martes, agosto 14, 2007

Homofobia y Oración

Una de las realidades más dolorosas a las que se enfrenta toda persona homosexual es el rechazo. Las actitudes de rechazo van desde lo más leve hasta lo más grave como la tortura y el asesinato. El miedo a las personas diferentes, cultivado al calor de una educación sexual llena de tabúes y de la intransigencias de ciertas visiones religiosas sobre la sexualidad humana – que bien estaban en la época de san Agustín, pero que dejan mucho que desear en el siglo XXI – hace que personas buenas se vuelvan inquisidores refinados ante las personas con una orientación sexual homo.

Hay acciones educativas destinadas a aminorar, si no a acabar, con la homofobia. Hace unos días estaba charlando con dos sexólogas que me hablaron de los intentos de organizaciones de la importancia de la ONU y la OMS para fomentar el respeto a las diferencias de orientación sexual. Los proyectos van marchando, comienza a vislumbrarse un cambio de actitud en los más pequeños, aunque sabemos que nos queda mucho por trabajar y, para miles de personas en el mundo, queda mucho aún por padecer.

En algunos grupos religiosos más abiertos, se han querido organizar jornadas de estudio sobre temas de diversidad. Hay quien me propuso una vez organizar un encuentro ecuménico para orar por el fin de la homofobia. En ese momento, lleno de ideas para la acción concreta, pensé que orar por el fin de la homofobia era algo más bien para las “viejitas”, que nosotros teníamos que pasar a la acción y dejarnos de tanto rezo. Impulsos de un corazón joven e inexperto que se ocupaba de las cosas del Señor.

Una ocasión, reunido con algunos ministros religiosos gay, se hablaba de la homofobia como uno de los crímenes más grandes de nuestro siglo. Los ministros escudriñaban la sociedad y sus iglesias para sacar a la luz la cooperación que estas estructuras han dado al aumento y proliferación de los crímenes por homofobia. Esa semana había salido en el periódico la noticia de un sacerdote asesinado por claros motivos de odio a su homosexualidad. Unánimemente condenamos el crimen, y queríamos encontrar caminos para que no sucediera más.

Durante la comida – ignoro como pasamos de un tema a otro – comenzamos a hablar de los novios (porque varios de esos ministros religiosos tienen pareja o están buscando una) Si alguna vez has estado en una charla sobre novios, sabes que cada uno empezó a contarnos su idea del novio de sus sueños: que si guapo, que si inteligente, que si con buen cuerpo... Uno de los ministros dijo: para mí, lo principal es que no sea “jota”. Me cagan las jotas. Otro respondió: si wey, parece que los jóvenes solo piensan en las plumas y en aprender coreografías de RBD. Hubo un comentario extra: En mi vida me acotaría con una jota, para eso mejor me voy con una mujer. A mi me gustan los hombres.

Varios de los presentes (no muchos, hay que reconocer con pena) nos quedamos de a seis. Nos miramos como diciendo ¡Qué pasa! Sólo uno replicó a los comentarios: Es increíble que nos duela el asesinato de nuestro hermano, que condenemos a la Iglesia por su homofobia, cuando nosotros mismos despreciamos a otros homosexuales por no ser como nos gustaría que fueran.

Y es verdad. No nos damos cuenta que muchas expresiones que usamos están cargadas de la misma homofobia contra la que decimos luchar. Frases como Jotas no, cero plumas, yo machín, ¿Cómo se atreven a vestirse así?, es que denigran a la comunidad gay, la verdad ellos se ganan en rechazo, por ellos nos va mal a todos, solo guapos, solo GB... son muestras inconscientes de la homofobia que está introyectada en nuestras formas de pensar y de ver el mundo.

Triste, pero cierto. Las formas más crueles de homofobia no son las que ejerce la sociedad o la Iglesia, sino que la un homosexual ejerce sobre otro. Muchas personas se dicen asumidas, sin broncas existenciales, pero sus comentarios hablan más bien del rechazo por ellas mismas, proyectado en rechazo a otras expresiones de la propia homosexualidad. Y la homofobia contra uno mismo es la más dura, la más oculta, la más perjudicial y la más difícil de sanar porque no se reconoce.

Luego de varias experiencias así, donde he encontrado ministros religiosos o terapeutas que proyectas su propia homofobia en la vida de los demás, volví a pensar en aquello de orar por le fin de la homofobia... y creo que es algo urgente.

Hoy estoy convencido que la oración por el fin de la homofobia es uno de los pocos caminos que tenemos realmente eficaces para acabar con esta dolorosa herida social y religiosa.

Pero no me malinterpretes, no me refiero a orar para que Dios acabe con la homofobia del papa, por ejemplo.

Me refiero a orar para tener la sabiduría, la honestidad, la claridad, la humildad de reconocer la homofobia personalizada, introyectada. Y orar para tener el coraje de sanar el propio corazón lastimado, llagado por este mal.

Y tampoco se trata, para mi, de pedirle a Dios que nos limpie y nos sane... porque Dios no va a hacer por nosotros nada que no hagamos nosotros. Ya lo dijo Séneca hace dos mil años:

Estúpido es el hombre

Que pide a los dioses

Lo que debe hacer por sí mismo


Entonces... Oremos.


José Álvaro Olvera I.

No hay comentarios.: