jueves, noviembre 08, 2007

La verdad nos hace libres


Ayer me invitaron a dar dos clases en la Ibero, en un curso de temas sobre antropología filosófica, me pidieron que hablara del tema “La experiencia religiosa”. Ni tardo ni perezoso dije que si, me habían dado en mi mero mole.

Las clases fueron buenas (desde mi muy subjetivo punto de vista, claro) y me llamó la atención como los jóvenes, todos declarados no muy practicantes en sus respectivas religiones, se sentían intrigados por el tema. No hablé de teología, hablé de antropología, de aquello que está de fondo en lo que hemos llamado experiencia religiosa y en qué es lo que hace que los seres humanos tengamos este tipo de experiencias.

Al final, se me acercó un joven, un hueso duro de roer según palabras del profesor que me había invitado. Pues este hueso duro de roer confesó que creía en Dios, pero que no estaba de acuerdo con las religiones. Cuando escuchó que yo era católico romano, se lanzó con todo y directo a la yugular: que si la iglesia es un negocio, que si los curas son unos parásitos, que si la manipulación y el miedo se usan para que la gente de limosnas, que si la represión sexual, que si la iglesia es el lugar donde se gestan los más feroces machismos, que si...

Cuando por fin hizo una pausa para preguntarme qué pensaba, le di la razón. Le dije que la religión (toda religión) nace de una experiencia humana, está pensada por seres humanos y la conforman seres humanos, luego entonces, en normal que las religiones estén llenas de errores, limitaciones, manipulaciones, desviaciones... todo lo que hacemos los seres humanos con las cosas que creamos.

Hubo una segunda andanada, esta vez en torno a la conducta sexual del clero, que si los obispos escondiendo pederastas, que si los curas usan su poder para abusar de niños, que si los que tienen mujer e hijos, que si...

De nuevo, se detuvo para mirarme con interés y esperar mi reacción. Y de nuevo le dije que si, que tenía razón, que la iglesia no debe pactar con los delitos, que es un deber de los ministros ser honestos y transparentes con su vida, que jamás debería usarse a Dios y las cosas de Dios para manipular y conseguir los propios intereses (contra esto, Jesús reaccionó casi con violencia)

Le dije que era necesario que la iglesia se transformara, que en lugar de ser lo que es, se convirtiese en un oasis de paz, de hermandad, de justicia, donde las personas pudieran sentirse y saberse acogidas, amadas, aceptadas, perdonadas, reconciliadas.

En el tercer round, me dijo que si sabíamos todo esto (con lo que estaba de acuerdo) por qué la iglesia se negaba a cambiar, porque el papa y los obispos seguían mostrándose tan radicales en cosas secundarias.

Y por tercera vez, le di la razón, porque yo también espero esa iglesia de rostro nuevo, más humana y por ello más divina, pero no es suficiente esperar. Pienso, y así se lo hice saber, que necesitamos superar la actitud adolescente de amar a la iglesia solo si es perfecta (es como amar a nuestros padres solo mientras pensamos que son perfectos, y cuando descubrimos sus miserias, dejar de amarlos porque nos sentimos traicionados) La iglesia, comenté, es como esa madre que uno quiere ver perfecta, pero que sabe que es profundamente pecadora. Algunos ven esta realidad y se van, rechazando todo lo malo de la iglesia, pero todo lo bueno. Yo, le dije, he preferido ver la realidad de la iglesia sin engañarme y luego, quedarme para hacer lo que me toca. No pactar con lo que está mal, pero hacer germinar lo que está bien, siendo realista pero con la terca esperanza cristiana de que las cosas no serán así para siempre, porque el amor tiene la última palabra.

El joven se quedó callado un momento y me dijo: Es la primera vez que un católico me da la razón y reconoce la verdad. Yo respondí: Jesús nos dijo que la verdad es lo único que nos puede liberar y que yo prefiero liberarme.

Se despidió y salió del salón.

De regreso a casa, pensaba en lo curiosa que es la vida, un joven que piensa de esa manera, tiene el valor de cuestionar duramente (quizá injustamente al generalizar las conductas) y por lo visto esperaba la típica reacción de defensa de la iglesia y en lugar de eso, encontró eco al dolor de su corazón por lo que los cristianos hemos hecho de Jesús (a quien él admira)

La iglesia debe hacerse más humana, más cercana y más abierta, eso es una verdad

A mi me toca una parte en esa transformación, eso es una verdad

Las cosas en la iglesia solo van a cambiar si yo comienzo, eso es una verdad

Y aceptar la verdad, vivir de acuerdo a la verdad, es lo que no hace libres.

José Álvaro Olvera I.

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