sábado, diciembre 15, 2007

Teresa: la rebelión de una santa

Poco sabemos de la vida de los santos y santas, y lo que sabemos casi siempre está tan diluido por la tradición popular o malinterpretado, que estos hombres y mujeres de Dios terminan siendo para nosotros meras estatuas de yeso, con caras hermosas y ojos en blanco, que al tener una azucena o un niño Jesús en las manos, han sido convertidos en símbolos de la pureza y de la negación de lo humano, cuando deberían ser símbolos de lo humano transido de amor, y no de un amor fuera de este mundo, sino muy terrenal.


Efectivamente, nuestros santos y santas fueron seres humanos de carne, que vivieron en una situación social y eclesial concreta, desde la que trataron de responder al seguimiento del profeta de Nazaret. Este seguimiento – siendo de Jesús, quien murió rechazado y excomulgado – tenía necesariamente que acarrear a nuestros santos y santas un clima de incomprensión. Si los santos y santas siguen a Jesús, luego entonces su vida está marcada por un cierto espíritu de rebelión, como es claro en el ejemplo de Teresa de Ávila.

Teresa nace de una familia acomodada, por eso se le dará el nombre de Doña Teresa. Vivió en el siglo XVI, en pleno reinado de Felipe II – hijo de Carlos V, el emperador más poderoso de la época – Este siglo estuvo marcado por el fenómeno protestante y de la espiritualidad quietista o de los iluminados, que defendían la posibilidad de la comunicación directa de la persona con Dios; la iglesia dará batalla a estos dos asuntos como sólo ella supo hacer: con las hogueras de la inquisición.

Como mujer, Teresa sólo tenía dos caminos, el convento o el matrimonio, escogerá el primero forzándose a sí misma a adoptar ese estilo de vida. Durante décadas, Doña Teresa será una monja del montón, más bien una mujer soltera, adinerada y popular, que vivirá la vida social de Ávila con la sola restricción de las rejas, que no siempre lograron detenerla dentro del convento.

Una vez que se dejó seducir por Jesús, Doña Teresa pondrá en práctica sus estrategias de rebelión. La primera fue abandonar el estatus de dama ricachona: dejará de usar el “Doña” y cambiará su nombre a Teresa de Jesús, prohibiendo a sus monjas el uso de distinciones de honra y rango familiar... contraviniendo todas las normas sociales de su mundo, en los conventos de Teresa no habrá clases sociales, sino sólo hermanas, hijas de un mismo Dios y esposas de Jesús.

La mujer de aquellos días tenía prohibido hablar de cosas espirituales y era inconcebible que una de ellas quisiera fungir como maestra de oración. Varias hogueras se habían encendido ya para acallar a quienes se atrevían a desafiar esta prohibición de la iglesia. Teresa no sólo va a hablar de su experiencia espiritual, sino que escribirá sobre ella, dejará que sus escritos fueran publicados y dedicará buena parte de su tiempo a ser maestra de oración ¡incluso de varones!.

En sus escritos, encontramos a Teresa organizando un concurso para interpretar un texto de la Biblia, a ese reto responden un obispo, varios teólogos, hombres de oración y el buen san Juan de la Cruz. A todos y a cada uno, Teresa corrige en su interpretación bíblica, demuestra que van muy errados en sus caminos y se atreve a dar su propia interpretación... de nuevo, rompiendo todas las fronteras impuestas por la iglesia y la costumbre.

Abriendo conventos, Teresa da a la mujer un destino mejor del que la sociedad le daba: ofrecerá abrigo, la posibilidad de estudio, la formación teológica y espiritual a mujeres, preocupándose especialmente por aquellas que no podían pagar la famosa dote. Con ello, además de contravenir las normas de los conventos, Teresa abre un futuro para las mujeres pobres, que estaban destinadas a morir jóvenes de tantos partos.

Dentro de una iglesia marcada por el espíritu puritano y asceta que la reina Isabel había puesto de moda, Teresa usa las canciones populares para, adaptándoles la letra, hacer que sus monjas cantaran y bailarán al son de castañuelas, mientras alababan a su esposo. El corazón de Teresa era todo de Dios, pero jamás se convirtió en una asceta dolorista. Somos mujeres de oración, decía, pero de devociones a bobas nos libre el Señor.

El atrevimiento de Teresa llegó hasta enfrentarla con una de las mujeres más poderosas de la corte española, la princesa de Éboli. El pleito fue duro, pues la princesa quería llevar a las monjas de Teresa por un camino ajeno al de su fundadora, cosa que Teresa no podía dejar pasar porque para ella en eso se jugaba la fidelidad a su Esposo divino. La película Teresa de Jesús, crea una escena que refleja no solo la hondura del conflicto, sino a Teresa que, enamorada de su Dios, no se detiene ante el poder humano. Interrogando a la princesa sobre un hombre que entra a sus habitaciones en la noche, se da este diálogo:

- Pero madre, él es todo un caballero, dice la de Éboli

- Alteza, en la casa de mi Esposo, el único caballero es él, contesta Teresa plantando cara a la orgullosa princesa

La noche siguiente, las monjas de Teresa dejarán a la princesa colgada con su intento de convento. La de Éboli tomará venganza acusando a Teresa a la inquisición por sus escritos espirituales.

Finalmente, hallamos a Teresa ante el tribunal de la inquisición, donde acudirá por denuncias que la señalaban como hereje. Sin miedo a lo que le puedan hacer, Teresa defiende su doctrina y su experiencia. Una mujer de su talante no se iba a detener por un tribunal de clérigos machistas cuando su Dios le pedía hablar, escribir y fundar conventos. Piense, le dijo a un hombre de iglesia en una discusión, si por ventura podrá atarle las manos a Jesús.

El nuncio apostólico, el superior general se los carmelitas, el rey Felipe, la princesa de Éboli, obispos, curas... todos van a conocer el temple de carácter de esta enamorada de Dios. Se cuenta que una de sus contrarias dijo: Teresa es nada. Teresa y dos maravedíes, poco menos que nada. Teresa, dos maravedíes y Dios... que tiemble el reino. ¿Qué haría Teresa en nuestro mundo?

Mística, enamorada de Dios, seguidora de Jesús, feminista, andariega, excomulgada, rebelde y contumaz (así fue llamada por varios clérigos en su tiempo)... esa fue la verdadera Teresa de Jesús, nuestra santa.


José Álvaro Olvera I.

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