
  • Que acepte que el amor es un proceso donde dos vidas interrelacionan en libertad, y no un producto que se puede conseguir ya hecho en cualquier tienda


Una experiencia de amor así es una bendición, y en ella podemos experimentar la presencia de Dios en nuestra vida.


d) En la entrega sexual

El acto sexual es un sacramento del amor de Dios. Esto queda claro para los cristianos pues todo un libro de la Biblia está dedicado a cantar las maravillas del amor pasional de una pareja. De ser un poema de amor con tintes eróticos, el Cantar de los cantares se ha entendido en la iglesia como una metáfora del amor de Dios por cada ser humano. El mismo san Juan de la Cruz usará el Cantar como tema para su poema sobre el amor del alma enamorado y Jesús, el Amado.

Como dice Ernesto Cardenal: ¿No es Dios el inventor de todas lasa caricias y el creador de la voluptuosidad y de la pasión? El sexo es símbolo del amor divino. El sexo es símbolo y sacramento. Mis deseos sexuales han sido y son tan sólo analogías de mi amor a Vos. Creo que te agradan mis deseos sexuales.

O como lo expresa William Agudelo, otro místico y poeta: Dios es el Sexo Perfectísimo, el Único Verdadero Sexo del que son figuras todos los sexos de la tierra.

La doctrina más oficial de la iglesia ha reconocido que el acto sexual es símbolo del amor divino y una participación en la obra de Dios, por eso la santidad del acto sexual (que ha derivado en la negación de formas de expresión sexual y erótica que se dan fuera del sacramento del matrimonio)

Si el sexo es un acto sagrado que expresa el amor y el deseo de la pareja, y en ese amor y deseo manifiesta el amor y deseo de Dios por la humanidad, cada vez que el amante y el amado homosexuales se unen, realizan en su unión el amor de Dios, hacen presente el amor de Dios.

El deseo, la pasión, el erotismo, el coito y el orgasmo de la pareja homosexual se convierten en acciones sagradas, acciones de culto destinadas a alabar la grandeza de Dios.

Cada beso, cada caricia, cada palabra susurrada, el calor de los cuerpos desnudos y entrelazados son himnos a la santidad de un Dios que se goza en el goce de sus hijos.

De ahí que el sexo del amante y el amado sean oración, eucaristía (acción de gracias) al Dios de la vida que ha hecho del sexo una actividad placentera que se comparte.


* * *

Por eso, al hacernos conscientes de todo esto, podemos hacer experiencia de Dios en el amor homosexual.


José Álvaro Olvera I.

Pd. Que puedas tener una experiencia así, es mi deseo para este año que comienza

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