domingo, julio 08, 2007

Amar a Dios con todo mi corazón (2da. parte)

Breve historia de un conflicto

Segunda Parte

Cuando sanar significa quebrarse

A través de esta especie de neurosis, dos cosas eran constantes, mi experiencia de que Dios me amaba y mi impulso sexual, que siempre ha sido muy fuerte. La verdad es que no podía explicarme esta unión de dos cosas que eran, para mí, totalmente opuestas. Lo resolví culpándome: Dios me amaba infinitamente, pero yo era incapaz de amarlo solo a él y sublimar mi impulso sexual, por eso, aunque estaba seguro del amor de Dios, este amor me hacía sentir miserable cuando se unía a una sexualidad que yo consideraba no solo desbocada, sino incluso desviada.

Tenía veinte años cuando sucedió lo que tenía que suceder: me enamoré. Una tarde, en la capilla del seminario conocí a Miguel y terminé apasionado, locamente enamorado de un hombre. Si mi vida era complicada pero estaba cercada por la culpa, la llegada de Miguel a mi vida significó el comienzo de una crisis inmensa, pues no se trataba ya de tener deseos sexuales y masturbarme, sino que ahora deseaba verlo, moría por besarlo y anhelaba con todas las fuerzas de mi alma estar en sus brazos, desnudo, para gozar de su cuerpo. Solo quien ha experimentado un primer amor luego de años de represión puede comprende lo que sentía.

La intensidad con la que sentía amar y deseaba sexualmente a Miguel solo se podía comparar con la intensidad de mi deseo de ser todo para Dios, de amarlo y servirlo siempre. Comenzaron entonces los cuestionamientos, porque ya no podía seguir negando que sentía, que el sentimiento me daba vida, que mi erotismo y mi sexo estaba despiertos exigiendo atención, como tampoco podía negar que estaba caminando en mi experiencia de Dios y que él me estaba llevando de la mano. Siempre había resuelto esto apelando a mi culpa, a mis sentimientos desviados, pero ya no podía seguir haciéndolo porque esos sentimientos me estaban haciendo más humano, más cercano y más compasivo.

El mundo ideal donde uno podía sublimar su sexo al amor de Dios, todo el universo de ideas que había aprendido y asumido como verdades eternas comenzó a resquebrajarse. Puedes imaginar lo que pasó cuando por fin, luego de un año de espera, Miguel y yo estuvimos juntos, nos declaramos nuestro amor y comenzamos a ser pareja. Pensar en él me daba fuerza para seguir en el seminario, para servir con más pasión y entrega a la gente. Los niños y niñas de la parroquia se dieron cuenta de que estaba más feliz, más alegre y que era mucho más amable.
No podía comprender como era esto, porque pensaba en Dios y en Miguel y los dos me alentaban a seguir adelante. Sin embargo mis condicionamientos eran muy poderosos y a pesar de que estaban tambaleándose, no cedían. Me culpé por sentirme lleno de vida con Miguel, ya que según mi esquema, era por Dios por quien debería sentirme así de vivo, era Dios por quien tenía que tener empeño y deseo de servir más y mejor. Así que resolví esta crisis llenándome de recriminaciones porque no era capaz de hacer por amor a Dios lo que hacía pensando en Miguel.
La relación terminó luego de algunos años debido a estas cosas no resueltas y a la tendencia de Miguel – que ya estaba ordenado a estas alturas – de alcoholizarse para poder manejar la angustia de ser sacerdote y tenerme en su cama. Dios, pensaba yo, había resuelto el problema llevándose a Miguel, acabando con una relación que me distraía de su amor y de una entrega incondicional. Asumí el dolor por la pérdida como una bendición de la mano de Dios, pero el esquema estaba severamente dañando y no tardaría en caer.

Guardé celibato por algunos años, dispuesto a cargar la soledad porque estaba convencido que Dios terminaría arrebatándome a quien amara. ¡Pobre del buen Dios! Que llegué a considerarlo un amoroso tirano.

Luego llegó Ale y me volví a enamorar. Pensé que estaba curado de eso, pero seguía vivo y cuando hay vida, enamorarse es lo más normal. Claro que ya tenía una relación como antecedente, así que desde el primer momento le dejé claro que él no era el primer amor de mi vida porque ese amor era Dios, que nunca dejaría mis actividades de servicio por él; creí que esta claridad era la solución y que no volvería a cometer los errores del pasado.
Pero la cosa no era tan sencilla, no bastaba que me convenciera exteriormente que Dios era lo más importante y que Ale era algo así como un segundo lugar, aun tenía que terminar de definir mis opciones de vida y terminar de romper los esquemas del pasado. Luego de 7 años, mi relación con Ale terminó en parte por mi incapacidad de superar mis estructuras, pues volví a reaccionar con los moldes de pensamiento del pasado, sintiéndome culpable ante Dios de dar tiempo y espacio en mi vida para mi pareja.

Cierto que logré algunos avances, di algunos pasos, pero en lo general seguí considerando que el amor de mi vida tenía que ser Dios y nadie más, absolutamente nadie más. Comencé bien, pero poco a poco comencé a hacer a un lado a mi pareja con el pretexto de ser solo para Dios. Me dolió romper mi relación, pero no era capaz de hacer otra cosa, aun necesitaba los últimos golpes para terminar de derribar el ídolo de mi esquema de pensamiento.

J. Álvaro Olvera I.

Continuará

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