domingo, febrero 01, 2009

¿Corazón dividido?


La segunda lectura de la eucaristía de este domingo 1 de febrero me ha despertado sensaciones raras al leerla. Reconozco en ella mucho de mi formación del seminario, así como una teología que ya huele mal de tan vieja.


Que Pablo pensara que el matrimonio divide el corazón no me parece extraño. No es que el pensamiento antiguo tuviera mucha estima por el matrimonio (fuera de la idea de perpetuar un linaje a través de los hijos) o que no existieran movimientos religiosos que enaltecían la continencia en honor de los dioses (aunque no se tratara de una continencia tan absoluta muchas veces) Sin duda Pablo, hijo de su tiempo y de su ambiente, refleja algo de estas ideas en su carta: sólo el soltero se dedica a servir al Señor como el Señor merece, sin divisiones en el corazón.


No me asombra que ese pensamiento haya quedado plasmado en la doctrina oficial católica. Hay algunos textos que, sinceramente, me ponen los pelos de punta:


“Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio, sea anatema.” (anatema: maldición, equivalente a la excomunión) – Cita de un documento conciliar [Trento, si no recuerdo mal] en el D. 980. La cita textual está tomada del libro Universitario y Trapense, de L. Durán, Ed. Sígueme, Salamanca 1966, p. 246)


Gracias a Dios llegó el Vaticano II y su reforma. Hemos caminado hacia una adecuada teología del matrimonio, del placer y de la sexualidad como para seguir afirmando tales barbaridades.


Decir que el casado está dividido es no conocer la realidad del matrimonio (ni del celibato, según yo) Hay personas casadas que son ejemplo vivo de fe, adhesión y seguimiento de Jesús; y hay célibes que distan mucho de un corazón unificado al servicio del Señor. Muchas veces, tristemente, el celibato es el pretexto para cerrarse en sí, de modo que no se abre el corazón a nadie, ni al Señor.


¿Qué es “servir al Señor” a fin de cuentas? ¿Dedicarse al apostolado, predicar, celebrar la eucaristía, ser ordenado, vivir en el seminario, hacer votos?


“Servir al Señor” es, para mí, la certeza hecha vida, de que Dios es el centro, la razón, el “principio y fundamento”, la opción fundamental de la persona. Sirve al Señor quien hace lo que le toca hacer, pero lo hace todo por amor y en el nombre del Señor. Sirve al Señor quien ama a su esposa, quien cuida a sus hijos, quien lava la ropa, quien va a la oficina... ya no son tiempo de andar pensando que el servicio de un Señor que es todo en todo, se de solo en los ámbitos religiosos.


Quien vive por amor y en el nombre del Señor es su siervo fiel y vive con un corazón unificado, ensanchado, donde cabe todo y todos a ejemplo de su Señor.


Así que no, el que se casa no tiene el corazón dividido como el soltero no tiene el corazón unificado al servicio del Señor. No depende la cosa del estado civil, sino del amor y el abandono.


Comprendo a Pablo, pero no estoy de acuerdo con él. No esta vez.



José Álvaro Olvera I.

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