lunes, enero 26, 2009

Toda vida es sagrada


Un sábado del mes de noviembre fui a un refugio para perritos abandonados para dar unas horas como voluntario. Hace años, cuando estaba en la congregación, este tipo de trabajos me parecían una pérdida de tiempo cuando había tantas necesidades entre los seres humanos. Bueno, ahora pienso lo contrario. Mi Maestro dice que toda Vida es algo santo, que el Amado se nos presenta en toda forma de vida y esto incluye, por supuesto, a los perros.


El refugio se llama “En busca de un hogar”, y acoge a mascotas maltratadas y abandonadas. Parece que los seres humanos somos expertos en considerar a los animales como cosas, juguetes que podemos darle a los niños que tienen el capricho de poseer una mascota. Me decían que los meses de febrero y julio son cuando más abandono de animales hay, en febrero porque al niño se le pasó el capricho y la familia se da cuenta que tener una mascota cuesta más que dinero, y en Julio, porque las familias se van de vacaciones y la mascota es un estorbo.


Saqué a pasear a varios peludos y me sorprendió el poco esfuerzo que cuesta hacer algo para acoger la dimensión sagrada de la Vida: basta con dos horas, una buena correa y bolsas de plástico para recoger desechos. La última en salir a paseo fue una perrita terrier escocés, negrita. Fue usada por años para procrear, sus cachorros fueron vendidos en un “criadero” y cuando no pudo parir más por la edad y el estado, fue echada a la calle. Tiene desnutrición, huesos con falta de calcio, ha perdido dientes… estaba muy triste, no se levantaba de su cama, no ladra. Como si solo estuviera esperando la muerte.


La obligué a levantarse, le puse la correa y la hice caminar. Ya sabes, le hablas con cariño, la vas jalando cuando se echa, le rascas las orejas (y sigo sorprendido de lo poco que cuesta asumir que toda Vida es sagrada) Al final, cuando la entregué y me despedí de la encargada, al alejarme, la perrita caminó tras de mí. Sonia, la encargada, me dijo: se quiere ir contigo.


Los que me conocen sabrán la conclusión, pues mi corazón se inclina a las criaturas desdichadas (soy como el abogado de las criaturas perdidas, jajaja) Hice los trámites de adopción y la acomodé con una familia muy querida, que le está dando todo el amor del mundo.


Ahora se llama “Tita”. En diciembre, cuando la vi de nuevo, corrió a la puerta y comenzó a mover el rabo y a dar saltitos de gusto. Nos pusimos a correr por el jardín. Poco a poco el milagro de la resurrección se está realizando (¿quién dijo que la resurrección sólo era para los humanos?) Un poco de aceptación, unas cuantas rascadas de orejas, muchas croquetas y un paseo por la calle son suficientes para despertar ganas de vivir. Y sigo sorprendido de lo poco que cuesta ser coherente con la fe de que toda Vida es sagrada.


Y escribo esto no solo para contarte una historia, ni solo para decirte que – si toda Vida es sagrada como creemos – aun nuestros hábitos frente a los peludos tienen que cambiar. Yo me he jurado no volver a comprar un perro y, si puedo tener uno, será adoptado. Me he prometido apoyar al albergue (puedes buscar la dirección en adoptamascota.com) y destinar una lanita para que ellos, los fieles amigos del hombre, puedan comer.


Escribo esto para dar mi testimonio: ha aprendido tanto de Dios en la mirada de un perrito abandonado. En efecto, creo firmemente que he aprendido más de Dios con la presencia de “Tita” que con todos mis años de estudios teológicos.


Y si el Amado es todo en todos, y muestra su rostro en cada forma de vida (gracias a mi maestro por enseñarme esta verdad) algo de Dios está sufriendo hambre, soledad y miedo en cada uno de los perritos del albergue.


J. Álvaro Olvera I.

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