El evangelio del domingo de Pascua es altamente simbólico. De entre todos los símbolos posibles, escojo la carrera de los dos discípulos. Pedro y el otro discípulo corren al sepulcro ante la noticia de Magdalena. Pedro se queda atrás, el otro corre y llega primero a la tumba.
Pedro se queda atrás. No es fácil ser Pedro ¡hay tantas cosas que impiden que Pedro corra de prisa! El Pedro del siglo XXI también tiene mil cosas: la responsabilidad de la iglesia universal, la edad, la formación, la personalidad… y se queda atrás. Más de cien mil sacerdotes casados y Pedro se queda atrás; miles de personas han encontrado el amor verdadero en un segundo matrimonio y Pedro, atrás; Millones de homosexuales se sienten lejos de Dios y Pedro, atrás.
El otro discípulo corre aprisa y deja a Pedro atrás. Ya sabemos que cuando un personaje no tiene nombre propio, hay que ponerle el propio nombre, así que el “otro” eres tú. Quizá corras porque has encontrado una buena teología, porque piensas que Dios te pide otra cosa, porque sientes que la iglesia debe cambiar, porque tienes una ideología moderna, porque tu relación con Dios es más profunda… no importa el por qué, importa que corres y corres y corres. Pedro te parece lento y tienes prisa porque las cosas cambien.
Uno se queda atrás y el otro se adelanta. Sin embargo, el que se adelanta no entra al sepulcro, tiene que esperar a Pedro. El que se atrasa sólo entra acompañado. Ese es el chiste de ser iglesia: los unos tienen que esperar a los otros para entrar en el misterio de la Vida. No podemos llegar a Dios solos, no podemos tener experiencia del Viviente solos, no podemos – ni siquiera – prepararnos una taza de café solos (necesitamos cuando menos quien lo coseche)
Y si no podemos llegar al misterio del Viviente solos, la persona a tu lado adquiere una nueva dimensión. No es una pieza de recambio, no es alguien sustituible, no es un X. El otro, la otra, son nuestros compañeros de camino, nuestros compañeros de carrera, nuestros mistagogos (aquellos que nos introducen al misterio divino)
Ya sea que corras (y es bueno que lo hagas si es lo que te nace del corazón) ya sea te quedes a la velocidad de Pedro (y es bueno que lo hagas si te nace del corazón) la meta – que es la experiencia del misterio de la Vida – o se alcanza juntos o no se alcanza.
Algunos niños, cuando juegan carreras, abandonan aun a su mejor amigo o a su hermano pequeño con tal de ganar.
Otros, sin embargo, regresan, toman de la mano al que se queda y lo ayudan a correr más rápido. Seguro que no ganan la carrera, saben que no van a ganar, renuncian a ganar… pero llegan juntos, y sea el primer o el último lugar, intuyen que la carrera y la meta compartidas son más grandes y estrechan sus lazos.
¿Entiendes por qué hay que hacernos como niños?
Felices días del Resucitado
Pedro se queda atrás. No es fácil ser Pedro ¡hay tantas cosas que impiden que Pedro corra de prisa! El Pedro del siglo XXI también tiene mil cosas: la responsabilidad de la iglesia universal, la edad, la formación, la personalidad… y se queda atrás. Más de cien mil sacerdotes casados y Pedro se queda atrás; miles de personas han encontrado el amor verdadero en un segundo matrimonio y Pedro, atrás; Millones de homosexuales se sienten lejos de Dios y Pedro, atrás.
El otro discípulo corre aprisa y deja a Pedro atrás. Ya sabemos que cuando un personaje no tiene nombre propio, hay que ponerle el propio nombre, así que el “otro” eres tú. Quizá corras porque has encontrado una buena teología, porque piensas que Dios te pide otra cosa, porque sientes que la iglesia debe cambiar, porque tienes una ideología moderna, porque tu relación con Dios es más profunda… no importa el por qué, importa que corres y corres y corres. Pedro te parece lento y tienes prisa porque las cosas cambien.
Uno se queda atrás y el otro se adelanta. Sin embargo, el que se adelanta no entra al sepulcro, tiene que esperar a Pedro. El que se atrasa sólo entra acompañado. Ese es el chiste de ser iglesia: los unos tienen que esperar a los otros para entrar en el misterio de la Vida. No podemos llegar a Dios solos, no podemos tener experiencia del Viviente solos, no podemos – ni siquiera – prepararnos una taza de café solos (necesitamos cuando menos quien lo coseche)
Y si no podemos llegar al misterio del Viviente solos, la persona a tu lado adquiere una nueva dimensión. No es una pieza de recambio, no es alguien sustituible, no es un X. El otro, la otra, son nuestros compañeros de camino, nuestros compañeros de carrera, nuestros mistagogos (aquellos que nos introducen al misterio divino)
Ya sea que corras (y es bueno que lo hagas si es lo que te nace del corazón) ya sea te quedes a la velocidad de Pedro (y es bueno que lo hagas si te nace del corazón) la meta – que es la experiencia del misterio de la Vida – o se alcanza juntos o no se alcanza.
Algunos niños, cuando juegan carreras, abandonan aun a su mejor amigo o a su hermano pequeño con tal de ganar.
Otros, sin embargo, regresan, toman de la mano al que se queda y lo ayudan a correr más rápido. Seguro que no ganan la carrera, saben que no van a ganar, renuncian a ganar… pero llegan juntos, y sea el primer o el último lugar, intuyen que la carrera y la meta compartidas son más grandes y estrechan sus lazos.
¿Entiendes por qué hay que hacernos como niños?
Felices días del Resucitado
J. Álvaro Olvera I.
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