sábado, octubre 31, 2009

¿Y si vamos aprendiendo otra manera de orar?

No sé qué entiendas tu cuando escuchas la palabra oración. Me he dado cuenta de que hay mil y un malentendidos al respecto. Que si un diálogo, que si un monólogo, que si escuchar a Dios, que si pedirle…

Para mí la oración no es otra cosa que comunión. Aprendí esto hace años, nadando en una alberca; me senté en el fondo con las piernas cruzadas y dejé de moverme para poder estar un ratito ahí abajo. No había ruido, solo un lejano rumor; no hacía frío. Me sentí envuelto por el agua, tan absolutamente rodeado de ella que no había forma de no estar mojado. Luego pensé que mi cuerpo es mayormente agua “encapsulada” en mis células… la misma agua que me rodeaba era el agua de la que estaba hecho. Me quedé un rato más sintiendo, experimentando la sensación de “agua que siente inmersa en el agua”. Si hubiera tenido una forma de respirar me hubiera quedado ahí un buen rato. Al salir, comprendí que la oración es eso.

La oración (para mí, repito) no es hablar, ni pedir, ni pensar en Dios, ni contarle nada de nada. Ni siquiera es cuestión de escuchar a Dios (como si cada vez que contactaras con Dios tuviera algo que decirte o mandarte a hacer) La oración es estar en comunión, es ser consciente con todo tu ser que estás hecho de agua, de la misma agua que te rodea inevitablemente, y quedarse haciendo conciencia de esa agua hecha dos que en verdad es Una sola.

En esa comunión silenciosa, mi agua resuena, vibra a la misma frecuencia que El Agua, hace las mismas ondas, se mueve al mismo ritmo o se agita con la misma intensidad. Sintonizar mi agua con El Agua es la tarea de orar, a fin de que Dios tenga un espacio en mi corazón para manifestarse al mundo y bendecir a toda la creación con su presencia.

El Maestro Eckhart llamaba a esto “estar preñado de Dios” y recomendaba sentarse a sentir la gestación lenta y silencios de Dios en el corazón, para nutrirlo, hacerlo crecer y poder, algún día, darlo a luz al mundo. Teresa de estar a solas amando “a quien sabemos nos ama”; Juan de la Cruz habla de estar en silencio, sin usar otro lenguaje para comulgar con Dios que “el callado amor”.

Todo refiere a lo mismo y nos invita a dejar a un lado las palabras, las peticiones y los monólogos que tratan de contarle a Dios nuestras penas (muchas de la cuales con imaginadas por nuestro ego) para pasar a la experiencia viva de Dios, que está más allá de las palabras y que vive en lo más íntimo de nuestro ser.

Oremos…

J. Álvaro Olvera I.

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