miércoles, febrero 07, 2007

Otra iglesia es posible. la esperanza hecha novela


Acabo de leer la novela Vaticano 2035, escrita por Monseñor Pietro
di Paoli. Por supuesto que el nombre es un seudónimo (el autor lo
reconoce en el prólogo) bajo el que escribe quien asegura ser un
ministro con un importante puesto en la iglesia católica romana. No
sé si esta información – que el autor es un Monseñor de la curia
romana – es real o se trata de un truco publicitario, lo que es
evidente es que Pietro di Paoli conoce al dedillo los vericuetos de
la vida vaticana y la situación actual de la iglesia.

Para no desanimarte de leer la novela, solo te digo que plantea la
llegada a la sede de san Pedro de un hombre viudo, con dos hijas,
que fue ordenado sacerdote en vida de su esposa como parte de un
movimiento de reformas radicales en el seno de la iglesia.

La novela es eso, una novela, sin embargo, confieso que al ir
leyéndola me emocioné tremendamente al percibir que un tipo distinto
de iglesia es posible. Claro que una iglesia distinta traería
repercusiones sociales a nivel mundial, pero no por eso deja de ser
una posibilidad que me da aliento para seguir.

La novela presenta la apertura del sacerdocio a los varones casados,
con lo que se pone fin a siglos de una idea demasiado angelical del
sacerdocio, a la visión dualista que separa a Dios del sexo, y las
cosas de Dios del placer sexual. Con esta apertura, los sacerdotes
que habían dejado el ministerio para casarse y que tuvieran una
vocación auténtica, podrían reintegrarse a servir a la gente.

Otra de las novedades en la iglesia (siempre según la novela) es el
papel más activo de los laicos en las decisiones eclesiales. Con
esto se pone fin a una larga tradición que ve a los laicos como
ovejas, como mano de obra barata de los sacerdotes y religiosas,
como si su forma de vivir les negara la experiencia de Dios, la
comprensión de la fe y la posibilidad de ser guías de su comunidad.

Luego, viene la apertura al universo femenino que comienza con el
reconocimiento de la labor de las teólogas y culmina en el
nombramiento de las primeras mujeres cardenales, poniendo fin a
siglos de silenciosa y velada misoginia. El Papa de la novela
acepta – por fin – que no hay obstáculos teológicos ni dogmáticos
para reconocer, hasta las últimas consecuencias, el papel que le
corresponde a la mujer en la iglesia.

Casi al final de la novela, luego de eventos mundialmente
trascendentales, el Papa escucha la dolorosa confesión de uno de sus
mejores amigos y cardenales. La mano derecha del Papa acepta ser
homosexual y pide a su amigo que rompa el silencio, que diga una
palabra sobre la realidad de las personas homosexuales en la
iglesia, una palabra de aliento y esperanza en lugar de los
discursos de condena moral.

Y el Papa, impactado por la revelación del sufrimiento de su amigo
cardenal, acepta el reto y habla.

Y las cosas comienzan a cambiar dentro de la iglesia.

Y el mundo atestigua, pasmado pero feliz, la transformación de una
institución milenaria que siempre ha dicho que es una iglesia
peregrina, en constante necesidad de cambiar para ser más fiel a su
Señor.

¡Qué ilusión me despertó la novela! Porque reconozco que la iglesia,
como está ahora, necesita cambiar, necesita dejarse transformar para
ser un signo más accesible de la presencia de un Dios joven,
dinámico, abierto a la novedad.

¿Cuándo llegará un cambio así? ¿Lo verán mis ojos o, como decía mi
abuela: eso lo verán mis nietos?

Cuando, no lo sé. Si lo verán mis ojos, no lo sé.

¿Cómo llegará ese cambio?

Eso sí lo sé: tengo que seguir trabajando, no desalentarme por las
dificultades y las resistencias, no derrotarme ante las regresiones
de los jóvenes que parecen querer vivir un cristianismo del siglo
XIX.

Tengo que ser valiente, para no callarme, para no pactar con lo
establecido por comodidad, porque es más fácil así, porque "los
cambios son lentos y hay que respetar el proceso de la iglesia" o
porque "la gente no está preparada para eso".

Tengo que ser más fiel al evangelio, no a las ideologías de moda, no
a los caprichos de mi ego, sino al evangelio de Jesús, que es el
criterio de base para toda transformación eclesial.

Tengo que ser más creativo para saber cómo y dónde luchar, para
propiciar los espacios adecuados que, como ecosistemas, permitan
nacer y crecer una nueva experiencia de ser iglesia… que los cambios
del mañana se puedan vivir (aunque sea a corta escala) ya desde
ahora.

Tengo que profundizar mi experiencia de Dios, porque solo abierto a
la acción de Dios, dejándome iluminar, siendo receptivo a la voz de
Dios que habla siempre en la historia, podré encontrar los caminos,
revisar las actitudes, desechar los vicios y no desfallecer en el
empeño de crear una iglesia con un rostro distinto, un rostro que
las personas del siglo XX puedan mirar y comprender.


Gracias, Pietro di Paoli, por alimentar mi esperanza.





J. Álvaro Olvera I.
Comunidad Católica Vino Nuevo

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