sábado, noviembre 03, 2007

Una experiencia de Dios


Este sábado participé en la ceremonia de ordenación sacerdotal de un amigo de la iglesia anglicana. Desde hace tiempo lo acompaño en su caminar, y hoy estuve con él en el momento en que dijo “Sí” al compromiso de servir al pueblo de Dios.

La ceremonia fue bella, solemne como son las ceremonias en la iglesia anglicana, pero más allá de la belleza de la capilla (una hermosa construcción de piedra, con vitrales amarillos y un gran crucifijo de tipo medieval colgando justo sobre el altar), la celebración fue para mi toda una experiencia de Dios.

Además de la presencia de dos obispos y varios clérigos anglicanos, tuve la oportunidad de celebrar con dos mueres presbíteras y una diaconisa... wow, nunca me había tocado esa bendición y hoy pude experimentar en carne propia lo que es una liturgia eucarística donde las mujeres no solo están presentes, sino que además participan como parte del presbiterio. Una intensa emoción corrió por mi ser cuando las miré revestidas con camisa clerical (color rosa), su alba y la estola roja colocada al modo presbiteral: sobre los hombros.

Luego, en el momento en que el clero impone las manos sobre el nuevo sacerdote, por primera vez en mi vida vi a las mujeres pasar al frente y hacer el gesto con el que el presbiterio recibe a un nuevo miembro. El momento de la “consagración” de plano ya estaba yo en éxtasis: fui testigo de cómo las mujeres, en pie de igualdad con los varones, decían las palabras de Jesús sobre el pan y el vino, y no es que el gesto me resultara ajeno, pues en Vino Nuevo las mujeres siempre dicen esas palabras junto con toda la asamblea, la diferencia es que se trataba de mujeres ordenadas presbíteras y reconocidas públicamente como tal, mujeres que ejercen el ministerio en parroquias o capellanías anglicanas.

Por si no fuera suficiente, tuve la fortuna de coincidir con un obispo de la iglesia católica antioquena (es una iglesia de rito católico pero independiente de Roma) que resultó ser un hombre de Dios, muy agradable, muy sencillo... y abiertamente gay. Antes de la eucaristía y al durante la comida, compartimos nuestras visión de la iglesias, del papel de los sacerdotes y lo que nos falta crecer aun para ser la iglesia que Jesús desea.

Me contó que existe una comunidad religiosa donde los votos tradicionales han sido actualizados, de manera que respondan al Espíritu más que a la ley. Así, el voto de castidad se transformó en “pureza de corazón” con lo que buscan ser honestos y auténticos en todas sus relaciones humanas, incluso cuando los que no son célibes tienen relaciones sexuales: nunca esconden que son cristianos, que viven un compromiso con su fe y que se esfuerzan por profundizar su relación con Dios.

¡Demasiado para un día!

Al final, cuando salí del salón parroquial, fui todo el camino a casa reflexionando sobre estas bendiciones. Descubro en ellas la mano de Dios que me está animando a seguir adelante en el difícil camino de ser fiel a Jesús en el siglo XXI, ante un mundo que nos presente retos nuevos, rostros cambiantes y desafíos para los que nuestras leyes eclesiásticas no alcanzan.

En esta celebración tan universal vislumbre que le sueño de Dios de un mundo y una iglesia de hermanos y hermanas, no solo es posible, sino que existe desde ya en pequeños espacios, donde los hombres y las mujeres que siguen a Jesús se atreven a romper esquemas y a vivir de un modo alternativo en una iglesia marcada por el miedo a las diferencias.

¿Nos unimos a ellos?

José Álvaro Olvera I.

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