miércoles, abril 15, 2009

Y entraron juntos



El evangelio del domingo de Pascua es altamente simbólico. De entre todos los símbolos posibles, escojo la carrera de los dos discípulos. Pedro y el otro discípulo corren al sepulcro ante la noticia de Magdalena. Pedro se queda atrás, el otro corre y llega primero a la tumba.

Pedro se queda atrás. No es fácil ser Pedro ¡hay tantas cosas que impiden que Pedro corra de prisa! El Pedro del siglo XXI también tiene mil cosas: la responsabilidad de la iglesia universal, la edad, la formación, la personalidad… y se queda atrás. Más de cien mil sacerdotes casados y Pedro se queda atrás; miles de personas han encontrado el amor verdadero en un segundo matrimonio y Pedro, atrás; Millones de homosexuales se sienten lejos de Dios y Pedro, atrás.

El otro discípulo corre aprisa y deja a Pedro atrás. Ya sabemos que cuando un personaje no tiene nombre propio, hay que ponerle el propio nombre, así que el “otro” eres tú. Quizá corras porque has encontrado una buena teología, porque piensas que Dios te pide otra cosa, porque sientes que la iglesia debe cambiar, porque tienes una ideología moderna, porque tu relación con Dios es más profunda… no importa el por qué, importa que corres y corres y corres. Pedro te parece lento y tienes prisa porque las cosas cambien.

Uno se queda atrás y el otro se adelanta. Sin embargo, el que se adelanta no entra al sepulcro, tiene que esperar a Pedro. El que se atrasa sólo entra acompañado. Ese es el chiste de ser iglesia: los unos tienen que esperar a los otros para entrar en el misterio de la Vida. No podemos llegar a Dios solos, no podemos tener experiencia del Viviente solos, no podemos – ni siquiera – prepararnos una taza de café solos (necesitamos cuando menos quien lo coseche)

Y si no podemos llegar al misterio del Viviente solos, la persona a tu lado adquiere una nueva dimensión. No es una pieza de recambio, no es alguien sustituible, no es un X. El otro, la otra, son nuestros compañeros de camino, nuestros compañeros de carrera, nuestros mistagogos (aquellos que nos introducen al misterio divino)

Ya sea que corras (y es bueno que lo hagas si es lo que te nace del corazón) ya sea te quedes a la velocidad de Pedro (y es bueno que lo hagas si te nace del corazón) la meta – que es la experiencia del misterio de la Vida – o se alcanza juntos o no se alcanza.

Algunos niños, cuando juegan carreras, abandonan aun a su mejor amigo o a su hermano pequeño con tal de ganar.

Otros, sin embargo, regresan, toman de la mano al que se queda y lo ayudan a correr más rápido. Seguro que no ganan la carrera, saben que no van a ganar, renuncian a ganar… pero llegan juntos, y sea el primer o el último lugar, intuyen que la carrera y la meta compartidas son más grandes y estrechan sus lazos.

¿Entiendes por qué hay que hacernos como niños?

Felices días del Resucitado



J. Álvaro Olvera I.

La noche de Pascua


La noche del sábado santo es una noche especial para quienes creemos en Jesús, es la noche del misterio de la muerte y de la vida. Jesús queda en el sepulcro y todo comienza a cambiar, lo viejo es sepultado, lo nuevo está por llegar.

Seguramente no fue fácil dejar a Jesús en la tumba, era demasiado importante, demasiado querido. Era conocido, tenía respuestas claras y directas, hablaba y hacía como pocos. Dejarlo en la tumba era un acto de desgarro, pero había que hacerlo, porque Jesús era un cadáver, era algo pasado, era lo viejo, lo que ya no podía seguir siendo, lo que ya había dado de sí lo que tenía para dar.

La noche del sábado santo es la noche de hacer a un lado aquello a lo que estamos aferrados y que no nos permite abrirnos a la novedad. La vida, amigos, es vida, cambiante, diversa, no podemos quedarnos con lo mismo siempre, pues corremos el riesgo de perdernos en lo pasado, o de quedarnos encerrados en la tumba.

Aún la fe necesita ir cambiando, adaptándose a la vida. Dios mismo, al ser VIVO, cambia, se mueve a cada instante; sólo un corazón abierto a lo constantemente nuevo puede captar su presencia.

Cadenas, adicciones, dolor, culpa, pérdida, muerte, sin sentido, relaciones dañinas, personas, acontecimientos… todo lo que debe pasar ha de ser dejado en la tumba.

Nadie esperaba lo que iba a venir, las mujeres fueron el primer día a ungir un cadáver (a remembrar lo viejo, a seguir llorando las mismas heridas) y se encontraron con la vida eclosionando, siguiendo su ritmo. Sólo cuando aprendieron a no buscar entre los muertos, encontraron a quien estaba entre lo vivo.

Atrévete.
J. Álvaro Olvera I.