miércoles, febrero 21, 2007

Episodio 10 - Vino Nuevo... ¡¡¡al aire!!!

Resumen episodio No 10. El papel de la mujer en la Iglesia, continuamos con la visita de la comunidad hermana.

Seguimos con la visita de nuestros amigos Tom Shortel y Gabriel, esta vez se platica acerca de la participación de las mujeres en la vida de la Iglesia Católica e Iglesias diversas. Lamentable en la actualidad el papel de la mujer esta muy limitado, tal vez solo es común verlas como lectoras, sacristanas y algunas veces como ministras de la eucaristía, pero cuando da este servicio en la distribución del pan, la mayoría de las personas acuden al ministro masculino. Pero ante esta realidad Vino Nuevo, como Iglesia Católica alternativa, busca reconocer el ministerio de la mujer en la historia de la Iglesia (que inclusive se sabe hubo una obispa), pero más allá de hablar de pasado se busca reconocer a la mujer en la Iglesia actual. De todo esto podrás escuchar en esta emisión del Podcast, un tema interesante, necesario y buscando en las mujeres quienes empiecen a liderar en la pastoral.

Para oírlo directamente AHORITA, entren a la página web oficial, ahi tienen los enlaces en orden (solo den clic sobre el episodio correspondiente)Para bajar el archivo MP3 a tu computadora (ordenador) guarda el siguiente enlace (sobre estas palabras da clic con boton derecho y selecciona la opcion "guardar enlace como...")Y para los que ya tengan instalado un adminstrador de PodCast (iTunes, ZenCast o Juice), copien y peguen el siguiente enlace (para suscribirse):
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Saludos a todos, disfruten esta décima entrega que con tanto cariño les hemos preparado.-- > Comunidad Católica Vino Nuevo <-- P.D. Recuerden que pueden enviar sus opiniones y/o comentarios a nuestro correo electrónico comunidad.vino.nuevo@gmail.com

Y esperen muy pronto el número once, les adelantamos que el tema de "la pareja" ... ya no se hizo esperar.

martes, febrero 20, 2007

Iglesia católica y homosexualidad

Iglesia católica y homosexualidad

Raúl Lugo rodríguez
ISBN: 849614620-0
Editorial: Nueva Utopía
Fecha de edición: 2006
Páginas: 224

Yo, pecador y presbítero, pido perdón a mis hermanos y hermanas homosexuales, en nombre mío, en el nombre de otros muchos presbíteros y en el nombre de la Iglesia católica, de la que formo parte desde mi bautismo. Pido perdón porque no he sabido apreciar el don del cuerpo y de la sexualidad, porque he puesto reparos al placer y lo he considerado algo bajo, sucio y despreciable, porque he preferido seguir a Agustín de Hipona en lugar de fijar mis ojos en Jesús de Nazaret.
Pido perdón porque en el sacramento de la confesión no supe decir una palabra que alentara los corazones de mis hermanos y hermanas homosexuales, blandí sobre ellos el látigo del castigo, en vez de abrirles los brazos y animarlos a ser fieles a Dios en la orientación sexual que han recibido, porque me negué a bendecir las casas de quienes se habían atrevido a desafiar a la sociedad viviendo juntos, porque no quise bendecir unos anillos que iban a simbolizar su unión fiel y permanente.
Pido perdón porque me he apoyado en la posición discriminatoria que la Iglesia mantiene como posición oficial en lugar de contribuir a su desmantelamiento solamente para no arriesgar mi prestigio y mi fama.
Hoy pido perdón a Dios por no haber aprendido la vieja lección que desde la cruz nos dio su Hijo amado, la lección del amor sin excepciones y sin condicionamientos.
Yo, pecador y presbítero, pido perdón.

viernes, febrero 16, 2007

Lula y Pepe, ¿amor o adulterio?

Los conocí hace un par de años en una celebración. Me llamó la
atención la intensidad de su fe, mostrada en la atención y
participación en la eucaristía. Llegado el momento de la comunión,
les pasamos el pan y el vino. La sombra de la duda asomó en su
mirada. Luego de unos segunda, fue Lula quien tomó el pan y la copa
para unirse a la Comunidad en la comunión del sacramento. Se
sentaron en un silencio verdaderamente religioso, se notaba que algo
estaba pasando en sus corazones.

Terminando la celebración, me acerqué a saludarlos. Son esposos
desde hace 25 años – justo los cumplían por esos días – tienen ya
hasta nietos. Nos ha costado estar juntos, sobre todo porque yo era
muy canijo, me dice Pepe, ella me ha aguantado todo este tiempo.

Lula me confiesa: No sabía si comulgar o no. ¿Por qué?, le pregunto;
porque no estamos casados por la iglesia, me responde con un dejo de
tristeza. Ante mi asombro (por su tristeza, no porque no estuvieran
casados por la iglesia, claro) me dijo: Es que Pepe ya se había
casado antes por la iglesia. Lo sospechaba, un caso más de parejas
estables y sólidas que no pueden tener el sacramento del matrimonio
por las reglas actuales en la iglesia. Quedamos de tomarnos un café
y charlar.

Así supe la historia. Pepe se casó a los 19 años con una chica de
18, porque ella estaba embarazada. Al año ya estaban divorciados. La
chica tomó al niño y se fue a vivir a provincia, con unos familiares
y Pepe se quedó solo y de 20 años.

Años después conoció a Lula, se enamoraron, se casaron y tienen una
familia unida, a pesar de las dificultades. Luego de 25 años de
amor, luego de los 5 hijos y lo tantos nietos, el sueño de ambos es
poderse casar por la iglesia, tener la bendición de Dios, porque
estamos viviendo en pecado.

Caray, que extraña es la doctrina de la iglesia. Mi primo (que es un
cabezota) tuvo dos mujeres y dos hijos en el transcurso de varios
años; luego, cuando decidió sentar cabeza, se consiguió otra mujer,
se estableció con ella y se casó por la iglesia sin problemas ya que
en las anteriores relaciones (a pesar de los hijos) no había un
matrimonio religioso.

La iglesia bendijo el matrimonio de un hombre que dejaba atrás dos
parejas y dos hijos abandonados como si ninguna de esas relaciones
no hubieran sido importantes, al mismo tiempo que negaba la
bendición a una pareja que daba claras muestras de un amor estables
y sólido, solo porque un joven de 19 años se había equivocado al
casarse a esa edad.

Así tenemos parejas de creyentes que son obligados a abandonar la
eucaristía en sus comunidades para irse a vivir a de incógnitos para
evitar el escándalo de los fieles, sin reconocer que a los fieles
poco nos importaría que una pareja con 25 años de amor se les diera
la comunión, aunque no haya boda religiosa.

No estoy diciendo que hay que casar a la gente a tontas y a locas,
pero creo que nos hace falta un serio discernimiento para dar una
respuesta más humana y más cristiana a la realidad de muchas
personas que quieren celebrar la bendición de su amor y no pueden
hacerlo.
¿Es la ley eclesiástica el último criterio? La teología del
sacramento del matrimonio ha cambiado en el transcurso de los
siglos, ¿será que no puede cambiar para dar cabida a otras opciones?

¿Podríamos reconocer una nulidad automática del primer matrimonio
(sin pagos, sin investigaciones, sin burocracia) para quienes
muestren años de vida común, de amor sólido con su segunda pareja?

¿Podríamos separar el sacramento del matrimonio de la vida común de
las parejas jóvenes, celebrando un rito más sencillo de bendición de
la pareja cristiana, dejando el sacramento para cuando la pareja
esté sólidamente establecida?

¿Podríamos reconocer a las personas, sobre todo a los jóvenes, el
derecho a una segunda oportunidad?

En, fin, mientras no seamos capaces de abrirnos a la realidad y
responder a ella de forma creativa y comprensiva, seguiremos
acusando de adulterio a las personas que se aman, como mis amigos.



J. Álvaro Olvera I.
Comunidad Católica Vino Nuevo

miércoles, febrero 07, 2007

Otra iglesia es posible. la esperanza hecha novela


Acabo de leer la novela Vaticano 2035, escrita por Monseñor Pietro
di Paoli. Por supuesto que el nombre es un seudónimo (el autor lo
reconoce en el prólogo) bajo el que escribe quien asegura ser un
ministro con un importante puesto en la iglesia católica romana. No
sé si esta información – que el autor es un Monseñor de la curia
romana – es real o se trata de un truco publicitario, lo que es
evidente es que Pietro di Paoli conoce al dedillo los vericuetos de
la vida vaticana y la situación actual de la iglesia.

Para no desanimarte de leer la novela, solo te digo que plantea la
llegada a la sede de san Pedro de un hombre viudo, con dos hijas,
que fue ordenado sacerdote en vida de su esposa como parte de un
movimiento de reformas radicales en el seno de la iglesia.

La novela es eso, una novela, sin embargo, confieso que al ir
leyéndola me emocioné tremendamente al percibir que un tipo distinto
de iglesia es posible. Claro que una iglesia distinta traería
repercusiones sociales a nivel mundial, pero no por eso deja de ser
una posibilidad que me da aliento para seguir.

La novela presenta la apertura del sacerdocio a los varones casados,
con lo que se pone fin a siglos de una idea demasiado angelical del
sacerdocio, a la visión dualista que separa a Dios del sexo, y las
cosas de Dios del placer sexual. Con esta apertura, los sacerdotes
que habían dejado el ministerio para casarse y que tuvieran una
vocación auténtica, podrían reintegrarse a servir a la gente.

Otra de las novedades en la iglesia (siempre según la novela) es el
papel más activo de los laicos en las decisiones eclesiales. Con
esto se pone fin a una larga tradición que ve a los laicos como
ovejas, como mano de obra barata de los sacerdotes y religiosas,
como si su forma de vivir les negara la experiencia de Dios, la
comprensión de la fe y la posibilidad de ser guías de su comunidad.

Luego, viene la apertura al universo femenino que comienza con el
reconocimiento de la labor de las teólogas y culmina en el
nombramiento de las primeras mujeres cardenales, poniendo fin a
siglos de silenciosa y velada misoginia. El Papa de la novela
acepta – por fin – que no hay obstáculos teológicos ni dogmáticos
para reconocer, hasta las últimas consecuencias, el papel que le
corresponde a la mujer en la iglesia.

Casi al final de la novela, luego de eventos mundialmente
trascendentales, el Papa escucha la dolorosa confesión de uno de sus
mejores amigos y cardenales. La mano derecha del Papa acepta ser
homosexual y pide a su amigo que rompa el silencio, que diga una
palabra sobre la realidad de las personas homosexuales en la
iglesia, una palabra de aliento y esperanza en lugar de los
discursos de condena moral.

Y el Papa, impactado por la revelación del sufrimiento de su amigo
cardenal, acepta el reto y habla.

Y las cosas comienzan a cambiar dentro de la iglesia.

Y el mundo atestigua, pasmado pero feliz, la transformación de una
institución milenaria que siempre ha dicho que es una iglesia
peregrina, en constante necesidad de cambiar para ser más fiel a su
Señor.

¡Qué ilusión me despertó la novela! Porque reconozco que la iglesia,
como está ahora, necesita cambiar, necesita dejarse transformar para
ser un signo más accesible de la presencia de un Dios joven,
dinámico, abierto a la novedad.

¿Cuándo llegará un cambio así? ¿Lo verán mis ojos o, como decía mi
abuela: eso lo verán mis nietos?

Cuando, no lo sé. Si lo verán mis ojos, no lo sé.

¿Cómo llegará ese cambio?

Eso sí lo sé: tengo que seguir trabajando, no desalentarme por las
dificultades y las resistencias, no derrotarme ante las regresiones
de los jóvenes que parecen querer vivir un cristianismo del siglo
XIX.

Tengo que ser valiente, para no callarme, para no pactar con lo
establecido por comodidad, porque es más fácil así, porque "los
cambios son lentos y hay que respetar el proceso de la iglesia" o
porque "la gente no está preparada para eso".

Tengo que ser más fiel al evangelio, no a las ideologías de moda, no
a los caprichos de mi ego, sino al evangelio de Jesús, que es el
criterio de base para toda transformación eclesial.

Tengo que ser más creativo para saber cómo y dónde luchar, para
propiciar los espacios adecuados que, como ecosistemas, permitan
nacer y crecer una nueva experiencia de ser iglesia… que los cambios
del mañana se puedan vivir (aunque sea a corta escala) ya desde
ahora.

Tengo que profundizar mi experiencia de Dios, porque solo abierto a
la acción de Dios, dejándome iluminar, siendo receptivo a la voz de
Dios que habla siempre en la historia, podré encontrar los caminos,
revisar las actitudes, desechar los vicios y no desfallecer en el
empeño de crear una iglesia con un rostro distinto, un rostro que
las personas del siglo XX puedan mirar y comprender.


Gracias, Pietro di Paoli, por alimentar mi esperanza.





J. Álvaro Olvera I.
Comunidad Católica Vino Nuevo